La violencia no es más que el rasgo impertinente de los demonios que no han salido de un cuerpo caduco y enfermo, un cuerpo en paro, lacerado y resentido. La comunicación se ha ensordecido y la visión ha sido enceguecida. La distancia de ideas y criterios entre unos y otros cada vez es más distante y radical. No sorprende notar que algunos piden a gritos mano dura, autoritarismos y dictaduras, mientras otros exigen acceso gratis a bienes y servicios. Algunos exigen orden, otros oportunidades y dignidad.
Colombia está cosechando otra sociedad dividida; siempre a la gresca...
¿Cómo se pretende la vida en medio del histórico resentimiento social? La cohesión del paro es tan fuerte como la cohesión institucional. Cada paro trae consigo medios propagandísticos, divisiones médicas, líneas de resistencia y equipos jurídicos. Con el tiempo, la institucionalidad parece más débil y el paro parece más organizado. Los estallidos sociales no son más que el deseo impotente de aquellos que buscan ser escuchados. Algunos aprovechan la situación como descendientes de los saqueadores. Otros psicópatas solamente buscan satisfacer la repulsiva sed homicida y abusadora.
Un país genera un relato muy distinto al tiempo que otro país del mismo territorio advierte el nacimiento de viejos enemigos. No se puede ocultar el inequívoco hecho de la sensación de hambre. Tampoco los conspiracionistas se molestan en ocultar sus ánimos de expulsar organizaciones de derechos humanos. Pues cualquier enfermedad rechaza la cura. Los muertos nunca son suficientes ni nunca son sobrantes para dar a entender una situación. Los indiferentes e indolentes nunca muestran desaprobación hasta que son salpicados. Una y otra vez el ciclo colombiano de siempre.
Y ahí sigue, el huevo de la serpiente...