Después de la generación de Luis Caballero y Bernardo Salcedo, afortunadamente, siempre aparece gente nueva, nuevos artistas que nos descubren diferentes formas de entender la realidad y las emociones. Luis Fernando Peláez es un antioqueño que ha dedicado su vida a recrear un mundo lírico y poético. Su trabajo desde el comienzo fue impactante y seductor, atrapa, propone otras visiones. Peláez mira a lontananza, ve lo inasible, lo que no tiene retorno, y levanta en medio de su obra a la soledad como referente fija representada en una puntilla, una casa naufragando, una barca desolada, o una vaca itinerante en una barca, todos indicios románticos de momentos perdidos en ilusiones. Sin embargo, está también presente en su obra ese movimiento del agua proponiendo la esperanza de que las cosas vienen, se van y vuelven.
La galería Sextante en Bogotá, tiene una exposición permanente de Luis Fernando Peláez en la que en estos días muestra sus últimos trabajos. En esta se vuelven a ver muelles, barcas, casas solitarias, desamparadas y melancólicas, puertas que van a ningún lado a la espera de un no futuro. La obra de Peláez produce un sentimiento poco explorado en el mundo de las artes, la melancolía larga, profunda, interminable de un viaje eterno en el que las maletas pesan más que las personas, en la que la esperanza resulta ser un sentimiento inútil.
Lo que en realidad es permanente en este artista es el concepto de los puertos, del mar, del silencio, de la soledad. Todo eso está presente en la exposición de hoy. La desesperanza, el desasosiego, el vacío existencial del individuo enfrentado a la fatalidad su suerte, sea este una vaca, o un árbol sin hojas azotado por el viento en medio de la tormenta.
La obra de Peláez muestra un ejercicio en el que no se esquiva el dolor, se plasma en imágenes que hablan por sí solas a las emociones de quienes la observan, y las conmueven. Todo allí es sin remedio, el horizonte perdido en un mundo sin Galileo.