El infierno del campo de entrenamiento del ejército colombiano en el Amazonas

El infierno del campo de entrenamiento del ejército colombiano en el Amazonas

El coronel Roa y el mayor Royero han dirigido esta escuela donde la tortura y la humillación hacen parte del manual de formación

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junio 09, 2019
El infierno del campo de entrenamiento del ejército colombiano en el Amazonas

Los primeros disparos se escucharon a las cinco de la mañana. Completamente desarmados, cerca de 120 oficiales y suboficiales del Ejército que cumplían el curso de lanceros, apenas tuvieron tiempo de abrir los ojos en medio de la abrumadora oscuridad de la selva amazónica cuando vieron los cañones de las AK-47 apuntándoles directo al rostro. Con el campamento rodeado, no tuvieron otra alternativa que rendirse ante quienes se presentaron como guerrilleros. Rasgaron sus camisetas y con los trozos de tela les vendaron los ojos y los encadenaron por el cuello, formando un gusano humano que fue guiado a punta de látigo y palo por entre el monte por más de diez kilómetros hasta las orillas del río Amazonas. Sentado dentro del bote, un hombre de piel cobriza que delataba su origen indígena, esperaba tranquilo para llevarlos hasta el campamento. Ahora, por lo visto, eran prisioneros de guerra del ELN.

El día anterior los oficiales y suboficiales se habían internado en la selva para cumplir con una prueba de superveniencia. Era parte del curso de lanceros que estaban realizando para poder aspirar a un nuevo ascenso en su carrera militar. El terror se apoderó de ellos y, con el sol ardiendo sobre la nuca, los soldados llegaron a un campamento que se levantaba en un claro del Amazonas y derrumbaba cualquier esperanza de libertad. Habían llegado al infierno y así se los hizo saber Alejandro, quien actuaba como el comandante y estuvo al frente de la emboscada en la madrugada, mientras los demás guerrilleros los encerraban en las jaulas de alambre rodeadas por las banderas del ELN.

Aquellos muchachos que apenas rozaban los 20 años, pero actuaban con la firmeza de unos guerrilleros bien entrenados, en realidad eran soldados bachilleres. Descontrolados por las órdenes recibidas, escondían su miedo tras los incipientes bigotes que se habían tenido que dejar para cambiar su apariencia, pero no cesaron de golpear, insultar y humillar durante tres días a los 120 oficiales y suboficiales que se sometieron mansamente, convencidos de estar secuestrados. Un escenario construido como parte del curso de lanceros cuya prueba mayor, conocida dentro del Ejército como “El Ejercicio”, ahora tenían que soportar.

En enero de 2017, los hermanos Ismael David y Henry Andrés Hernández Triana decidieron suspender sus estudios en la universidad para “servirle a la patria” presentando su servicio militar. Venían de una familia de tradición castrense, tanto su mamá como su papá pertenecieron al Ejército y trabajaron durante varios años en el fuerte militar de Tolemaida. Motivados por su historia, se fueron para la Escuela de Lanceros, reconocida por ser una de las mejores del país, que entonces era comandada por el teniente coronel Servio Tulio Roa Roa.

Los primeros tres meses transcurrieron normalmente. Juraron bandera y les entregaron armas como parte del protocolo del servicio militar. Pasaron duras pruebas como el Curso Unidades Básicas de Lanceros —CUBAL—, siete semanas de un estricto entrenamiento en el que los bachilleres son aislados, les reducen la comida y los líquidos, y cuando por fin termina la prueba los muchachos pueden estar pesando hasta 20 kilos menos. Sin embargo, con el tiempo las cosas empezaron a cambiar. Tanto Ismael como Henry hablaron más de una vez con sus papás a quienes les aseguraron que estaban desesperados con los tratos que recibían. Durante el curso CUBAL, los insultos y los golpes se convirtieron en parte de la rutina, y los roces con los instructores y superiores de la Escuela fueron cada vez más recurrentes.

El 28 de junio de 2017, Ismael fue seleccionado para que continuara con el servicio en el fuerte Amazonas II, una base militar ubicada en Leticia que funciona como una sucursal de la Escuela de Lanceros y hace parte de la formación de los bachilleres. Ismael no quería ir, pero al manifestar su inconformidad con la decisión, despertó la furia del mayor Royero, quien sin mediar palabra lo insultó fuertemente y puso la queja de inmediato ante el coronel Roa Roa, comandante de la Escuela. La suerte de Ismael estaba echada y ese mismo día aterrizó en Leticia con la moral por el suelo, sin saber que las cosas solo empeorarían con el tiempo y ahora alejado de su hermano Henry Andrés.

