Según la ciencia y la medicina, un vector es un foco o un agente transmisor de virus y bacterias causantes de diversas enfermedades, que se traslada de un sitio a otro, como las moscas, los ratones, los murciélagos, los zancudos, etcétera, contaminando con sus excreciones los lugares y/o elementos donde se posan.
Debido al largo, tedioso y a la vez tenebroso historial que sabemos hasta el momento sobre el COVID-19, me queda una gran y odiosa conclusión: el ser humano también es un vector transmisor de enfermedades, no solo debemos culpar a los animales de todos los males.
Esto no es de ahora, durante miles de años el hombre ha convivido con enfermedades y ha sobrevivido a epidemias y pandemias. Basta ver la historia para observar, por ejemplo, la peste negra ( Edad Media), la gripe española (comienzos del siglo XX), el sida (a principios de los 80), el ébola, el SARS y el H1N1 (más recientes), y otras más que diezmaron a la humanidad.
Solo basta que una persona o un grupo de ellas contraigan el virus, se trasladen de un sitio a otro y lo dispersen (a través de secreciones como saliva, sangre, semen, heces, flemas, etcértera) para iniciar la cadena de contagio. Esto, sumado a los pocos hábitos de higiene, la indisciplina de la gente, los precarios sistemas de salud de la mayoría de países del mundo, ha permitido la fácil y rápida dispersión de las enfermedades.
Con el COVID-19 fue sencillo: bastó que el SARS-CoV se originará en Wuhan China (no se sabe a ciencia cierta si fue que el virus se escapó de un laboratorio o del mercado de animales silvestres de dicha ciudad) y luego pasará de persona a persona, dejando contagiados a muchos. Esta bomba que, el gobierno chino y la OMS le ocultaron al mundo, pronto estalló, haciendo que ciudadanos chinos y turistas extranjeros que tenían el virus lo dispersaran a otros países de Asia, Europa, África y América. ¿Cómo lo hicieron? Por tránsito de personas contagiadas que viajaron por tierra, mar y aire, ya que muchos gobiernos no cerraron a tiempo fronteras terrestres, aéreas y marítimas.
Ahora el hombre mismo sufre las consecuencias: economías colapsadas, sistemas hospitalarios colapsados, miles de víctimas (muchas de ellas enterradas en fosas comunes), gobiernos que toman decisiones equivocadas y muchas más. ¿Será que salir a la calle e interactuar implica riesgo de muerte? He ahí la incertidumbre que nos ataca todos los días y que, según los expertos, hará que esto no vuelva a ser como antes.