El Inca y el conquistador llegaron a París

El Inca y el conquistador llegaron a París

Exposición en el Museo del Quai Branly sobre Atahualpa y Francisco Pizarro

Por: MH Escalante
julio 27, 2015
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El Inca y el conquistador llegaron a París
Foto: tomada de espanol.rfi.fr

Una armadura como las que habrían portado los conquistadores españoles cuando llegaron a América y una maqueta en tamaño natural del tipo de caballo que habrían utilizado para avanzar por territorios conquistados, sirven como elementos de introducción a la exposición “El inca y el conquistador”, del Museo del Quai Branly de París, abierta hasta finales de septiembre.

Luego de la exposición que le dedicó Londres a Moctezuma y que fue muy visitada, París abre ahora una no menos interesante sobre Atahualpa, su homólogo en tierras del sur, y aunque esta muestra se refiera al primer encuentro entre el Inca Atahualpa y el conquistador Francisco Pizarro y que incas y aztecas merezcan una atención por aparte, no se puede negar la total similitud en el trágico fin que tuvieron los dos: así como hubo un Hernán Cortés para Moctezuma, hubo un Francisco Pizarro para Atahualpa.

La conquista de los dos grandes imperios prehispánicos ocurrió hace 500 años, pero volver a ella es sentirse en el fragor de los acontecimientos. Todavía siguen en nuestro imaginario las heridas que abrió esa epopeya española, hasta hoy se pueden observar y vivir sus consecuencias.

En el caso de la conquista del Perú que ahora nos recuerda el Museo del Quai Branly, se pueden hasta escuchar por las salas de exposición los clamores del Inca Atahualpa, pidiéndonos que se hable de las cosas o de los sucesos que este gran soberano probablemente tardó en comprender.

El 16 de noviembre de 1532 en la plaza fortificada de Cajamarca, el Inca Atahualpa y el conquistador español, Francisco Pizarro, se encontraron por primera vez, y en ese encuentro se selló la caída del Imperio Inca y el triunfo en América de Carlos V, soberano del Sacro Imperio Romano Germánico.

Aunque se refiera en forma concreta al primer “cara a cara” que tuvieron los dos hombres, lo que también pretende esta muestra es darle la palabra a los vencidos, lo explica la curadora de la exposición, Paz Núñez-Regueiro. Pues de ese encuentro que fue más bien un desencuentro, han escrito mucho los vencedores. La principal victoria de la Conquista fue esa: dominar e imponer a pueblos enteros una sola lengua, el español, y escribir versiones propias sobre los acontecimientos sucedidos, en especial con los incas, que a diferencia de los códices de los aztecas carecían de escritura. A la prodigalidad de palabras de los españoles se antepone el silencio que sumió a los incas.

¿Qué sucedió el 16 de noviembre de 1532? Ese día el gran Inca Atahualpa aceptó la invitación de un hombre que se había visto avanzar por su imperio, acompañado de un grupo de hombres del mismo origen y de algunos indígenas, que al parecer aceptaban las ofrendas y atenciones que les hacían sus sujetos y que para esa hora habían terminado por instalarse en Cajamarca.

Atahualpa estaba descontento con las quejas que le llegaban de aquellos, le decían que las actitudes de esos hombres eran incómodas, que abusaban de la confianza de la gente, que tomaban sus animales y sus alimentos, que se instalaban en sus viviendas… Atahualpa decidió que era el momento de ver al fin el rostro de ese personaje que no venía de ninguna región de su imperio de 4.000 kilómetros de largo y ancho, y pensó que en la plaza de Cajamarca estaría protegido por la configuración del lugar y la presencia de sus guerreros.

Pizarro, que ya tenía referencias precisas del soberano inca, había tenido la iniciativa de hacerlo ir hasta la plaza de Cajamarca con la idea de apoderarse de él en un lugar excepcional, los accesos a la fortificación podían ser bloqueados con pocos de los 180 hombres que lo acompañaban. La idea era encerrar el cortejo del Inca, no dar tiempo a sus guerreros para atacar, y apoderarse del soberano bajo cualquier pretexto, el irrespeto de la biblia por ejemplo, mostrarle una biblia y hacer que cometa el sacrilegio de no comprenderla para darle un argumento legal a su captura.

