En los días despejados se ve hasta los últimos picos blancos de la Sierra Nevada de Santa Marta. En las 200 hectáreas que componen la finca San Luis el cielo vuelve a ser la región más transparente. Después de tres días intensos a mediados de noviembre, las nubes se han disipado. En medio de una meseta emergen como dos titanes a un lado la serranía del Perijá, al otro la Sierra Nevada. En el medio el inmenso proyecto productivo más exitoso de las FARC, con sus vacas, sus chivos y sembrados. Estoy esperando un moto taxista que me lleve a Pondores, el caserío de 200 casas en donde más de 100 guerrilleros esperan ser reubicados desde hace seis años. Voy a hacer un reportaje allá. El mototaxista es uno de esos habitantes y en la parte de atrás del vehículo una señora de 65 años, de aspecto inocente, apagado, me espera. Me subo con el fastidio propio del que tiene que compartir un espacio tan reducido como un mototaxi con un desconocido. Por inercia empiezo una conversación. Me gustaría más ver a los caballos pastar por el pasto verde que queda después de la lluvia pero mi educación me obliga a seguir una conversación que no me interesa. Sin embargo, bastaron unas palabras para captar toda mi atención. Ya había escuchado hablar de ella, la guerrillera más vieja del mundo.
Se llama Eliana Gonzalez “nací seis años después de que el país explotara cuando la oligarquía mató a Jorge Eliecer Gaitán”. Me dice con seguridad y sin mirarme. Hago un cálculo rápido. Ella es de 1954, nació en Medellín pero le vio los ojos a la guerra a los siete años cuando sus papás se trasladaron a Segovia, Antioquia, pueblo minero, infierno grande.
El ruido del mototaxi al avanzar ante el pedregal me impide escucharla bien. Su voz se apaga como sus párpados. Es desconfiada. Se ha cansado de que en los últimos seis años, entre tantas promesas rotas, venga tanto vampiro a chuparse sus historias. Yo soy otro rolo más. Se fue a las FARC en 1974 cuando la finca de sus papás fue devastada por la minería ilegal. Tenía 20 años y su primer comandante fue Ricardo Franco. Su frente fue el IV y su hábitat Cimitarra Santander, en el ardiente Magdalena Medio. Franco moriría en 1980 “cuando una granada le estalló en la mano” dice mientras pela una mandarina con sus uñas. Tengo sed, quiero que me ofrezca un trozo, pero no me da nada.
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Me pregunta donde trabajo. Ella conoce el portal. No le gusta. “Ahí trabaja un tipo que es un lambón, un tipo que me cae gordo” dice mientras entre su rostro cuarteado se dibuja una sonrisa como si fuera una arruga más. De Cimitarra se iría en 1981 a Lopón, otra aguerrida población de Santander. Allí fue testigo de cómo se formaba el Frente XII, uno de los más representantivos de las FARC, dirigido por el histórico Jacobo Arenas. Los pocos libros que Eliana ha leído fue gracias a él. Su misión, más que limpiar o disparar fusiles, fue el de servirle el café y el de ocuparse que la luz no se apagara en medio del monte. Arenas leía hasta tarde clásicos guerrilleros que aún resuenan en su cabeza, uno de ellos es la obra cumbre de Nikola Ostrovski, Cómo se forjó el acero. A Arenas lo vio morir en 1990, después de que le diera un infarto en su hamaca.
Todo esto lo sé horas después, cuando, llevado por la curiosidad, busco su nombre por internet. Si supiera quien era ella seguro que le hubiera preguntado más intimidades sobre Jacobo Arenas y no el lugar común de decirle que lamentaba lo mal que lo están pasando en Pondores.
-Lo grave es que tengo que vivir con el mínimo, y nada más pagar diario el mototaxi que me saque de ahí hasta Fonseca me cuesta 10 mil pesos.
Está triste porque Rubiela, la compañera de armas que vivía con ella, se fue a comienzos de noviembre. Se fue porque cada vez es más insostenible vivir en Pondores, con esas casas estrechas, con sus baños lejos, con el calor arreciando. Sin embargo no todo es malo
-Tengo televisor.
Le pregunto si ve la telenovela y se ofende. A ella le gustan los documentales
-Y la única telenovela que veo es la que vi hace 30 años, Café.
Por esa época ya conocía al último de sus jefes míticos. Raúl Reyes. Lo acompañó hasta la madrugada del 1 de marzo del 2008. El portavoz de las FARC nunca se quedaba más de un mes en un solo sitio. Como todos los comandantes iba rotando. En la zona boscosa de Santa Rosa de Yanamanu en Ecuador se sentía seguro. Sin emabrgo, recuerda Eliana, estaban inquietos por el inusual movimiento de las tropas del ejército. Querían irse. A la 1:15 de la mañana a Eliana la despertó el primer bombazo que cayó sobre el campamento. El comandante estaba muerto. Ella siguió el plan: en caso de ataque tenía que salir corriendo entre la selva hasta un punto de reagrupamiento. De los 52 guerrilleros que acompañaban a Reyes sólo sobrevivieron 24. Después de Reyes su jefe fue Joaquin Gómez en el Putumayo. Los acuerdos trajeron a esta paisa, que no pierde su acento, hasta la baja Guajira.
Ni siquiera en esa época Eliana estaba tan desmoralizada como luce ahora, llegando a Pondores entre un camino de herradura. Se baja en la Tienda Fariana, el nombre del primer abasto del lugar que luce con la imagen de Manuel Marulanda Vélez. Nos tomamos una Coca-Cola y luego se va para su casi de 24 metros cuadrados a ver algún documental o de pronto una telenovela turca que ella no me da cuenta porque le da vergüenza. Y yo sin embargo le creo.