Me enteré del “Estudio sobre el desarrollo adulto” tal como uno generalmente lo hace en estos días de redes y conexiones. Un video de 12 minutos con 47 segundos en Youtube (Youtubers intelectuales en TED), me introdujo a la que es, tal como lo afirma su actual director, la investigación social más larga de la historia de la humanidad.
En 1939 un grupo de investigadores empezó a seguir y a acompañar las vidas de 724 hombres, de los cuales 268 eran estudiantes de la Universidad de Harvard y los otros 456 eran jóvenes en alto riesgo de los barrios más pobres de la ciudad de Boston. Cada dos años el grupo de investigadores visitaba, encuestaba, cuestionaba y examinaba físicamente a los sujetos del experimento. Tal como lo dice Robert Waldinger, su actual director, una combinación de suerte, voluntad y terquedad ha permitido que el experimento cumpla 75 años y que continúe con el acompañamiento y estudio de 60 de los sujetos iniciales y de cerca de 2000 de los hijos del total inaugural de la investigación.
El estudio tiene múltiples objetivos pero hay uno que integra los demás y que sirve para compartir y comunicar sus conclusiones. Se combinan datos, cifras y observaciones para intentar responder: ¿Qué hace que la vida de un hombre pueda ser catalogada una buena vida?
“La buena vida” según George Valliant, el penúltimo director del estudio, es aquella en donde felicidad y salud conviven -versus tristeza y enfermedad-. Los avances investigativos identificaron 6 factores que resultaron ser fundamentales para determinar, con el tiempo, lo que es una buena vida y diferenciarla de una vida triste. Tales factores son: una relación sentimental estable, bajo consumo de alcohol, no fumar, ejercitarse, mantener un peso normal y poder desplegar la inteligencia emocional (capacidad de adaptarse y de responder a cambios ). La mitad de los hombres que a los 50 años tenían estos 6 factores llegaron a los 80 con una buena vida. Mientras quienes solo presentaban entre 1 y 3 ninguno llegó logró llegar al objetivo de la buena vida. Incluso aquellos que contaban con una buena salud a los 50 pero que no contaban con más de 3 factores tenían 3 veces más posibilidades de no llegar a los 80 que quienes contaban con un número superior.
En los últimos años los investigadores del estudio han revisado la información acumulada durante los 75 años con el fin de sintetizar y priorizar los factores centrales en la construcción de una buena vida. Aun cuando los aspectos físicos y fisiológicos siguen siendo importantes -el alto consumo de alcohol es según el estudio más causa que efecto de los problemas afectivos- las recientes conclusiones del estudio afirman que el factor que más puede incidir y posibilitar una buena vida es la capacidad de construir y mantener buenas relaciones humanas. Tener la capacidad de amar y de dejarse amar. Ser capaces de permitir que otros se metan bajo nuestra piel y meternos nosotros bajo las capas de protección de los demás resulta ser el factor central para construir una buena vida.
Cuando los investigadores revisaron la información de los hombres del estudio a la edad de 30 años encontraron que el factor principal que, desde ese momento, podría predecir una buena vida en la vejez era la capacidad para establecer relaciones cercanas y profundas. Sentir gratitud, perdonar, reconocer los errores y tener la capacidad de compartir el dolor ajeno resultan ser ingredientes centrales en asegurar una buena vida, incluso por encima de aspectos físicos como la presión sanguínea y los niveles de triglicéridos.
Ni el nivel de ingresos ni la genética ni la formación educativa.
El factor determinante en la construcción de una buena vida,
es la capacidad de conectarnos con las otras vidas que nos importan
No fue el nivel de ingresos ni la genética ni la formación educativa. No fue tampoco el éxito laboral. Obvio que el estudio concluyó que no hay buena vida cuando hay hambre, dolor y enfermedad. El factor determinante en la construcción de una buena vida, de acuerdo al seguimiento a esos 724 hombres durante 75 años tiene que ver con la capacidad de conectarnos con las otras vidas que nos importan.
Nuestra educación, centrada en esfuerzos individuales para obtener logros estrictamente académicos pareciera entonces estar alejándonos del objetivo de la buena vida. Nos formamos para resolver problemas, para obtener logros profesionales, para aumentar nuestros ingresos pero muy poco de nuestro proceso de formación apunta a fortalecer las competencias y habilidades para la empatía, la comunicación y las relaciones cercanas.
En estos momentos en los que, bajo amenaza real y catastrófica, repensamos nuestra relación con el planeta, no debemos olvidar que después de tantos miles de años seguimos en mora de entender bien los puentes que nos unen con nuestros congéneres y que pueden hacer de esta estadía en la tierra un infierno o un avance hacía la buena vida.
Publicada originalmente el 8 de mayo de 2016