Un nuevo ejercicio de simulación decisional acaba de pasar. Sumados los resultados, pocas parecen ser las novedades de este vayayvenga que confirma la honda crisis de nuestro actual sistema político, marcado por férreas prácticas de desnaturalización de la vida pública.
Entre lo más dantesco, resulta previsible, en el caso del Valle y varios departamentos y municipios del país, que candidatos seriamente cuestionados y con notorios procesos disciplinarios, fiscales y penales abiertos no terminarán su mandato. Su cálculo, a todo costo, habría consistido en jugar a hacerse elegir para que segundos hoy a la sombra emerjan como sus inmediatos reemplazos. La estrategia no es nueva, pero sí evidencia del proceso de desnaturalización que carcome la estructuración de alianzas en el escenario electoral tanto como en el reparto burocrático, que es, en últimas, lo que mueve a estas flagrantes agencias productoras de elecciones.
Sumado a las evidencias de tal venalidad, la desnaturalización se acrecienta cuando se adelanta un proceso electoral sin ideas, evitando matices y regocijándose en un sinnúmero de coaliciones, previas a cualquier comicio y a cualquier expresión real del electorado en las urnas. Con ello, se insiste en acomodarse todos en una extensa área que, antes que político, da muestras inconfundibles de haberse convertido en un centro comercial.
Por esta vía, las organizaciones políticas, antes que partidos y movimientos, han terminado por consolidarse como hipercentros electoreros sin reato alguno para exhibir su desnudez ideológica; lo que permite que expresiones de diverso orden cohabiten y usufructúen el mismo espacio y se perpetúen segmentando la misma superficie transgeneracional en la que mercadean a sus candidatos como si se tratara de productos de consumo.
Como si fuera poco, la cara serena e una joven que se acerca por vez primera a vender su voto, consciente de que nadie ha salido a hacerle ofertas para comprarlo, decepciona y ahonda el desencanto, al radicalizar la constatación de que prácticas de perversidad electoral como las vividas durante la actual campaña no solo vulneran la confianza del elector sino, además, terminan por socavar el resquebrajado peldaño de institucionalidad democrática que, si acaso, todavía queda en este país del nuncajamás.