El humanoide

El humanoide

Mientras lavaba los platos, volteé a mirar, hacia el patio, y dada la inquietud que me embargaba, vi cuando el humanoide real entró y se sentó. Un cuento

Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
enero 12, 2022
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El humanoide
Foto: Pxhere

Es casi inefable la experiencia que acabo de pasar. Terminé de almorzar y fui a lavar los platos. Porque, eso sí, aunque un miserable y envidioso del barrio donde vivo diga que soy un mantenido, la verdad se equivoca de un tajo: yo soy el que mantengo a todos en casa. Aparte de lavar los platos, cocino, lavo la ropa, bueno, la meto en la lavadora y listo. O sea, soy el que las mantengo limpias y comidas a mi esposa y a mi suegra, así que el actor de un solo filme que me ha calumniado, creyendo como el Mesías que de la calumnia algo queda, puede irse a donde quiera: pues lo único que no cubro en casa es el arriendo. El que, por lo demás, pago con trabajo, juiciosamente, todos los putos, eh, benditos, días de mi vida.

Y así, de repente, yo que no creo en esas cosas, me acordé del humanoide que había visto en féisbuk (sic). Cuando volteé a mirar, hacia el patio, dada la inquietud que me embargaba, vi cuando el humanoide real entró y se sentó… ¡en el aire!, a mi lado, así nomás, sin avisar. Y como si el asunto no fuera conmigo, levanté los hombros y le dije: “¡Ayyy, no me asuste!”. Fue tal la impresión que eso tuvo en mí que, seguramente, al ver mi cara y sentir algo parecido a lo que yo sentía, al verme congestionado, rojo, casi con taquicardia, como dice mi esposa porque su hija Tatica la tiene cardiaca, el humanoide tuvo un infarto. Y ahí sí, cayó al piso, así nomás, tal vez por la gravedad: aunque la verdadera gravedad iba por dentro. No de él, sino de mí. La verdad no podía creerlo, como seguro ahora usted, querido lector, tampoco.

O, bueno, no sé si fue un infarto, porque desconozco de qué están hechos tales espectros, cuál es la sustancia de esos bichos. El pánico fue in crescendo cuando de su forma blanca, casi transparente, huesos largos, menos vértebras que las 32 normales, fue surgiendo una figura corpórea muy parecida al hijo de puta enano energúmeno, ese mismo con muchos nombres al que le dicen el Innombrable, el Mesías, el Paraco Mayor. Sobre todo los que están por fuera del país, a los que les tocó salir huyendo, porque el espacio no está para refugios, para escondrijos, para guardados. No sé cómo en medio de semejante terror se me ocurrió escribir un cuento, este cuento, porque esto es un cuento. ¿Cómo podría esperar alguien que esto no sea un cuento? ¿Acaso alguien está dispuesto a creer lo que aquí se narra? Quizás.

Aunque yo sea el único dispuesto a no ponerlo en duda, tampoco puedo decir que estoy contento. En todo caso, me asiste un consuelo: de una historia solo es verdad aquello que se cree quien la escucha. Desde hace días, meses, años, ha querido ir tomando cuerpo en mí, el miedo experimentado por cada uno de los más de 40 millones de fosacomunianos, porque los otros diez más son los que de manera simbólica o real aceptaron la media de aguardiente o el tamal o los 20, 30 o 50.000 pesos, dependiendo de quién haya sido el oferente, aunque todos ellos vengan de una misma raíz: de la del único que se resiste a cantar en este país. A cantar, digo, antes de que lo metan a la cárcel, por todos los delitos cometidos, por las más de 287 investigaciones en su contra, por todos los crímenes de lesa humanidad que ha cometido, por la conformación de grupos paramilitares.

Quizás esa sea la razón más poderosa por la que me encontré con el humanoide en la cocina. El mismo sitio en el que una escritora canadiense dice que mientras se lava platos a la vez se fragua/consuma un asesino: bueno, ahora soy un asesino más. Uno atípico, sí. Porque, vaya sabiendo, querido lector, que con el cuchillo con el que tantas veces pensé suicidarme en recuerdo de uno de los seres más queridos por mí en la vida, destacé sin reparo alguno al humanoide, se lo clavé innumerables veces, el cuchillo, sí, no vayan a creer que practico la necro/geronto/filia, pero debo decir que me costó mucho trabajo por tanto hueso: menos mal no sangró, porque hubiera arruinado su inmaculado, aunque algo deforme, rostro: en efecto, tenía la nariz en la frente, los ojos en la nariz y la boca no se le veía, quizás porque la tenía en el culo, mejor dicho, ahí la tenía y por eso es que, como si del mesías se tratara, el mismo que no ha hecho más que cagarla, pero como es tan vivo y tan colombiano, ha engalanado la mierda para que todo el mundo entre admirado y sorprendido diga, ¡qué lindo caga el señor! También espantaba a todo aquel que se le acercara o que apenas lo pretendía: lo peor era que espantaba al que ni pensaba en cercanías, la mayoría porque había tenido que irse a engrosar las filas de inmigrantes, víctimas a su turno de una inconfesa xenofobia institucional.

Al liquidarlo maté en mi conciencia, limpia de todo delito, al enano energúmeno que, por (i)responsabilidad tíosamesca, seguía ahí, cual dinosaurio. No uno literario/monterrosiano, sino otro hasta aquí real, asqueroso, maloliente. Mañana empieza mi juicio. Tengo la firme esperanza de que termine, como Ál Ochoíta, librándome de la cárcel, por vencimiento de términos, que no es sino dejar pasar el tiempo, jugando al póker o a las cabecitas o a hacerse el güevón, respondiendo en todo a los jueces “ay, José, así no se hace. Ay, José así no sé, ay, José así no, ay, José así, ay José, ayayay, ayayay, ¡cacorro!”. Sin embargo, todo hay que decirlo, cuando desperté, para mi desgracia y por causa de la (in)justicia, todavía estaba ahí. Así entendí por qué todos sus áulicos, jueces y prensa corruptos, le dicen el Eterno.

Pero, que no se confíe, porque de cualquier malla sale un ratón, y ya se sabe que la política está infestada de ratas, que estas son tan traicioneras como los políticos, que en ellos la traición no prospera, porque si prospera, deja de ser... En todo caso, tarde o temprano, la traición se consuma, aunque no prospere y si no que lo diga el mismo al que traicionó su mejor amigo, que no por Bruto, Marco Junio, era menos criminal que yo: aunque lo mío, y eso sí marca una diferencia con la terrible vigilia, fue en sueños. Por una buena causa, esa sí.

*(Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión. E-mail: [email protected]

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