Del atentado al presidente, falta mucho por hablar.
Más allá de achacarle los balazos a cualquiera de los grupos violentos que plagan por todas partes o al cóctel completo que ya nadie sabe dónde comienza ni dónde termina, lo cierto es que la barbaridad de haber intentado asesinar al presidente de la República debiera obligarnos a repensar las cosas, comenzando por los replanteamientos que debiera hacerse el propio presidente Duque.
Lo primero es intentar recuperar, por lo menos un tantito, eso que llamamos sentido de las proporciones.
Aunque desde la noche septembrina de 1828 hasta nuestros días no hayan faltado quienes busquen asesinar al presidente de turno, lo cierto es que el atentado del viernes es un hecho gravísimo que no debemos pasar por alto, ni debemos dejarlo embolatar en medio de la barahúnda que nos tiene tan desconcertados. Tal vez uno de los síntomas que debiéramos atender como referente de la pérdida del sentido básico de las proporciones que nos aqueja es, precisamente, el hecho de haberle dado al atentado de un presidente de la República el mismo tratamiento mediático y político que a cualquiera de los hechos de vandalismo de los últimos meses.
La mayoría de los dirigentes políticos se manifestaron mediante trinos que decían prácticamente lo mismo: lo siento mucho, siquiera se salvó y condeno toda violencia. Sí, condeno toda violencia. Lo mismo que dicen cada vez que los vándalos destruyen una estación de Transmilenio, tumban un monumento o intentan quemar vivo a un policía.
Y qué tal esas “eminencias” que no fueron capaces de ocultar su hipocresía y en sus mensajes de solidaridad fingida ni siquiera se referían al atentado al presidente sino al atentado al helicóptero.
Tal vez el primero en cometer ese error fue el presidente Duque cuando salió, a los cinco minutos, a declarar que los responsables tenían que ser el narcotráfico, el terrorismo y el crimen organizado. Exactamente los mismos a quienes señalan como responsables de los bloqueos y los destrozos que vienen cometiendo a donde les da la gana.
No obstante, al final resulta siendo todo tan absurdo como desconocer las diferencias descomunales que existen entre quemar un bus y ejecutar fríamente el atentado contra el presidente de un país. En el primero puede haber por detrás ira, torpeza, brutalidad, estupidez, drogadicción, embeleco, terrorismo, seudorrevolución; pero en la segunda hay cálculo político e intencionalidad política, por definición.
Yo no sé si esta vez el gatillo lo apretó un narcotraficante o un sicario, si fue un neofarc o un aventajado militante del nuevo movimiento que llaman las primeras líneas, y eso en el fondo es lo que menos importa. De antemano se sabe que cualquiera de ellos pudo ser y que cualquiera de ellos habría estado encantado de poderlo hacer.
El problema de fondo es que todas esas expresiones de la barbarie que pudieron apretar el gatillo lo hicieron a propósito del crecimiento y el alebrestamiento que solo han podido conseguir bajo el amparo de la polarización política desbordada que nos abruma.
Es que esto que estamos viendo ahora no lo vimos ni en las peores del narcoterrorismo de Pablo Escobar. Escobar era un tipo sin límites ni agüeros que sabía que su herramienta fundamental era el terror pero, aunque llegó a niveles agudos de infiltración de la política y el Estado, él también sabía que su salvajismo no podía esperar ningún tipo de solidaridad social ni ninguna expresión de apoyo político partidario o parlamentario. Para él todo era a punta de bala.
Lo que está pasando hoy es totalmente distinto. Hoy cuanto criminal hay se siente legitimado para atacar al Estado y a la población que se le oponga, todo esto bajo la sensación de que cuentan con el amparo de fuerzas políticas que tienen senadores y representantes y candidatos presidenciales que no hacen más que repetir que hay que acabar con todo y con todos los que nos parecen delirantes sus decires.
No puedo dejar de cogerme la cabeza con las dos manos para intentar explicarme cómo pudo el senador Gustavo Bolívar escribir el trino que escribió: “si no fue un autoatentado, condenamos enérgicamente cualquier intento de acabar con la vida del presidente Duque. Del uribismo nos encargaremos democráticamente en las urnas el 29 de mayo”.
No puedo dejar de cogerme la cabeza con las dos manos para intentar explicarme cómo pudo un senador de Colombia escribir ese trino. Lo único que se me ocurre es imaginarme lo que pudieron pensar los que hicieron el atentado cuando leyeron el trino del senador Bolívar.
Cómo es que el senador Bolívar no fue capaz de tener en cuenta los más mínimos deberes a que debió sentirse obligado en razón de las funciones públicas que tuvo que jurar respetar desde el 20 de julio en que empezó a ser senador.
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Cómo no entendió Bolívar que cuando intentan asesinar al presidente, están intentando acabar con la Constitución mediante la cual él también es senador
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Cómo es que no entendió que fue bajo la misma Constitución que lo eligieron a él senador que eligieron a Duque presidente y que por lo tanto cuando intentan asesinar al presidente, al mismo tiempo están intentando acabar con la Constitución mediante la cual él también es senador y su grupo pretende llegar a la presidencia.
¿Será que el senador Bolívar no ha podido entender que sus responsabilidades debiera de entenderlas como superiores en tanto él fue el cabeza de la lista que los llevó al Senado?
¿Será que el senador Bolívar no ha podido entender que sus responsabilidades debiera de entenderlas como mayores en tanto él ejerce como segundo al mando del movimiento que busca elegir a un candidato a la presidencia?
¿Será que al senador Bolívar no puede caberle en la cabeza que su obsesión por las urnas del 29 de mayo no es la prioridad de la inmensa mayoría de los colombianos?
Como mínimo, el senador Bolívar debería entender que, por lo pronto, la gran preocupación de la inmensa mayoría de nosotros los colombianos es que no nos acaben el país antes de que podamos llegar a decidir en verdadera democracia esas urnas del 29 de mayo.