A falta de unos días para que en Colombia y en buena parte del mundo se le dé rienda suelta a la satisfacción progresiva e inteligente de los desesperados reclamos por libertad de producir y ganar por parte de los grandes empresarios, de comprar, endeudarse, pagar y sobrevivir por parte de la ahora sí reconocida y aceptada nueva pobrecia globalizada, es bueno reflexionar sobre el futuro próximo y mediato de la humanidad, en medio de la apertura de todo el sector productivo y el mercado, aún en plena pandemia del COVID-19 y en el escenario de pospandemia.
Ahora que se ha evidenciado plenamente que la ineficiencia o la falta de interés de los gobiernos, como los del señor Duque, Trump, Bolsonaro, Johnson y demás, no permitió poner a salvo, de manera decidida y eficiente, el bienestar, la salud y la vida de sus gobernados, excusados en el prurito neoliberal, según el cual, lo único que asegura la vida humana es la economía, sobre todo en un modelo de mercado libre y salvaje, se hace indispensable entonces advertir sobre un muy posible escenario de manipulación masiva de las personas, aprovechando la actual crisis sanitaria y económica global, en aras de imponer un nuevo orden mundial, que asegure por un tiempo más, el control del poder político, pero sobre todo, económico, de las actuales élites mundiales.
Una vez llevada a cabo la correspondiente etapa del experimento social, quienes realmente detentan el poder continuarán con la implementación de las estrategias y políticas públicas necesarias, que les permitan profundizar los planes de interconexión digitalizada y de recolección de información personal, ahora sí a nivel global, lo mismo que el refinamiento de las tecnologías de administración de estos macro datos (big data), en aras de ir allanando el camino para la edificación del nuevo panóptico mundial.
Ver: Pandemia y experimento social (I) y Pandemia y experimento social (II)
Más allá de las discusiones acerca de lo que quiso decir don Michael Foucault acerca del biopoder o la biopolítica, en medio de sus clases en los años setentas del siglo pasado, lo cierto es que su predicción acerca de un orden social internacional en el que la normalización de la sociedad estaba cerca a través de mecanismos de vigilancia y autocensura se ha confirmado recientemente, en un escenario de crisis y de entropía social casi perfecto. Este escenario, desde el punto de vista de quienes detentan el poder, permite sentar las bases de ese nuevo panoptismo del que hablaba, don Michael, mucho más cuando las generaciones X, millennial y centennial decidimos de manera voluntaria, en medio del paroxismo de la novedad y del consumismo, ir entregando tanto información como voluntad, a los dueños del poder, vía internet por medio de nuestras inteligentes prótesis electrónicas o smartphones, que llaman.
Reincidentes, como somos, aún hoy, no hemos sido capaces de entender las alertas que el mismo sistema nos ha brindado. Para no ir muy lejos, para el común de los ciudadanos de a pie del mundo entero, el caso de Cambridge Analytica parece estar más relacionado con la serie de ciencia ficción de los Archivos X que con el caso verídico de uso abusivo de los datos personales de millones de usuarios, que hizo Facebook: primero en la campaña a favor del Brexit en el Reino Unido y luego en la candidatura y posterior elección como presidente de EE. UU. de don Donald, no el pato sino Trump. En ese mismo sentido, vale la pena traer a colación el caso chileno, en el que, al menos en dos episodios, se filtraron datos bancarios, cuya información circuló en internet, evidenciando una vez más la dudosa responsabilidad que tienen las empresas privadas en el manejo de los datos personales de miles de usuarios, reunidos y manipulados en la famosa big data.
El manejo, pero sobre todo, el miedo al contagio del COVID-19 le ha permitido a varios gobiernos alrededor del planeta continuar con la recopilación masiva de datos personales, con fines sanitarios y de prevención de la pandemia, lo mismo que un pormenorizado control de la movilidad y de paso de las costumbres de las personas, quienes asustadas por la pandemia decidieron permitir esta, bien intencionada, intromisión en sus vidas, mediante la descarga y utilización de las aplicaciones relacionadas con el control del contagio.
Este proceso que, como se mencionó en párrafos anteriores, ya ha venido siendo implementado en sectores estratégicos de la sociedad, con el fin de usar eficientes algoritmos para identificar tendencias de consumo, políticas y de comportamiento, viene dejando a los noveleros y esnobistas usuarios de las tecnologías de las telecomunicaciones, que terminamos siendo todos, a expensas de los invisibles manipuladores de sus vidas, quienes a través de efectivos, constantes y depurados mensajes han venido determinando qué comprar, qué comer, qué vestir, dónde recrearse, qué ver y oír, por quién votar, a qué decir que no o sí.
La crisis social y económica, achacada a la pandemia, se presenta ahora como la oportunidad de oro para profundizar aún más los mecanismos de gestión de las vidas, de la nueva y enorme pobrecia mundial, ya no por parte de los gobiernos, sino directamente por los verdaderos dueños del poder. Aprovechando tasas de desempleo disparadas a nivel global y la apremiante necesidad de acceso al empleo, los agentes gubernamentales del poder, en pleno acuerdo con sus patrocinadores, le dan rienda suelta a su anhelada orgía de reformas sociales, no en aras de velar por el bienestar de la nueva pobrecia, sino para implantar reformas laborales, pensionales y educativas, que les permitan reducir gastos y aumentar la ganancia, aprovechando las facilidades de manipulación social que les brinda la administración de la big data.
Finalmente, esta gestión de vidas también le permite a los ocultos carceleros del panóptico mundial controlar en línea las 24 horas del día todos los aspectos de la cotidianidad ciudadana, a fin de lograr lo que planteaba Foucault en su teoría del panoptismo: aislar a cada ciudadano en su aparentemente confortable y humano aislamiento, de modo que paulatinamente se siga rompiendo la escasa cohesión social de aquellos grupos defensores de derechos humanos, ecologistas, indígenas, afros, campesinos e intelectuales que insisten en agruparse para escapar de este panóptico virtual globalizado para hacer eso que desea todo el mundo: vivir.