Hacía largo tiempo no oíamos mencionar a don José Ingenieros, gran escritor argentino que nos legó la mejor de sus obras y el más extraordinario de sus perfiles humanos en el libro que lleva el título de este escrito.
El mediocre es por antonomasia el hombre sin aspiraciones, porque es por definición un satisfecho consigo mismo. Nada peor que un hombre satisfecho y que un pueblo satisfecho. Desaparece en esas vidas, la del hombre y la del pueblo, cualquier aliento creador, cualquier idea sublime, cualquier arquetipo humano o social que valga la pena imitar. La satisfacción es la parálisis, el conformismo, la negación de cualquier viaje a las alturas. El mediocre serpentea, no vuela.
Hay épocas satisfechas que no proponen a la especie grandes desafíos. Pero son transitorias. El conformismo de los mediocres niega los problemas y pospone las soluciones. Es un almacenista de lugares comunes y de respuestas a medias a cuestiones que deja intactas mientras crecen y se convierten en torrentes de futuras inconformidades y de crisis pavorosas.
Juanpa es por definición el hombre mediocre. Incapaz de transmitir una pasión, de entender un gran tema, de mostrar un camino. Lo suyo es lo elemental y simple, la negación absoluta de cualquiera grande asunto. Y en eso estamos.
Juanpa le apostó a la paz, sin saber qué cosa es ella. Su mediano talento no le alcanza sino para creer que la paz es como un remanso de quietud, porque callan los fusiles y se posponen los conflictos. Recordando al genial Ortega y Gasset, es de los que creen que la paz es el hueco que deja la guerra cuando termina.
Ha comprado Juanpa tranquilidades aparentes, mientras deja intactos los problemas cenitales del país. Pretender que se acaba la violencia terrorista cuando prospera su causa eficiente, el narcotráfico, no se le ocurre sino a un mediocre. Fomentar la cocaína, que es a lo que se ha dedicado este gobierno, es fomentar todas las turbulencias y garantizar todas las miserias. Y eso no se conversa en La Habana. Al contrario, se pacta lo que conviene para hacer del narcotráfico la única empresa rentable en Colombia.
Mientras De la Calle echaba paja en La Habana, la superficie sembrada de coca saltó de cuarenta y cinco mil hectáreas a ciento veinticinco mil. Se equivocó el procurador Ordóñez cuando dijo que con la permisividad frente al narcotráfico esta tierra se iba a convertir en un mar de coca. Se equivocó porque ya es Colombia un mar de coca.
Debemos estar produciendo no menos de 600 toneladas métricas de cocaína. Volvimos a las peores épocas de la vida nacional. Y eso supone lo que llaman ejércitos de bandidos apostados al pie del negocio. Y como la cocaína destruye la economía formal, basada en el trabajo, la disciplina, el esfuerzo, ahí está la causa de lo que llaman la desindustrialización, la ruina del campo, la recesión que se nos echó a todos encima sin que nadie la advirtiera y menos que nadie el mediocre que nos debiera gobernar.
Juanpa no se ha dado cuenta de la recesión que nos golpea y que crecerá “como crece la sombra cuando el sol declina”. Su ministro de Hacienda, no sabe uno si por torpe o por malévolo, sigue hablando de crecimiento que media entre el 4,5 % y el 5 % anual. Eso, cuando Merryl Lynch, uno de los bancos de inversión más grandes del mundo, vaticina el dos por ciento, si se toman correctivos fiscales y monetarios inmediatos. De lo contrario, nos vamos para un margen entre el cero y el uno por ciento. Eso es una revolución social, queridos lectores.
El Gobierno ya no tiene plata para nada. Acaba de girar los últimos cuatro billones de mermelada para que se los roben en las regiones en el próximo carnaval electoral. No le ha subido el sueldito a los policías y a los militares; no ha construido una escuela; se le mueren de hambre niños en La Guajira; se le desmorona la industria cafetera; se le caen los hospitales a pedazos; no ha ejecutado el 10 % de las obras prometidas para superar La Niña de hace cuatro años, según le dice el Contralor de bolsillo que ha hecho elegir; y no tiene un peso para las 4G, que valen cuarenta billones, porque no ha podido rematar a Isagén por cuatro o cinco.
Lo peor está por venir. Un país que estalla en mil pedazos, que dejó pasar a su vera la bonanza petrolera y que ahora habrá de debatirse frente a la violencia y la miseria. Tenía razón don José Ingenieros. Entre los productos humanos, no hay uno peor que el mediocre. Lo que no supo don José, es que un hombre mediocre pudiera ser Jefe de un Estado en el más duro momento de su historia.