En primera instancia debemos reconocer que la violencia en los estados es un fenómeno vinculado a situaciones sociales que van más allá del deporte. Muchas veces el balón y los colores de las camisetas son solo un pretexto, son un escenario en el que se expresa parte de la violencia de nuestra sociedad. Aunque muchos dirían que la culpa es del fútbol, la verdad es que éste es solo un chivo expiatorio que canaliza la ira y la frustración que de una u otra manera muchos expresarían por otros caminos. El hincha es típicamente un personaje que pase lo que pase acompaña a su equipo y lo apoya en las buenas y en las malas. Es un seguidor que en sus cantos reafirma una y otra vez que el color de su corazón es igual al color de su equipo y que su voluntad para la muerte es ser enterrado en un cajón con ese mismo color. El rojo, el azul, el verde o el blanco representan asuntos tan profundos que definen la identidad del hincha. En este sentido el hincha puede llegar a considerar que el color de la camiseta define su vida, su forma de ser y su forma de actuar.
Lo que resulta problemático es que construyendo identidades tan sumamente rígidas como éstas, buscamos diferenciarnos del otro hasta tal punto que llegamos a tenerle rabia. Quien es distinto se convierte en enemigo. Al ser incapaces de reconocer lo que hay del otro en nosotros, alimentamos un espíritu que quiere eliminar la diferencia y olvidamos que se trata de un deporte. En este sentido el hincha no acepta nuevas maneras de disfrutar del fútbol. Si eres del Nacional tienes una prohibición por apoyar al Medellín. No importa si Nacional está fuera del torneo o es una competición internacional en la que nada le afecta lo que pasa con el Medellín. El mandato es claro: “No puedes apoyar al otro”. Apoyar al oponente cuestiona la identidad del hincha y automáticamente lo vuelve un traidor.
Siendo así, el hincha es un preso de su equipo. La identidad que ha construido es tan rígida, que ha perdido la libertad de decidir si quiere o no quiere apoyar a ese (su) equipo. Ni siquiera se puede hacer la pregunta porque eso ya implica una herejía. El mandato es claro: “Eres libre de elegir pero ni por el putas puedes apoyar a otro equipo” (y ni hablar de “cambiar” de equipo). La libertad del hincha está en juego pero a este no le importa y hará cualquier cosa que sea necesaria para evitar considerar esa idea. El hincha se dice libre y en sus cantos dice que nació azul o rojo y recuerda con agradecimiento que fue su padre, su tío o su hermano mayor el que le mostró el camino cuando le regaló su primera camiseta. El hincha se dice libre pero su identidad le impide disfrutar del fútbol de otros equipos.
¿Qué pasa si un equipo desciende de la categoría “A” a la “B”? Simplemente el hincha ya no puede disfrutar de la categoría “A”. Pero pensemos en algo peor: ¿Qué pasa si no solo baja una categoría sino que baja dos o tres categorías? O peor aún: ¿Qué pasa si el equipo deja de existir? El hincha se queda sin equipo y sin la posibilidad de disfrutar del fútbol. Muchos dirán que eso no va a pasar, que eso no es posible. Sin embargo los equipos son empresas y como cualquier empresa están expuestos a múltiples situaciones que condicionan su existencia. El bajo desempeño, problemas jurídicos, asuntos financieros o la decisión de sus accionistas de liquidarla pueden implicar que termine la existencia de nuestro equipo del alma. Esto es un escenario que puede sonar muy poco probable pero se debe considerar que la historia de las empresas del fútbol es aún muy corta y que muchas cosas están por venir.
A pesar de todo esto hay soluciones para evitar que éste, el que muchos consideramos el deporte más bonito del mundo, sea el perjudicado. Parte de la estrategia para combatir la violencia implica recordar y tener muy presente que el fútbol profesional es fundamentalmente un producto para el espectador. Es un espectáculo que se vende como un concierto o una obra de teatro. Sin embargo, las empresas de fútbol (los equipos) que entienden esta dinámica tienen grandes oportunidades de ser sostenibles en el tiempo. Por esto, antes de pensar que nuestro corazón es de un color u otro deberíamos preguntarnos ¿Qué nos ofrece este equipo al que estamos apoyando?
Lo llamativo es que a pesar de que para la hinchada reconocer el carácter empresarial de los equipos puede ser raro, para los futbolistas y clubes de futbol es algo cotidiano y apenas obvio. Es por esto que muchos futbolistas cambian de camiseta tal y como lo haría cualquier trabajador que recibe mejores ofertas de una empresa distinta a aquella en la que trabaja. El futbolista profesional no tiene limitada su identidad a jugar en un solo equipo por el resto de su vida. Claro que casos los hay. Así como hay algunos jugadores insignias que nunca se fueron de un club, hay algunos que irrevocablemente se niegan a jugar para ciertos equipos. Sin embargo, hay también llamativos casos de futbolistas que después de defender un color pasan a ser parte del mayor de los rivales de su equipo inicial. Al respecto cabe preguntarse ¿Por qué un futbolista puede cambiar de club como cualquier trabajador cambiaría de empresa, pero el hincha no considera la posibilidad de disfrutar de otro equipo como cualquier consumidor consideraría cambiar de producto en determinadas circunstancias?
El recordar que los equipos son empresas que encarnan valores y que venden futbol implica estar en la posibilidad de apoyar a otros equipos o incluso de cambiar. Si Nike no me ofrece los tenis que busco, lo lógico es ir a Adidas, Converse, Puma u otro en donde sí encuentre lo que busco.
Ya puedo imaginar a muchos pensando que esto es acabar con la pasión del fútbol y que no tiene sentido. Para mi resulta algo evidente que tarde o temprano tiene que pasar y que los grandes equipos tienen absolutamente claro. Con esto no estoy proponiendo que todos cambiemos de equipo diariamente sino que consumamos futbol con criterio. Que no definamos nuestra vida por un color y que mucho menos nos matemos por una camiseta. ¿No resulta absolutamente loco matar a alguien que “es de Toyota” solo porque “yo soy de Chevrolet”? Pues en el fondo la comparación no es tan lejana si consideramos que en ambos casos estamos hablando de preferencias de consumo. Nuestra sociedad necesita más hinchas del fútbol y menos seguidores furibundos de un color vacío.