Érase una vez un hombre salido de la profunda provincia colombiana, hecho a pulso, que supo hacerse un lugar en medio de la excluyente, muy mestiza (aunque les cueste aceptarlo), implacable y arribista oligarquía colombiana, recogió las banderas del martirizado Luis Carlos Galán, fue elegido presidente de este eternamente convulsionado país, secretario general de la OEA y jefe indiscutido del Partido Liberal...
Más allá de sus muy humanas falencias, César Gaviria Trujillo supo transformarse en un referente político e ideológico -un estadista- en un país predestinado a liquidar, canibalizar y defenestrar a sus grandes líderes.
Por ello, no deja de ser extrañamente doloroso (o una suerte de vergüenza ajena) ver cómo ahora, olfateando impasibles el final de su dilatada performance vital en el ejercicio del poder, tirios y troyanos le dan la espalda inmisericordemente, culpándole sin sonrojarse (precisamente aquellos a quienes él supo promover a las altas esferas del poder nacional) de ser -junto a Uribe- uno de los grandes males y cánceres de este país, y aunque pueda parecer muy dura esta expresión es exactamente así como lo están tratando.
Así las cosas, personajes como Juan Fernando Cristo (alias "el enmermelado motilón"), Sergio Fajardo (alias "Hidroituango"), Humberto de la Calle (alias "Habana"), los "hermanitos" Galán (quienes deberían despojarse de ese apellido del que no heredaron ni la facha ni el carácter), Alejandro Gaviria (alias "Chuky 2") e Ingrid Betancourt (la misma que demandó a todos los colombianos por más de 5.000 millones de pesos culpándoles de su secuestro fariano), no han hecho más que tirarle todas las puertas al expresidente en las narices y expresar a grito herido ante todos los colombianos que este no tiene cabida alguna en sus "impolutos y angelicales" proyectos políticos, por ser quien es y lo que ha sido.
Semejante tratamiento de "paria" (que es muy similar al que le aplican a Uribe) para un hombre que -pese a sus evidentes e inexcusables errores- ha sido uno de los hacedores de la Colombia moderna constituye no solamente una severa y demoledora condena pública, sino además un contrasentido, puesto que quienes ahora lo acusan y difaman son iguales o aún peores en cada una de sus prácticas pasadas y actuales que aquel a quien están asesinado moralmente.
Las últimas declaraciones proferidas por Juan Fernando Cristo e Ingrid Betancourt luego del ya famoso cónclave en las que han reiterado con actitud desafiante y revanchista (y con risible tufillo de victoria anticipada) que César Gaviria no tiene la más mínima cabida en la desde ya viciada Coalición Centro Esperanza (aún a pesar de que en una reciente entrevista dada a revista Semana el expresidente no cerró las puertas a brindarle un eventual apoyo a Alejandro Gaviria si este llegase a ganar la consulta de dicha coalición) son abiertamente humillantes, francamente incoherentes.
Pero son declaraciones evidentemente esperables dada la calaña de quienes ahora pretenden levantarse como censores omnipotentes de lo que es ético, honorable y limpio en este país de primates sofisticados. Hay que decirlo sin falsa corrección política: la tan publicitada "Coalición de Centro Esperanza" no es más que un contubernio insípido de ególatras sepulcros blanqueados.
Es cierto que César Gaviria Trujillo ha entrado inexorablemente en el nadir de su poder y liderazgo, empero, dados su talante y fortaleza demostrados con creces durante los últimos cuarenta años de vida pública, lo mínimo que cabría esperar es que el expresidente sepa retirarse con dignidad y la frente en alto, sin dejar como última memoria a los colombianos la de un estadista decadente que, en su ocaso, terminó suplicando de rodillas a sus verdugos morales que tuvieran la bondad de permitirle brindarles su postrero y cada vez más irrelevante apoyo.
El tiempo dirá...