El ser humano se encuentra fatigado al enfrentar lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos. A eso se le suma la incomprensión de su existencia por la influencia de las situaciones generadoras de estrés, que han llevado a la necesidad de interrogar al individuo acerca de la comprensión de la felicidad, en los términos que la define Harari (“consiste en ver que la vida de uno en su totalidad tiene sentido y vale la pena”), pero también a identificar aquello que no permite la evolución de la existencia con todas sus consecuencias.
La velocidad nos lleva a no distinguir los rostros y no ayuda a detenerse, ni pensar en tranquilidad, ni mucho menos a revisar esas lecturas dinámicas que pensamos. Estamos ante un apresuramiento que compromete el vicio y el tiempo recurrido al mundo de los calendarios, una robotización que se llevó la intelectualidad del ser humano.
Las pausas no son suficientes para entender esa velocidad, el desplazamiento nos lleva a no identificar aquello que es propio y no deja sentir la importancia de la vida, pero que influyen en los procesos evolutivos, en esa sociedad ruidosa a la que estamos acostumbrados, es un ruido que no hace pensar, el cual debemos acomodar a esa velocidad de nuestra propia mente, para enfocar la sincronicidad de las ilusiones individuales frente a las colectivas.
Homus fantigans, lo escuché en una charla dada por el filósofo y compañero de facultad Miguel Gonzáles, identificado este como un sujeto cansado, cansado de las tareas a revisar, unas importantes y otras no, dedicado a realizar actividades para otros y no para sí mismo, integrado a los demás y no así mismo, a esa auténtica realidad que es inherente al ser humano. Estamos en una sociedad de carreras, de registrar un récor en cuanto a la cantidad de trabajo, de productos, pero al mismo tiempo cansado de vivir la vida con la velocidad que la sociedad actual nos implica.
Hemos llegado a correr sin saber el norte, imponiendo nuevos registros y datos informativos, sin preguntarnos cómo nos sentimos, dejándonos robar esas ilusiones personales que nos pierde como sujetos, criticando el sistema o en otras palabras entregando la personalidad para cumplir un abstracto de pensamiento, sin establecer que “lo que siento que es bueno, es bueno. Lo que siento que es malo, es malo" (Rousseau), frente a unas lógicas acumulativas de las ilusiones que nos llevan a buscar ese tiempo para pensar, evaluar esa velocidad que de alguna manera causa fatiga al hombre.
La vida es lenta como si fuera una película y para responder a veces no utilizamos ni un minuto, no hacemos ese proceso de reflexión, para disfrutar el presente y reforzar ese pensamiento situado y para ello se necesita lentitud para explicar las cosas que nos fatigan, para ser mejores seres humanos, evitar esa radicalidad que nos hace difícil no solo el pensar sino el actuar, hacer productivo ese tiempo que dedicamos en el proceso de pensar, establecer esas pruebas necesarias para privilegiar el panorama en donde dejemos de ir despacio, para asegurar el encuentro con la comunidad de manera horizontal, en donde todos somos iguales, y averiguar si esa didáctica existencial nos ayuda a atesorar todos los fenómenos que brinden el equilibrio y disfrutar de esos placeres que están en busca de la felicidad a la que se hizo referencia anteriormente.
Para contrarrestar ese Homus fantigans aludido anteriormente hay que experimentar sensaciones agradables y buscarlas de manera constante en ese tiempo y en la velocidad adecuada para evitar aquellas desagradables; pero también la gente debería conectar esos sentimientos internos sin buscarlos en el exterior del castigo y dándole suficiente espacio al otro, en donde el tropezar solamente sea una opción para levantar los recuerdos a veces borrosos para encontrar una cita con la historia en donde podamos escribir esa historia y reconstruir los imaginarios y los lenguajes para entender que debemos vivir en la calma, en esa tranquilidad que evita devolvernos a esa irregular singularidad de la existencia del ser humano.