El fútbol es el mayor deleite machista. En los noventa esto llegó al paroxismo. Era prohibido, para un hombre, reconocer que otro era bello. En el fútbol no había pisado una cancha alguien tan hermoso como David Beckham. Desde su debut en 1995 llamó la atención no sólo por su pegada, su tenacidad, su clase, sino por su figura. En 1997 estaba en la cima del mundo. Ese año conoció a Victoria Adams, integrante del grupo las Spice Girls, quienes eran tan populares como los Beatles. Se enamoraron. A pesar de lo que dijeran los despiadados tabloides británicos, de que era todo un truco publicitario, Becks y Posh se amaron. Eran la pareja ideal.
Los continuos problemas que tuvo Beckham con el técnico Alex Ferguson terminaron alejándolo de Manchester. A último minuto escogió una oferta del Real Madrid. Su presidente, Florentino Pérez, estaba obsesionado con atesorar a los más grandes jugadores del planeta. Los Galácticos. Figo, Ronaldo, Zidane y apareció Beckham. Se mudaron a último minuto a la capital española. Victoria, a regañadientes, se mudó en el 2003. Ella, que había tenido que capotearle las peores tormentas a su esposo, como cuando fue expulsado en octavos de final del Mundial de Francia 98, convirtiéndose en el enemigo público Número Uno de Inglaterra, ahora tenía que dejar su carrera para irse a Madrid.
Allí vivió un infierno. Los paparazzi la destrozaron. Además, para colmo, David le fue infiel. Aparecía el nombre del matrimonio en cada tabloide. Fue tanta la presión que Beckham, quien además se ganó la animadversión del técnico del Madrid, Fabio Capello, aceptó una oferta de 250 millones de dólares al año para irse a jugar con Los Angeles Galaxy, ganándose el desprecio de buena parte de los expertos del fútbol en Europa. Victoria estaba feliz. En Los Angeles estaba cerca de sus amigos archi-famosos de Hollywood. Pero la dicha duró poco. A pesar del esfuerzo que le puso a conseguir una mansión, un colegio para sus hijos, David quiso devolverse a Europa, a aceptar la oferta del Milan. En ese momento ella no lo acompañó y se quedó en Los Angeles. El matrimonio casi terminó. Si no fuera por el amor que le puso y el renunciar a la música, la historia para Beckham abría sido otra.