El piso 7 del Inpec, donde funciona el despacho del director general, se ha convertido en la más siniestra celda de las cárceles del país, donde han estado presos, literalmente atrapados por un sistema corrupto e ineficiente, 23 directores que han pasado por allí desde su creación en 1992. La dirección del Inpec, es un verdadero horno crematorio, solo subyacen las cenizas de todos los descabezados, los investigados y los hundidos en el desprestigio de haber salido quemados por la puerta trasera, por cuenta de las incesantes crisis, el poder subterráneo y detractor de los sindicatos, la influencia temeraria de las mafias, la corrupción boyante, la criminalidad imperceptible y la ausencia de carácter y firmeza de los gobernantes para solucionar una grave crisis penitenciaria siempre ad portas de implosionar.
Desde la fuga de Pablo Escobar el 21 de julio de 1992, hasta las recientes irregularidades del preso Carlos Mattos y el escape cinematográfico de la ex parlamentaria Aida Merlano, lo único que hemos presenciado los colombianos, es escándalo, tras escándalo, y un desfile transitorio de generales de la Policía su mayoría, por el Piso 7, lo más parecido a la peor celda intramuros, que han sido puestos allí sin experiencia en asuntos penitenciarios y que son destituidos o relevados como fusible de coyuntura para enmascarar la fragilidad de un desgobierno penitenciario y carcelario que aún no logra encontrar una solución determinante a uno de los más importantes desafíos de las democracias en materia de política criminal y penitenciaria.
Las cárceles son el espejo del mundo exterior. Y en Colombia son el inframundo para seguir delinquiendo. Y lo más grave, el fallido sistema está a merced de los delincuentes que no tienen otra opción que sobrevivir incorporándose desde su ingreso a prision, a las mas degradantes prácticas donde nada importa la dignidad de las personas o la construcción de una mejor sociedad. La perversidad del sistema los fuerza a incrustarse automáticamente al peor de los mundos, porque no encuentran otra opción.
Expertos y ciudadanos del común, no entienden la ineficacia del Estado para ponerle coto a un asunto tan serio para la justicia y la sociedad, pero que se ha convertido en una burla cotidiana de la inoperancia estatal. El libreto para implementar un sistema penitenciario y carcelario óptimo, está escrito. La ONU ha desarrollado múltiples esfuerzos en esta dirección y ha construido estándares y manuales para acompañar a los gobiernos en esta materia. Por ejemplo, en 2020 la oficina para la prevención de las drogas y el delito de Naciones Unidas publicó el Manual para la Clasificación de los Reclusos, considerada una herramienta de cuarta generación para cumplir con el propósito rehabilitador de la pena. Solo basta con leerlo y aplicarlo, y destinar los recursos necesarios para hacer de las cárceles centros dignos, resocializadores y protectores de la vida de la población reclusa. Esta medida simple pero grande, es la base de la edificación de un sistema penitenciario que cumpla con su objetivo de nación. Pero no se cumple, realmente pasa por inadvertido.
Son múltiples las explicaciones que podríamos desarrollar para desnudar el deterioro del funcionamiento de las prisiones. Comenzando por el grave error de convertir las estaciones de policía en centros transitorios de detención, hasta la perversa práctica de asignar unidades militares y policiales para purgar penas. Una verdadera alcahuetería, que solo ocurre en Colombia y que estratifica a los reclusos, no por su peligrosidad, sino por su afinidad a sectores políticos que usufructúan el poder.
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¿Por qué Carlos Mattos tenía 150 millones de pesos en efectivo en su celda?, ¿por qué Juan Guillermo Monsalve tenía bacanales en prisión? ¿A caso la responsabilidad de lo que ocurre a kilómetros de distancia es del director general del Inpec?
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Pero además de la incidencia de la corrupción, hay dos actores críticos que conforman el engranaje operativo y mueven la maquinaria corrupta en las cárceles: el Cuerpo de Custodia y Vigilancia y los más de 60 sindicatos vigentes en el Inpec. Estos dos componentes son detractores de la alta dirección del Inpec celebran aunadamente la forma como año tras año se queman en la celda # 7 sus directores. No les importa, porque ven al director general como un intruso, pasajero, que llega para quedar en cenizas; y lo saben bien, porque es evidente su malintencionada voluntad, su presión constante, su sabotaje abierto y la alianza criminal de muchos guardianes y sindicalizados con los internos, para acabar con una carrera de más de 30 años. Plácidamente celebran el rodamiento de cabezas mientras permanecen intocables y es aquí donde está el núcleo siniestro de la corrupción en las cárceles. Confabulados por el control del poder intracarcelario permiten ingreso de drogas, dinero en efectivo, equipos de comunicaciones, prebendas y facilitan fugas, al servicio del mejor postor. ¿Por qué Carlos Mattos tenía 150 millones de pesos en efectivo en su celda?, ¿por qué Juan Guillermo Monsalve tenía licor y dinero, y disfrutaba de bacanales en prisión? ¿A caso la responsabilidad de lo que ocurre a kilómetros de distancia es del director general del Inpec? Sin duda alguna, es la mano perversa, permisiva y cómplice de guardianes y sindicatos que mueve millones de pesos cada día.
La Celda número 7 en el Inpec es el infierno de los generales de la Policía Nacional. ¿Hasta cuándo seguiremos en este círculo vicioso que frustra súbitamente la carrera de honorables policías? ¿Cuándo tendremos una política criminal que le apueste, simple y llanamente a cumplir con el libreto ya escrito para solucionar la problemática carcelaria? ¿Cuándo superaremos el viacrucis cotidiano de las URI y las estaciones de policía hacinadas, deterioradas y contrarias al fin preventivo de quienes aún no han sido condenados? ¿Cuándo lograremos el objetivo penitenciario y carcelario, de proteger la vida e integridad, evitar la reincidencia y alcanzar una óptima rehabilitación de nuestros prisioneros?.
LPNSN Al momento de elegir este domingo, no olvide que su voto es decisivo en defensa de la institucionalidad, por los soldados y policías de la patria, sus familias y el estado social de derecho. El populismo, el asistencialismo y la demagogia es el disfraz de las “democracias” autoritaritas.