El indígena ecuatoriano que puso en jaque las artesanías de Boyacá

El indígena ecuatoriano que puso en jaque las artesanías de Boyacá

La llegada de la camioneta de don Rafael, cargada de mercancía china está acabando con el trabajo artesanal en Chiquinquirá, Ráquira, Tunja y Villa de Leyva

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diciembre 31, 2019
El indígena ecuatoriano que puso en jaque las artesanías de Boyacá

Después de haberle dedicado más de 30 años al Ejército, don Juan Gómez decidió regresar a Nobsa, Boyacá, el pueblo del que salió buscando un futuro distinto al que su familia siempre se vio condenada. Desde que tiene memoria, don Juan creció entre lanas de ovejo y viendo a sus papás tejer pacientemente las ruanas que todas las semanas intentaban vender a los campesinos del pueblo. De su papá, Jairo Gómez, un líder ruanero que fue capaz de organizar a otros artesanos para trabajar conjuntamente, aprendió el arte de tejer las prendas típicas del departamento. Su juventud la pasó entre el colegio y el taller familiar, hasta que se enlistó en el Ejército para convertirse en enfermero.

Hace 4 años, don Juan encontró en el oficio familiar el mejor sustento económico para pasar los últimos años de su vida de la misma manera como la había comenzado. Junto a su esposa, Lucía Bohórquez, montaron un taller en la calle principal de Nobsa y un pequeño local comercial para vender las ruanas, los gorros y los sacos con los que se ganan la vida. Sin embargo, en los últimos dos años el negocio comenzó a estancarse. Por las calles del pueblo, las tradicionales prendas dejaron de ser las más populares para ser reemplazadas por productos chinos.

Don Rafael, un indígena ecuatoriano venido al país buscando un lugar dónde comercializar las artesanías de su pueblo Otavalo, encontró en Boyacá el mejor lugar para levantar su emporio. Rápidamente abandonó los productos del Ecuador para reemplazarlos por ruanas y sacos de manufactura asiática. Cada 15 días llega a la calle principal de Nobsa en su camioneta atiborrada de bolsas y telas que vende como si fueran pan. Haciendo sonar el pito erráticamente, anuncia su llegada para que los campesinos y vendedores como Juan Gómez corran hacia él a comprarle los $ 50 millones que trae en mercancía.

El poderoso comerciante ecuatoriano vende casi todo al por mayor y con crédito a quienes no tengan el dinero en efectivo para pagar. Cada ocho días envía sus emisarios a cobrar la cuota en los negocios, para de nuevo abastecerse en San Victorino, donde trabajan unos 250 chinos en los 2.500 locales que tiene este gran barrio comercial en Bogotá. Después, y con la mercancía lista, se da un recorrido además de Nobsa, por los municipios de: Chiquinquirá, Ráquira, el Pueblito Boyacense, Tunja y Villa de Leyva.

Al principio don Juan intentó resistirse a la embestida de los productos chinos que invadieron las tiendas de Nobsa. No estaba dispuesto a perder la tradición familiar por unos pesos de más. Aunque a un gorro de lana de oveja, que tardaba dos horas en hacer y que vende en $10.000, solo le ganaba $1.500, prefería mantener activo el taller con su esposa.

Sin embargo, no pudo hacerles frente a los otros artesanos que cambiaron sus productos tradicionales por mercancía china. Al mismo gorro, pero hecho con hilos sintéticos, se les puede sacar hasta $5.000. El volcamiento hacía los productos chinos también influyó en los compradores, que ahora prefieren un chal de $25.000, más suave y liviano por los materiales con los que está hecho, a la conocida ruana de lana de oveja de $50.000, que es más áspera y pica al contacto con la piel. Por cada cinco chales, se vende una ruana a la semana con dificultad. Y aunque estos últimos sean de mayor calidad por el proceso de tejido, fileteada y la apertura del hueco, los artesanos tienen claro que la mayoría de clientes no les interesa la calidad sino el precio.

Con la apertura económica entre China y Colombia, los tejidos sintéticos,  la cerámica y los demás productos de plástico superan las ganancias frente a los fabricados localmente con lo cual los comerciantes la tienen clara a la hora de escoger que vender. Los artesanos buscan ampararse en los festivales y ferias de productos autóctonos. Incluso han empezado a asociarse para sacar sus productos a ferias nacionales e internacionales o convencer entre los turistas el valor de las artesanía producidas localmente.

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