“No hay camino hasta que lo caminas” (E. Hawke).
Concita esta columna el pronunciarme acerca de dos interrogantes planteados por uno de mis lectores en el artículo denominado El hombre fatigado; y que por respeto al mismo debo dar respuesta por este medio, pues fue de allí que nació su preocupación.
¿Ha sido este tiempo de pausa una respuesta positiva o una opción para reflexionar y poner a descansar al Homus fatigans? O, por el contrario, ¿se ha incrementado el desgaste al que hace alusión en el texto y se han reforzado las conductas y actividades que conllevan a él?
Es liberador el poder transformar los pensamientos a través de estas líneas y, en consecuencia, ello quiere decir que estamos obligados a ofrecerle al mundo algo de calidad o que el mundo considere bueno e importante. Ahí se refleja el enemigo, ya que esto no depende de nosotros si lo que hacemos es bueno, si en efecto la historia nos ha demostrado si estamos en lo correcto, pues es esta quien se convierte en ese crítico extremadamente confiable; y nos lleva a objetivizar, si nos encontramos en una época en donde descansamos o entendemos ese estrés postraumático como mensaje, que requerimos un cambio desde el interior.
Ahí coge importancia lo expresado por Irlanda Tambascio: “La sociedad nos empuja a rechazar todo lo que es oscuro” (entrevista en Todo Literatura), y en verdad esta pandemia y sus consecuencias nos han mostrado el lado oscuro del ser humano, desde el manejo dado a los dineros para las ayudas hasta el aprovechamiento de los políticos para encausar los dineros a otras causas valga la redundancia, desde el manejo del Estado por dirigentes sin sentido y sin norte, generando caos en el sistema económico e incrementando la brecha de pobreza y riqueza; pero también esa crisis “nos ha permitido redescubrir los valores como el cuidado, la gratitud, la humildad, la solidaridad, la paciencia, la perseverancia frente al mal, la cooperación intergeneracional, la generosidad y la entrega” (Vivir en lo esencial, F. Torralba), valores que extrañamente ocupan posición diferente dentro de la escala del hombre.
Las crisis entonces, permiten tomar conciencia sobre la volatilidad de los valores, del ideario solidario del ser humano y pensar de otra forma es dar cabida al nihilismo, a esa pasividad que a veces gana la carrera a la supervivencia o reaccionar con inteligencia para dar valor a lo que se posee o cuidar a fondo estos y mantener una actitud de desapego sin aferrarse a nada y mucho menos a lo efímero.
La cuestión es decidir qué hacemos mientras todo esto pasa, cuál es la actitud que debemos tener o seguir como espectadores o convidados de piedra, criticar las decisiones que se tomen, o transformar la sociedad o subir al escenario de la historia (Torralba) para comprender y aportar a la solución, o invocar y crear nuevas estrategias que ayuden a diferenciar la brecha a la que se hizo referencia anteriormente, o ayudar en los procesos para generar paliativos de crisis y aunque todo pasa en palabras de Santa Teresa, no todo pasa del mismo modo, y en consecuencia debemos cuidar lo que nos queda después del vendaval.
Termino diciendo que “lo único que no nos puede pasar, en medio de esta crisis, es ser los últimos en tener acceso a su solución” (La guerra de la vacuna, Mauricio Cárdenas, El Tiempo), y por ello estamos en la obligación de suscitar nuevos pensamientos y al mismo tiempo aportar a la solución, pues el hombre vino a dejar huella en el universo y esa es la obligación que hemos adquirido desde el momento en que nacimos hasta cuando dejamos de existir.