La globalización de la tecnología y la información ha traído cambios radicales a la cotidianidad de toda la humanidad, más aún con la pandemia que ha sumido a la gran mayoría de la población mundial en confinamiento.
Este confinamiento se convirtió en un espacio único para la aceleración en el uso de herramientas digitales, no solo para el trabajo, sino para el ocio y el entretenimiento, en este caso como elemento casi terapéutico frente a la cantidad de estrés y angustia que se ha generado el enfrentarse a la dramática situación que el COVID-19 ha generado.
Ante estos cambios, muchas líneas en las empresas de entretenimiento se han ido quedando rezagadas y superadas por las nuevas tecnologías, entre ellas la televisión.
Las plataformas digitales han destruido por completo el uso de medios físicos como el DVD para la visualización de contenido digital y la televisión tradicional empieza a tomar el mismo camino. Aunque era evidente el deterioro que la televisión tenía tanto en el mundo como en nuestro país, la falta de alternativas aún mantenía altos los ratings.
Sin embargo, la llegada de internet y la difusión masiva de este ha ido despedazando poco a poco dicha recepción. Tener el poder de elegir el contenido a consumir según nuestros gustos y aficiones, en lugar de sentarse a esperar que la caja arroje algo mejor que un viejo programa de fingidos problemas familiares, es definitivamente una ventaja hasta educativa.
Es clara la debacle que los grandes canales nacionales e internacionales viven hoy en día. La migración desesperada a las plataformas y el uso de redes sociales para promover sus pobres y pocas producciones lo demuestran a gritos. Ha llegado el fin de los grandes imperios televisivos y será ahora la libre comunicación la que reine, libre hasta donde se le puede llamar bajo una sociedad donde la libertad será siempre una utopía.