Esta cárcel vertical refleja el infierno de las desigualdades. Tiene un número desconocido de celdas, que huelen a terror y a hambre, y que se comunican a través de un agujero rectangular. Un día cualquiera, Goreng, quien no es un criminal, sino un voluntario que ingresa a la prisión durante seis meses a cambio de un diploma profesional y que al principio utiliza como arma un ejemplar de El Quijote, se despierta en el nivel 48. Allí conoce a Trimagasi, un viejo mañoso que cumple una condena por un homicidio culposo y que hace alarde de su cuchillo autoafilante.
—¿El hoyo? —consulta Goreng apenas ve a su compañero de prisión.
—Sí, El hoyo, y estamos a primeros de mes. De modo que la pregunta es: ¿qué vamos a comer?—dice Trimagasi con sorna.
—¿Qué vamos a comer?
—Obvio, lo que le sobre a los de arriba
—¿Y quienes son los de arriba?
—Los del nivel 47, obvio.
Ahora Trimagasi habla sobre una plataforma con comida que desciende una vez al día por el orificio que está en la mitad, deteniéndose unos cuantos segundos en cada celda. Confirma que hay unos prisioneros (los de arriba) que comen mucho y otros (los de abajo) que comen poco o nada. Cada mes, asevera con cierta ilusión, los internos de El hoyo cambian de nivel por cuestiones del azar: cualquiera puede pasar de los “dolorosos” a los “gozosos” y viceversa. Bueno, también es posible que muera antes. A Goreng esta situación le resulta injusta, horrorosa. De manera que decide dialogar con los de arriba para que consuman unas porciones razonables y así todos puedan alimentarse, pero no le prestan atención, creen que está loco:
—Los de arriba no escucharán a un comunista —objeta Trimagasi.
—Entonces hablaré con los de abajo —dice Goreng.
Sin embargo, ellos tampoco atienden su llamado, creen que el desquite está cerca: en un abrir y cerrar de ojos pueden llegar arriba y tener vía libre para escupir y cargarse los alimentos de quienes estén en las celdas inferiores. Así que Goreng, iluminado por sus afanes de justicia, comienza a fraguar una revolución. El hoyo es la opera prima del español Galder Gaztelu-Urrutia: “…una película que te pregunta si vas a pasarte el día quejándote porque hay alguien más rico o egoísta”, indicó el director en una entrevista para Europa Prees. El guión, que proviene del teatro, fue escrito por David Desola y Pedro Rivero. Los diálogos estremecen, la música causa pavor y las actuaciones perturban, a veces irritan: Iván Massagué (Goreng), Zorion Eguileor (Trimagasi), Emilio Buale (Baharat), Alexandra Masangkay (Miharu).
El hoyo es un filme que tiene drama, suspenso, terror, una odisea angustiosa y putrefacta. Sus escenas retratan la crueldad humana: hambre, sangre, tripas. No, no se trata de una simple alegoría sobre la lucha de clases: “Puede haber una crítica al capitalismo desde el inicio, pero apenas Goreng y Bahara prueban el socialismo, intentando convencer a los prisioneros de compartir la comida, se ven obligados a matar a la mitad de esas personas”, dijo Gaztelu-Urrutia a El espectador. En efecto, El hoyo habla más bien sobre la ferocidad, las frustraciones y los egoísmos. Aunque es innegable que expone algunos aspectos políticos, su tema central es la condición irracional del ser humano, nuestra naturaleza violenta y mezquina.
Para vivir su fantasía revolucionaria, Goreng consigue un socio: Bahara, un negro fortachón, escandaloso y atormentado. Ambos están llenos de inconformidad y soberbia, su meta es mandarle un mensaje contundente a la Administración de El Hoyo: primero quieren que la comida alcance hasta la última celda, luego el objetivo es que una panna cotta regrese intacta al nivel cero y finalmente una niña saludable y misteriosa se convierte en el símbolo de la gesta. No obstante, Goreng y Bahara mueren después de asesinar a varias personas, exorcizar sus alucinaciones y poner la semilla de la sublevación. Bueno, así interpreto yo el final.
Gaztelu-Urrutia, al ser indagado por Digital Spy sobre el final de El hoyo, dijo: "Para mí, ese nivel más bajo (el 333) no existe. Goreng está muerto antes de llegar, y esa es solo su interpretación de lo que sintió que tenía que hacer". Mejor dicho, el director de la película considera que la niña no existe, que Goreng fue devorado por los demás reclusos antes de enviar el mensaje, y que su protagonista es un Quijote del futuro que alucina con sangre y tripas. Yo, que también suelo ser tan iluso como el caballero andante de La Mancha, creo que Goreng (y Bahara), como muchos de los mártires históricos, se valió de todos los medios para conseguir su fin, encontró el símbolo de su insurrección y dejó una leyenda que puede sacudir al pueblo. Por supuesto, Goreng alcanzó la gloria al fallecer, pues cumplió su verdadero propósito: más allá de que querer distribuir equitativamente la comida, deseaba convertirse en el ídolo del hoyo.