No necesité subir al Ararat para que Dios me entregara los diez mandamientos. Yo estuve ahí, en medio de adoradores de la música, el día que se formó el Equisisismo, la religión más exquisita del país. Nunca he creído en Dios pero sí en cosas inexplicables como el poder de la música. Frente a un escenario le rendimos culto a un hombre y a su banda. Si, no comulgamos ostias para elevarnos a la estratósfera, sí, no necesitamos hombres crucificados, lacerados, agonizantes. Nuestra alegría es nuestro credo.
No tienen templos sino tarimas, las trompetas del apocalipsis se convierten en redobles de batería, en riff de guitarras. Ya nada detiene una religión que también en movimiento, una liturgia que es una celebración. Ya vendrá el equisismo, ya constituido en estas actas que hasta hoy eran super secretas, rugirá y dará la cara en todo el país. Muy pronto todos le verán la cara al Equisismo. Ya verán la cara del verdadero Dios