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Todos los bachilleres que ingresan al fuerte Amazonas II, comandado por el capitán Juan Manuel Molina Castaño, son iniciados en un ritual al que llaman el bautizo. Cuando Ismael llegó tuvo que caminar en cuclillas mientras los demás soldados le lanzaban orina, color y le pegaban con una tabla. Al final del camino, lo esperaba una cuerda colgada de un árbol que subió afanosamente para tocar el cuadro de un faisán ubicado en la parte de arriba.

Desesperado, Ismael volvió a llamar a su mamá, a quien le dijo que no aguantaba un día más en Leticia por los malos tratos, pero en su voz algo había cambiado, se le notaba ansioso y descontrolado, y en medio de la conversación lanzó una amenaza: “les voy a echar candela”.

Su mamá habló con su hermana Gladys Triana, una abogada y suboficial retirada del Ejército que había sido como una segunda madre para los hermanos Ismael y Henry Andrés. Gladys lo llamó para intentar tranquilizarlo, pero Ismael solo le respondió diciéndole que él ya no sabía si estaba en la guerrilla o en el Ejército. Gladys no entendió.

El 18 de agosto de 2017, mientras Ismael pasaba sus días en Leticia, Gladys decidió enviarle una carta al coronel Servio Tulio Roa en la que le preguntaba sobre la situación actual de su sobrino, pues se había enterado que el día que Ismael supo de su traslado al Fuerte Amazonas II, “realizó aparentemente un gesto”, por el que el mayor Ramón Raúl Royero habría sido grosero insultándolo. Pero ese apenas fue uno de los de menos calibre. Otros reclamos giraron alrededor de amenazas y algunos abusos físicos, no solo contra él, sino contra Luis Felipe Triana, un tercer sobrino suyo que también había decidió prestar el servicio militar en la Escuela de Lanceros ese mismo año. En conclusión, le recordaba al coronel Roa que en la escuela debían respetar los derechos humanos dentro del Ejército.

La carta causó malestar en el coronel. Las cosas mientras tanto empeoraron para Ismael en la selva amazónica y tampoco les fueron fáciles a Henry Andrés y a Luis Felipe en la Escuela. Los presionaron para que entregaran el número de teléfono de su tía Gladys porque en la carta solo había dejado su correo electrónico para que le fuera enviada la respuesta, pero Roa quería hablar con ella personalmente.

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El teniente coronel Servio Tulio Roa Roa estuvo al frente de la Escuela de Lanceros hasta los últimos días de 2017.

En septiembre tanto Ismael como Henry recibieron un permiso especial para ir a Bogotá porque su mamá iba a ser operada del corazón. Fue el momento en que los hermanos se reencontraron después de dos meses y medio, pero Ismael había cambiado completamente en ese tiempo. En el hospital, mientras acompañaba a su mamá después de la cirugía, tuvo una crisis nerviosa. Comenzó a caminar por todos los pasillos y se había vuelto un hombre agresivo e incapaz de tratar con desconocidos. Henry, al ver a su hermano en ese frenetismo errático, lo llevó inmediatamente para urgencias por orden de su tía Gladys donde lo atendió un médico que lo remitió a una revisión psiquiátrica.

Gladys se puso al frente de la situación médica de Ismael porque su hermana apenas se recuperaba de la delicada intervención. Estuvo con él parte de la consulta que programaron en el Batallón de Sanidad Militar, pero un par de días antes de la cita con el psiquiatra, Ismael le mostró unos videos a su tía que parecían imposibles de creer: “mire lo que me obligan a hacer”. A lo lejos, se veían varios guerrilleros azotando sin piedad a un grupo de soldados que se arrastraban aterrados y adoloridos por el piso intentando esquivar los latigazos mientras entraban a unas jaulas. Hasta ese momento, Ismael todavía no le había contado a nadie lo que estaba viviendo realmente en Leticia.