Cuando Atahualpa entra en la plaza de Cajamarca sentado en su trono de plumas, oro y plata y portado por sus servidores y seguido por centenares de guerreros, los españoles ya habían tomado posición de la plaza en puntos estratégicos. Pizarro aplicó el plan al pie de la letra, mandó al sacerdote Vicente de Valverde acompañado de un intérprete con una misión precisa según la leyenda que sirve para presentar el cuadro “la captura de Atahualpa” que imaginó el artista peruano Juan Lepiani en 1920 y que se puede ver en esta exposición.

Por medio de un requerimiento escrito se le pide a Atahualpa su sumisión al rey de España y a la fe cristiana. El discurso del monje habría exasperado al Inca, que pidió ver la biblia que este enarbolaba. Atahualpa tomó el objeto y, lleno de cólera, lo botó al piso y le exigió al monje que devuelvan lo que sus hombres habían tomado sin permiso, a lo largo de su desplazamiento por el imperio. El monje se llenó de pánico y pidió a Pizarro que interviniera.

En un dos por tres, Pizarro y sus hombres entraron en acción con rapidez, astucia y desenvoltura. El hombre montado en “un gran lama”, hizo uso de una gran destreza y se apoderó del Inca tomándolo por el brazo. El hombre-dios quedó atrapado, perdió el equilibrio, cayó de su trono, quedando de paso reducido al nivel de un simple mortal ante la mirada atónita de su pueblo.

Para el historiador francés Bernard Lavallé, autor de una biografía sobre Francisco Pizarro a partir de textos de finales del Siglo XV y principios del XVI y que participa en el contenido del excelente catalogo que acompaña a esta exposición, los incas vivieron la captura de Atahualpa con un asombro desmesurado. Guerreros y servidores se quedaron tetanizados ante la osadía de los intrusos. Las armas de fuego, el estallido de las municiones, el relincho de los caballos, el ladrido de los dos o tres perros de guerra que se acostumbraba a llevar para asustar a los indios y los gritos de unos y otros, contribuyeron a que un puñado de españoles se apoderara del “Hijo del sol” sin que nadie opusiera resistencia. La captura de Atahualpa hizo que los incas perdieran para siempre la concepción que tenían de su propio universo.

Lavallé sostiene que era impensable para los indios de Cajamarca que alguien osara acercara a su inca, que lo hiciera caer de su trono y que lo sometiera. Esa incredulidad les hizo perder de vista la necesidad de defenderlo y atacar. La primera reacción de Atahualpa una vez humillado fue tratar de comprender a los españoles. Más tarde cuando ya era el prisionero de Pizarro, intentará comprar su libertad señalando con su brazo derecho la altura hasta la que podría llenar de oro y plata la pieza en donde lo encerraron hasta el día de su muerte.

Además de recordar los inicios de la Conquista del Perú, la muestra del Museo del Quai Branly recuerda también la guerra interna que libraba Atahualpa cuando Pizarro entró en su imperio.

Atahualpa disputaba el trono de su padre Huayna Cápac a su hermano Huáscar, a pesar de que el soberano había decidido que fuera éste el que lo sucediera después de su muerte, ocurrida a causa de la viruela que había llegado a Cuzco pocos años antes de Pizarro.

Cuando Pizarro se encuentra con Atahualpa hacía tiempo que éste había dejado la ciudad sagrada de Cuzco, - aunque su nacimiento se sitúa en Quito hacia el año 1500-, para dedicarse a sus campañas de anexión de los belicosos Pastos y Quillacingas asentados en el norte del Imperio. Aquellos que le resistieron aprendieron a conocer su carácter distante, frio y decidido, castigaba con la tortura y la muerte la desobediencia, aunque también se cuenta que ante los Pastos sufrió una derrota aplastante y que por orgullo no quiso volver a pisar Cuzco. No obstante el Inca tuvo mucho más tiempo para odiar a su medio hermano Huáscar que a los españoles, a quien mandó a matar cuando ya estaba bajo el poder de Pizarro.

