En 1977, el gran director de cine Ingmar Bergman dio a conocer al mundo la estremecedora película el Huevo de la Serpiente. Hoy, 40 años después, su mensaje tiene plena vigencia en el mundo y de manera especial para nuestro país.
La película trascurre en los años 20 en Alemania, donde ya se observaba el auge del totalitarismo nazi. Las duras y sobrecogedoras escenas que dan forma al Huevo de la Serpiente muestran cómo se fue sembrando, de muy diversas maneras, el miedo, las mentiras y el odio por parte del nazismo en el siniestro plan de implantar su orden en Alemania y el mundo entero. Una acción que se desarrolló ante los ojos de todos, realizada desde el propio Estado y a nombre de la ley y la defensa del orden, hasta lograr la aprobación y complacencia de la mayoría de la sociedad alemana de entonces. El huevo creció ante la mirada entusiasta de muchos. Solo unos pocos advirtieron de sus peligros. Cuando salió del cascaron se inauguró el horror de la guerra y de las huestes hitlerianas. Nadie pudo detenerlo, ya era demasiado tarde, el mal estaba hecho y su poder de destrucción no tuvo límites. El totalitarismo nazi dejó de ser una tentación, una amenaza, una gran marcha hacia el poder, un desvarío de un mesiánico y carismático líder, para convertirse en una dura realidad, en una guerra devastadora.
Los ingredientes del desastre que conducen al imperio del autoritarismo están también presentes en la sociedad colombiana.
El odio, la intolerancia con el otro, con el que piensa distinto, el desprecio por la vida de los sin nombre, el uso de la violencia para defender una causa política, la miseria y la exclusión como telón de fondo, todos estos “ingredientes” que observamos en las redes sociales, en las barras bravas de lado y lado, son el caldo de cultivo del autoritarismo y de la violencia. Es el huevo de la serpiente a la colombiana que estamos incubando en medio de la intolerancia y el fomento del odio.
El huevo de la serpiente crece ante nuestros ojos. Todos vemos crecer la corrupción ante la mirada complaciente de la Fiscalía y la justicia. El asesinato de centenares de líderes sociales en el último año no conmueve al nuevo gobierno, se limita a prometer recompensas e investigaciones para el olvido. Pese a la matazón la considera casos aislados. La tentación de ponerle conejo a la paz pactada forma parte del libreto de gobierno. La violencia y el terror han retornado con su estela de muerte y dolor, esta vez contra 21 jóvenes policías, perturba por unos días la modorra de nuestra singular democracia y nos convoca a una marcha de la cual salimos más divididos. Juntos pero no revueltos advierten las fracciones que asisten, cada uno elabora su propia interpretación de lo ocurrido. Los líderes carismáticos aprovechan la tragedia para acrecentar su poder y su ego en medio del dolor de las víctimas. La retaliación y las acusaciones mutuas son el pan de cada día en el mundo del Twitter.
En medio de la marcha contra el terrorismo o por la paz, aparece en escena el fachito que muchos colombianos llevan en su corazón. La godarria y la intolerancia contagian el ánima colectiva. La violencia física y verbal, la amenaza, la intolerancia, el desprecio por el otro, el anuncio de que habrá bala, el deseo de “pelar” al diferente, al que piensa y se viste distinto se expresa con toda su rabia. El cargado de tigre, tan colombiano, una vez más sale de su cueva para infundirnos miedo, para mostramos sus dientes y para recordarnos de que estamos hechos y de que somos capaces.
El huevo de la serpiente sigue creciendo entre nosotros, ilusamente pensamos que no pasará a mayores. Cuando decida abandonar su cascaron, tirando por la borda lo poco de legalidad que nos va quedando, puede ser demasiado tarde. Si seguimos como vamos nos pondrán a marchar bajo las banderas del autoritarismo, la seguridad, por el centro, sin desviarnos, sin chistar, sin rezongar.