Los videos fueron grabados en el primer semestre de 2017 por otro bachiller que se los pasó directamente a Ismael. El Mayor Royero ya sospechaba que podría contar algo de lo que sucedía en las aisladas selvas del Amazonas, y cuando Ismael fue a la consulta con el psiquiatra, envió a un sargento de apellido Díaz para que lo vigilara en todo momento, pero Gladys lo atajó inmediatamente y le impidió al sargento estar con él durante la cita. En Tolemaida, a donde ya había regresado después del permiso su hermano Henry Andrés, necesitaban saber qué información tenía Ismael y qué podría contarle al médico.

El psiquiatra le dio una incapacidad a Ismael que le significó quedarse en Bogotá durante las terapias que se prolongaron cada quince días.  Aunque desde Tolemaida quisieron torpedear el tratamiento pues embolataron durante un tiempo un oficio que debían entregar para certificar a Ismael, este logró quedarse en la ciudad hasta concluir su tiempo de servicio militar el 3 de enero de 2018.

Aunque para febrero de 2018 los hermanos Hernández Triana ya estaban fuera del Ejército, el martirio de la familia continuó. Luis Felipe Triana Garzón, el primo de Ismael y Henry que llegó el mismo año que ellos pero varios meses después, fue sometido a los mismos crueles entrenamientos de sus primos. Luis Felipe, con 19 años, fue enviado igualmente al Amazonas, donde lo esperaba el infierno.

Lo recibió el capitán Molina con una única instrucción: debía dejarse crecer el cabello y la barba porque en menos de un mes participaría en “El Ejercicio”. Fue obligado a aprenderse el himno del ELN y abandonar el lenguaje militar que llevaba usando todos esos meses de entrenamiento. Sus lanzas —como se llaman entre compañeros— ahora serían camaradas y cada uno tendría su propio alias. El soldado bachiller Luis Felipe Triana había pasado a llamarse Comején.

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Luis Felipe Triana se dejó crecer el bigote, las uñas y el pelo para caracterizarse como guerrillero del ELN.

La noche anterior a la emboscada, el capitán Molina, convertido nuevamente en el comandante Alejandro, reunió a todos los soldados bachilleres que conformarían la célula guerrillera para realizar un simulacro. Entre el grupo, escogió a Luis Felipe, quien fue sentado frente a sus compañeros y obligado a golpearse la cabeza mientras gritaba “¡Solo!”. Así tendrían que tratar a los alumnos que en unas horas secuestrarían.

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Luis Felipe vestido como guerrillero del ELN. Le fueron entregadas las botas de caucho y una AK-47 para la emboscada.

Había llegado el día y Molina conformó dos grupos de bachilleres para realizar el ejercicio LER —Laboratorio Experimental de Resistencia—. Les entregó los uniformes y una AK-47. Fueron hasta el campamento y colgaron las banderas de la guerrilla para recibir a los futuros alumnos.

Durante tres días, Luis Felipe Triana, un soldado bachiller que fue a presentar su servicio militar en la Escuela de Lanceros en Tolemaida, se convirtió en un torturador dispuesto a cometer los más terribles vejámenes, aprendidos de sus superiores y las aplicó a cabalidad contra los suboficiales y oficiales del Ejército que secuestró junto a sus compañeros.

Al llegar al campamento, los falsos guerrilleros del ELN obligaron a los soldados secuestrados, ahora “alumnos del ejercicio”, a arrastrarse por el piso mientras los azotaban con las eslingas, unas correas con nudos del tamaño de un puño en las puntas para provocar más dolor. La orden fue mantenerlos despiertos y atemorizados, encerrándolos en las jaulas de estrés, donde canciones como La Cruz de Palo, de Antonio Aguilar, retumbaban en medio de la selva y hacían temblar el alambre que los encerraba.

Cada jornada se volvió más intensa, llenas de insultos y torturas. Se organizaron peleas entre los oficiales y suboficiales, pero si los bachilleres veían que no se estaban golpeando con suficiente fuerza, si dudaban en herir a su compañero de celda, volvían los latigazos con la eslinga. Tocaba castigarlos.

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Los alumnos son obligados a sentarse frente a la jaula con un tronco entre las piernas para que los falsos guerrilleros se paren en ellos y luego ser obligados a levantarlos mientras los azotan.

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Los soldados son encerrados en jaulas de agua para mantenerlos despiertos.

