Dicen que la mitad del tiempo Luis Alfredo Garavito se la pasa en el hospital Rosario Pumarejo de Valledupar. Todo arrancó en abril del 2020, pleno año de la peste. Llevaba semanas presentándose decaído, anémico y un desmayo ocurrido a principios de ese año alertó a los guardias de la Tramacúa, la infernal celda donde se pudre en vida el hombre que violó y asesinó a más de 100 niños. Los exámenes fueron concluyentes, Garavito estaría enfermo terminal, tendría leucemia y cáncer en un ojo.
Desde entonces su carcelero, el capitán del INPEC Mauricio Herazo, lo acompaña a la clínica para que le hagan transfusiones de sangre. Aunque un gran despliegue de seguridad lo custodia, todo es protocolario. No hay ningún riesgo de que un hombre del que sólo queda un guiñapo, se escape. Alguna vez, hace 18 meses, vio como un cáncer consumía en su celda apestosa a uno de sus compañeros más bulliciosos, John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, el sicario de confianza de Pablo Escobar.
Garavito comparte patio, en el pabellón de alta seguridad de La Tramacúa, con los peores criminales en el país: Luis Gregorio Ramirez, un hombre de Valledupar que acostumbraba pasar sus horas de ocio eligiendo mototaxistas de un metro sesenta de estatura y que no pesaran más de cincuenta y cinco kilos. Los llevaba a las afueras de la ciudad y los enredaba con su conversación distendida y graciosa. Cuando llegaban a un descampado los privaba de un golpe. Al despertarse, la víctima se daba cuenta que estaba amarrada por el cuello a un chamizo. En su desesperación la persona terminaba por morir estrangulada. La técnica era tan depurada que, sentado frente a su invitado, Luis alcanzaba a tomarse un refrigerio mientras observaba el espectáculo. Dicen que mató a más de 60 mototaxistas. Otro es Javier Velasco, el hombre que empaló y asesinó a Rosa Elvira Cely; Rafael Uribe Noguera, el turbio bogotano que violó y asesinó a Yuliana Samboní; Levith Aldemar Rúa, un expolicía mejor conocido como La Bestia del Matadero, quien, en su cambuche en Malambo, Atlántico, violó a decenas de mujeres; Manuel Octavio Bermúdez, quien entre los años 1999 y 2004 violó y asesinó a 34 niños, al igual que el temible Alejandro Sandoval, jefe de los Urabeños.
En esta sala del horror Garavito espera terminar sus días. Lo que más le molesta a Luis Fernando Garavito del Pabellón del miedo, el rincón de la cárcel Tramacúa de Valledupar que es su hogar desde el 2002 cuando fue condenado a 48 años de cárcel por haber violado torturado y asesinado a 192 niños, son los chulos que bajan cada atardecer a comerse los desperdicios que se acumulan a unos cuantos metros de la colchoneta donde duerme. Tiene una hora de sol al día y el calor en ese lugar es asfixiante. A veces, al mediodía, Garavito entiende por qué a la entrada del penal hay un letrero que reza “Bienvenidos al infierno”.
Sin embargo, su aislamiento –reciben dos visitas al año- se compensa con el derecho de hablar por teléfono cuatro horas al día. Por eso le dijo al periodista español Jon Sistiaga del canal #0, en abril del 2016, poco antes de que se abriera por segunda vez la posibilidad de salir libre, que le había salido muy barato matar 192 niños y que, si le dieran a escoger, Tramacúa podría ser el hogar más estable y agradable que había tenido.
Luis Alfredo Garavito Cubillos va a cumplir 65 años el próximo 29 de enero del 2022 y desde sus primeros días en su pueblo, Génova, Quindío, vivió el infierno del maltrato y el abuso sexual. La primera vez que lo violaron tenía 5 años. Dos vecinos en los que confiaba lo invitaron a su casa. El niño nunca volvería a ser el mismo. Su papá nunca habló con él. Su papá se comunicaba a punta de garrote y así fue creciendo, envuelto en una nube negra que jamás lo abandonaría.
Se fue de la casa a los 11 años, poco después de terminar quinto primaria. Empezaría un vagabundeo en donde se mantenía a punta de vender estampitas del Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen del Carmen. Así recorrió todo el país. Vivía con dos mujeres, una de ellas tenía dos niños de 7 y 10 años. Garavito nunca les levantó la mano, Garavito nunca los agredió. Si Garavito no se tomaba una gota de licor podría pasar por un padrastro amigable. El Míster Hyde salía cuando abría la botella.
Entre 1992 y 1998 Garavito se disfrazó de cura, conferencista, cuidador de ancianos y motivador profesional. En 36 municipios colombianos mató a niños siguiendo el mismo parámetro; patearles el estómago, la cara, a pisotones les demolía las manos. Les trituraba las costillas dándoles saltos encima. Todos los niños resultaron mutilados.
Decían que los crímenes los había hecho una secta satánica en los departamentos del Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño. El misterio lo resolvería en marzo de 1999 un indigente que escuchó como un hombre forcejeaba con un niño para raptarlo. El habitante de calle se entrelazó con Garavito en una pelea. Llegó a la escena un policía. A las tres horas Garavito lo confesó todo. Incluso mostró un cuaderno en donde llevaba la cuenta de los niños que violaba y mataba: toda una bitácora del terror.
Ahora, después de que se difundiera falsamente una noticia sobre su supuesta liberación, hasta el presidente Iván Duque coincide con sus más acérrimos enemigos en que Garavito no es otra cosa que un monstruo, el más temible que ha tenido Colombia en su historia.