Uno de los grandes atractivos de mi casa paterna en Candelaria (Valle) es la biblioteca. Manos cuidadosas y cerebros valiosos no solo han ayudado a conservarla, sino también a nutrirla. Cumplir la cita con libros que devuelven a etapas vividas y a presentes continuos genera sensaciones siempre gratificantes que se elevan al hallar entre las páginas apuntes, fotos, postales, recortes y hasta subrayados que se convierten en pistas propias para un Sherlock Holmes capaz de coser detalle a detalle hasta armar el rompecabezas.
Uno de sus imanes es que no está clasificada por temáticas, aunque no se puede negar que hay coincidencias. Por ejemplo, en la primera fila, en la parte de arriba, están gran parte de los volúmenes que conformaron una de aquellas inolvidables colecciones publicadas a precios bajos por el entonces Colcultura y el Ministerio de Cultura en asocio con algunas empresas. Cada semana salía un libro de literatos, ensayistas, poetas y narradores colombianos. Se vendían hasta en los almacenes de cadena de aquel entonces, entre ellos el Ley. Una experiencia que bien se podría repetir ahora cuando se habla y se promete tanto sobre "el cambio".
La Colección de Colcultura, en papel periódico, nos permitió a miles de colombianos reconocer a autores connacionales, desde los costumbristas hasta los vanguardistas o de avanzada, sin olvidar a los que estuvieron proscritos en algunos momentos de sus vidas, entre estos Vargas Vila. La colección en sí ya es historia y conservarla un tremendo logro. Estoy seguro de que muchos lectores también la tienen entre sus bienes más preciados. Es una lucha que le vamos ganando a las polillas.
De esta biblioteca casera igualmente hace parte la Colección Nobel, conformada por obras del iluminado Gabriel García Márquez y que fuera publicada por la editorial Oveja Negra, la misma que también se puso en el mercado a precios módicos. Allí me encontré con Ojos de perro azul, un cuento poco mencionado por el propio Gabo, pero que sirve para corroborar que el rey del realismo mágico estuvo tentado por el subrealismo. Una colección inolvidable.
En medio de tantos libros y piezas del rompecabezas, hay que recordar que se contaba con empresas que vendían libros a plazos, lo cual facilitada la adquisición, siendo la más conocida el Círculo de Lectores. Por mucho tempo estuve inscrito. Su revista promocional era imperdible y leerla una delicia... Se sumaban vendedores que iban a las empresas, especialmente a los periódicos, a vender colecciones y libro sueltos muy atractivos. Esos libreros eran conocedores de fondo, verdaderas "bibliotecas humanas". Muchos profesores también les deben estar agradeciendo y extrañando.
Yo no olvido que gracias a un acucioso y muy lustrado librero de maletín pesado pude comprar y leer La muerte en el arrozal, una serie de crónicas sobre la guerra en Indochina y Vietnam. Una reliquia que tuve el error de prestar.
Y hablando de compras a libreros, menciones especiales para dos libros: Fotografía profesional avanzada y otro sobre producción de cine. Producto de estas adquisiciones están los dos tomos de Mil y un libros, escrito por los muy ilustrados Luis Nueda y Antonio Ospina, en su quita edición. Se trata de resúmenes muy bies escritos sobre una selección de libros que dejan huella en la humanidad. Cautiva desde el prólogo cuando Luis Ospina explica por qué dejó por fuera ciertas temáticas y producciones. ¡Tremenda delicia!
Lo cautivador de Mil libros es que los resúmenes están también escritos que terminan motivando a leer los textos mencionados allí, pues se entra a ellos conociendo el contexto en que fueron escritos y publicados. Sin duda que es libro motivador de motivadores, pues los lectores no quedamos saciados, sino con muchos deseos de encontrarnos con los mencionados.
Así se van consumiendo las horas cuando se llega a esta biblioteca casera y lo mismo les debe suceder a ustedes. Cada libro tiene su propia historia y las llaves para abrir la memoria de quienes se sumergen en ellos, al igual que aquellas piezas incrustadas entre sus páginas. Por ejemplo, en mi cita de fin y comienzo de año en medio de páginas, me encontré con una caricatura sobre cómo me veía algunos añitos atrás el gran Luisé, Luis Eduardo López; también con una postal enviada desde una mítica ciudad de Estados Unidos por Héctor Fabio Salazar, a quien conocí como reportero gráfico en El País de Cali. La postal data de 1983.
Espero con este escrito recordarles la importancia de las bibliotecas caseras, así en las viviendas haya cada vez menos espacio para ellas. Los libros son parte de nuestra vida y en cada página hay una historia por recordar y contar.