El horror que pasó quien arregló el cadáver de Pablo Escobar

El horror que vivió el empleado de la funeraria que arregló el cadáver de Pablo Escobar

Treinta años después de su asesinato, Omar Carmona contó del costo que pagó por meterse con el capo, quien muerto era tan peligroso como cuando estaba vivo

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junio 23, 2023
El horror que vivió el empleado de la funeraria que arregló el cadáver de Pablo Escobar

Después de las 2 de la tarde Omar Carmona se sorprendió cuando supo que acababa de caer en un tejado del barrio Los Olivos, donde estaba escondido en la que fuera su última caleta, Pablo Escobar, el hombre más buscado del mundo.

Como muchos colombianos, creía que el Jefe máximo del Cartel de Medellín era intocable. La noticia le llegó a Carmona en la Funeraria La Piedad, mientras arreglaba el cuerpo de Gustavito Gaviria, uno de los sobrinos favoritos del capo. Inmediatamente, las funerarias de Medellín se pusieron en guardia. Todas querían tener el discutible honor de arreglar al mafioso para la eternidad.

Ese día, 2 de diciembre de 1993, Carmona era uno de los pocos funcionarios de la Funeraria que estaba en servicio. Es que los casados se habían ido a un paseo de olla y a los solteros les tocó trabajar. Así que Carmona se va al anfiteatro del Hospital San Vicente de Paul cuando Hermilda Gaviria, la mamá de Pablo, decidió que los servicios funerarios los atendería La Piedad.

Así ingresó Omar y se encontró en la morgue a la mamá y a la hermana de Escobar. En la mesa estaba un señor gordo, de barba abundante y descalzo vestido como un hincha de Medellín cualquiera, humilde y anónimo.

Cuando Omar se acercó a verlo bien, pudo descubrir en el rostro al temible capo. Los policías que custodiaban el anfiteatro, miraban el cadáver con temor como si el hombre que tiñó de sangre el suelo de Colombia se fuera a levantar en cualquier momento. Así que lo quería llevar al laboratorio de La Funeraria y brindarle el mejor servicio, pero Cesar Giraldo, el director de Medicina Legal, le dijo que no se lo podía llevar.

-Este hombre sigue siendo tan peligroso muerto como cuando estaba vivo.

En la Morgue, Pablo Escobar no estaba solo. A su lado estaba ‘El Limón’, único sicario al que el destino adverso de la guerra no logró torcer. Siempre permaneció fiel a su Patrón incluso cuando todo el imperio se resquebrajó, después de que mató a Galeano y Moncada, sus tesoreros, adentro de la Catedral por ocultarle una caleta de 28 millones de dólares.

Así se hizo evidente que Pablo Escobar tenía en la cárcel el mismo poder que ostentaba afuera en las calles de Colombia. Después de ese episodio, emprendió una huida demencial que, en 16 meses acabó, con su fortuna. Lo único que lo hacía respetable ante sus hombres, siempre ávidos de guerra, eran los fajos de dólares y cuando ya no hubo nada, se fueron en desbandada, cayeron asesinados o simplemente se unieron a los Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes).

Así que ese 2 de diciembre, con el cuerpo aún fresco del ‘Barón de la Droga’, la amenaza acechaba el Hospital. A Omar Carmona, en una llamada anónima, le dijeron: “cuidadito con dejarlo muy bien arreglado”. Eran los Pepes, grupo encabezado por los temibles hermanos Carlos y Fidel Castaño.

La unión de ese grupo paramilitar con el Bloque de Búsqueda y el Cartel de Cali resquebrajaron más temprano que tarde la organización que lideraba Escobar. A Carmona le dijeron claro que, si dejaba muy bien arregladito el cadáver, lo iban a quebrar a él y a su familia. Incluso, le dieron las coordenadas comprobando que ellos sabían dónde vivían los hijos del tanatólogo.

Sin embargo, Omar Carmona no se iba a quedar cruzado de brazos. Escobar, un demonio en vida, tenía el derecho de cruzar el río de la eternidad en condiciones no tan deplorables. Así que se acercó al cadáver, comprobó que medía 1,67 de estatura, que tenía una pierna más larga que la otra.

Él comprobó además que la teoría de que se había suicidado, que rondaba las calles de Medellín, era un mito más alrededor del famoso criminal. Había que tapar esa herida, pero lo único que pudo hacer fue limpiarlo con lejía y tapar los orificios de las balas con algodón, le recortó el pelo y le pulió la barba.

Doña Hermilda no le dio gafas ni nada para cubrir sus ojos hundidos y morados, teñidos de muerte.  Sólo le dio una de sus camisetas favoritas -que no le cupo porque los meses de encierro escondiéndose lo engordaron hasta deformarlo- un jean y descalzo, pues ella quiso que lo enterraran sin zapatos porque a su muchacho le gustaba andar así por la vida como cualquier hijo de vecino. Escogieron el ataúd más sencillo que encontraron.

Omar fue testigo de que la primera opción de la familia fue sepultarlo en Campos de Paz, un cementerio que recibió generosas donaciones del capo. Pero la Arquidiócesis de Medellín decidió cerrarle la puerta, así que sólo se la abrieron en Jardines Montesacro. Allí se vivió uno de los entierros más caóticos y siniestros de todos los tiempos, pero esta es otra historia.

Durante casi treinta años, Omar había callado este momento y ahora, cuando la mayoría de los enemigos de Escobar están muertos, él puede contar esto con toda libertad y sin miedo.

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