Desde que la religión tomó posesión universal de la conducta humana y dejó atrás el animismo, nada pudo interpretarse sin recurrir a ella. Todavía el “Si Dios quiere”, “Con la ayuda de Dios” y “Dios te oiga”, son restos del feudalismo que aún danzan en el lenguaje cotidiano.
Lástima que en nuestros tiempos, Dios que todo lo sabe, lo puede y lo consigue, no pueda, ni metafóricamente, asumir como Gobernante de una Metrópoli mundial, Mandatario o Ministro de Estado de un país emergente, para exaltarle sus ejecutorias administrativas.
Con el tiempo los griegos odiaron la democracia y la calificaron como una forma corrupta de gobierno, deshonesta y tiránica, fueron más lúcidos Sócrates, Platón y Aristóteles que nuestros gobernantes.
La sociedad teocrática y feudal hizo tránsito al racionalismo, derrumbó prejuicios religiosos y dio nacimiento cartesiano al “yo”, que tuvo como intérprete a “El Estado soy yo”, y encarnó, en su momento, la cumbre del pensamiento político.
Con la aparición de la razón el hombre descubrió que podía dominar la naturaleza y, en cambio, terminó arrasándola, utilizando un modo de producción egoísta.
Las creencias escolásticas fueron desplazadas y los protagonismos económicos y políticos presidieron las aberraciones y monstruosidades acontecidas en el siglo XIX.
Las guerras e invasiones hicieron de la razón el caos universal. “Las ovejas desplazaron a los hombres”, como hoy, en que los usurpadores del oro y la palma africana desalojaron a los pobres.
Surgió el hombre enajenado, el hombre objeto, el hombre sobornado, el hombre vendido, el hombre convertido en asiento contable, que ilusamente pensó haberse liberado de todas las quimeras y devino en núcleo, foco y centro de la mercancía. El mercado levantó el trofeo.
Las relaciones de trabajo y la producción cultural, en la perspectiva del marxismo crítico, resultaron cosificadas y la opacidad, con que miramos el mundo, guarda estrecha relación con las estructuras sociales despóticas.
La bomba atómica, fruto de la irracionalidad tecnológica, pobrecita, quedó transformada en un dios apocalíptico, inutilizado, por ahora, en su misión de ser instrumento mortal para repartirse el mundo.
Tiempos en que las guerras cedieron sus disparos geopolíticos a las multinacionales y, los grandes relatos sociales, políticos, ideológicos, fueron eliminados.
Época sin rumbo fijo, escape de la modernidad, pero sin ir muy lejos, sin romper del todo con el confortable mundo de la universalidad. Hombre modernizado que no entendió la modernidad.
Escenarios del posmodernismo donde los elegidos observan plácidamente la función desde los palcos, mientras las galerías, más numerosas y desvencijadas, son asaltadas estruendosamente por los inmigrantes.
Castillos de naipes que se aplastan en las manos de la clase media, no aparecen en las manos de los pobres y se vuelven murallas en las manos de los afortunados.
Todo convertido en mercancía, en producto de libre cambio. Su lógica invasora frenó la opción de conciliar el conocimiento con la vida y le otorgó, al consumo, una pluralidad social que antes era selectiva.
Desde el siglo XX confundimos modernidad con modernismo y en el siglo XXI confundimos posmodernidad con libertad. Pamplinas. Relativismos neoliberales y paradigmas hegemónicos totalizantes.
España nos conquistó con el mismo modelo que usó para arruinar a los moros, y, en ésta época, vivimos como en las postrimerías del siglo XVI, en calidad víctimas, ya no de la baraja española, pero sí de las finas y elegantes espadas del mercado.
Los que han depredado la Tierra, ahora buscan desvalijar inhabitados planetas.
Tiempo del código de barras, que obra como encantadora huella dactilar del capitalismo en los supermercados.
No es un mito, cuando usted sale de su casa y ha dado los primeros pasos, puede tener la certidumbre que ha sido convertido en un valor per cápita: Si Carlos Slim, Julio Mario Santo Domingo Pumarejo se comen un pollo en Navidad y un desplazado no tiene la oportunidad de comérselo, los tres se habrán comido tres cuartos de pollo. Cinismo estadístico.
Entre tanta iniquidad histórica e imaginaria, aplaudimos que Jesús, José y María prolongaron su permanencia en el pesebre palestino, gracias al oro extraído por los esclavos negros de Etiopía.
Nuestra cultura, acostumbrada a dejarse impresionar por espejitos, vive a las puertas del Leviatán neoliberal, mortífero y destructor, esperando que las leyes invisibles del mercado produzcan la salvación terrenal.
El desarrollo sustentable, máscara del capitalismo, fue un antifaz duplicado con el mismo sello.
Entre tanto, nos comunicaron que la Nasa llegó a Marte y encontró que extensos vestigios del hambre ya estaban allá.
Todo lo hemos logrado, menos la justicia universal, que nos haría más dignos, más fraternos, más solidarios, más libres, más humanos y más felices. Buenos y mejores tiempos.
Salam aleikum.