Atahualpa el aguerrido, cuyo nombre significaría “gallina”, pero que para el cronista de la época Garcilaso de la Vega, era sólo una mala interpretación debido a un error de pronunciación, según lo cuenta ahora la historiadora Carmen Bernard, en el catálogo de la exposición - habría mostrado otra faceta en sus pocos meses como prisionero. Los testimonios hablan de las noches en que Atahualpa jugaba al ajedrez con Hernando, el medio hermano de Pizarro, mientras que el conquistador andaba concentrado en una pregunta existencial: qué hacer con el Inca, matarlo, reducirlo al rol de inca fantoche o instaurar otro… Los relatos hablan de un Atahualpa jovial, refinado, rodeado de bellas princesas incas y sirvientes que quedaron a merced y al servicio del conquistador una vez que éste pasó por el garrote español.

El 16 de noviembre de 1532 culminó el gran desafío de Pizarro, ver con sus propios ojos al soberano de un imperio que él había buscado sin saber con certeza si existía. Para Pizarro, que los relatos de la época describen como un hombre bien parecido, alto, fornido, dueño de una capacidad de liderazgo, de buenos modales, ponderado o en todo caso menos arrebatado que otros conquistadores afectados por el exotismo de la jungla, era la recompensa a largos años de lucha por ganarse un espacio en la buena sociedad de España. Entre expedición y expedición, su vida se resume a sus más de 20 años de aventurero y forajido desde el día en que siendo un jovencito sin dinero ni abolengo dejó su Extremadura natal para buscar la gloria que ya estaba dándole a otros el descubrimiento de América.

Pizarro llegó primero a las costas de la osla La Española en 1502, pero no se quedó ahí; decidió irse a Panamá desde donde podía emprender campañas de exploración hacia el sur, - el norte ya estaba “hecho” por su contemporáneo Hernán Cortés, así que escogió el Océano Pacífico acompañado de los pocos hombres que le asignaron y a los que tenía que convencer todos los días para que continuarán junto a él en el descubrimiento de algo que no tenía nada que ver con una simple quimera.

Su encuentro con el gran Atahualpa estuvo precedido por otro más determinante. Sucedió un día cuando navegaba por las aguas del mar que bañan las costas del norte de la que ahora es la República del Perú. Ese día el conquistador o sus compañeros divisaron una pequeña chalupa en la que viajaba un grupo de indios que llevaba “objetos de oro de gran belleza, piedras preciosas y finos textiles…” dice la historia.

Esas serán las pruebas que Pizarro aportará al Emperador Carlos V en el viaje relámpago que hizo de Panamá a España para convencerlo sobre la validez de su empresa conquistadora. Su idea era localizar un reino que trabajaba el oro y que se hallaba hacia el sur de Panamá, de ahí su trashumar por las costas del Pacífico, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, a lo largo del litoral de la que ahora es la República de Colombia.

El encuentro de Atahualpa y de Pizarro se saldó con una ola de violencia: La captura y la condena a muerte por pretextos fútiles del Inca Atahualpa, la caída y la ruina del Imperio Inca y finalmente la consolidación de la conquista del Perú por un puñado de hombres pagados por la corona española.

Nueve años más tarde en esas mismas tierras Francisco Pizarro, que ya rondaba los 50 años de edad, será asesinado por sus propios compañeros de armas en la guerra de clanes que se desató después de haberse visto cantidades de piezas de oro que nunca más nadie volverá a ver. Aunque haya salido mucho oro ya elaborado desde Perú hacia España, el tesoro de Atahualpa se acabó con él.

Un centenar de obras precolombinas e hispánicas cuya escogencia se caracteriza por un gran eclecticismo, se ve desde una túnica y un trono incas, vasos funerarios, armas de fuego, municiones, armaduras, grabados de la época hasta pinturas del periodo colonial y moderno peruanos y decenas de relatos de la Conquista recopilados en libros preciosos editados en talleres de Francia, Alemania e Italia entre los siglos XVI y XIX, dan cuenta de este encuentro que se gestó durante veinte años en los cuales el conquistador Francisco Pizarro y el conquistado Inca Atahualpa se prepararon a lo que sería mejor definir como el choque de dos imperios o la unión de dos civilizaciones.

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