Luis Felipe apenas pudo resistir el ejercicio cuando tuvo que presenciar los interrogatorios del segundo día, liderados por Molina, Royero, y varios soldados profesionales. Los retenidos son ingresados uno por uno a las casetas que se encuentran en los alrededores de las jaulas. Con los ojos vendados, son obligados a responder las preguntas realizadas por una mujer, cómplice de todo, mientras Molina y Royero, con botas de caucho y el rostro tapado, los golpean en todo el cuerpo. Al mejor estilo paramilitar, prenden una motosierra que no tiene cadena para calsificarles el miedo en los huesos. Todos se quiebran.

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A los que están en el campo de entrenamiento se les grita "busque culo", que significa arrodillarse y poner la cabeza entre las piernas del compañero.

Solo hasta la madrugada del tercer día les dieron agua y comida, que en realidad eran dos cucharadas de arroz. Cuando la desesperación no puede ser mayor, un nuevo círculo del infierno se recorre en el día. Pero con el ingrediente final.

En medio de la música y los gritos, un pelotón del Ejército, que son algunos soldados bachilleres del Fuerte Amazonas II que no están en el ejercicio  junto a otros profesionales e incluso con uniformados brasileños, simula un rescate. En ese instante, los supuestos guerrilleros se esfuman entre los matorrales y los oficiales y suboficiales son rescatados.

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A la izquierda, la eslinga con que son azotados quienes están en el campo de entrenamiento. A la derecha, las jaulas de estrés.

Luis Felipe huyó desesperado del campo de concentración. Sin embargo, tenía que seguir actuando, y solo tenía 20 minutos para volver a ponerse el uniforme militar, afeitarse, arreglarse el pelo y regresar donde estaban los soldados que él había secuestrado. Con la vergüenza, el dolor y el remordimiento dibujándole el rostro, fue obligado a felicitarlos por su valentía, y ellos desconcertados apenas intentando entender por qué les había sucedido eso. A esos mismos hombres que había azotado y humillado, ahora debía darles la mano.

De regreso a la plaza de armas del fuerte Amazonas II, el mayor Royero los esperaba con gatorade y un pan. Les dio un corto discurso de felicitaciones y desapareció en medio de las casetas que rodeaban la plaza. Sin embargo, los citó en la noche para evaluar. Luis Felipe, agotado, asistió a la reunión y vio el daño en cada rostro de sus compañeros cuando uno de ellos sugirió que el ejercicio podría durar incluso un día más.

Luis Felipe tuvo que repetir el ejercicio dos meses después con un nuevo grupo de “alumnos” que no sabían lo que les esperaba. Al mismo tiempo siguió con su entrenamiento de soldado bachiller, haciendo ejercicios y trabajo de campo a los que cada vez resistió menos. En febrero de 2018, un dolor insoportable en los genitales lo obligó a pedir un médico, pues un par de años atrás había sido operado de varicocele y el exceso de fuerza lo estaba afectando.

Cuando llegó a Bogotá, fue trasladado al Hospital Militar por su su tía Gladys y su mamá, entidad que lo atendió. Concluido su permiso diez días, el coronel Roa lo reclamó en la Escuela de Lanceros, con una llamada incluso a su mamá, quien le explotó en el teléfono: “¿por qué lo puso a hacer ‘El Ejercicio’?”, le reclamó con fuerza. Roa intentó disculparse frente a la  pregunta que lo delataba: “Yo no sabía que al bachiller Triana le había tocado hacer ‘El Ejercicio’”, dijo.

Luis Felipe Triana no regresó a Leticia ni a la Escuela de Lanceros. Su tía Gladys se puso al frente y lo  acompañó permanentemente. Su servicio militar, al igual que su primo Ismael, concluyó en Bogotá cuatro meses después.

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Luis Felipe llegó al Hospital Militar destruido por dentro. Fue a prestar el servicio, pero volvió irreconocible.

En el Amazonas permanece activo el campamento LER, un lugar donde los soldados son entrenados para odiar al enemigo, actuar con sevicia y sin compasión. Un comportamiento inhumano, condición para ascender en su carrera militar, pero que tienen que pagar con su carne y mente y terminan destruidos psíquicamente. Una muerte en vida que queda como uno de los tantos secretos de las selvas colombianas.

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