En España según el Real Decreto 2568/1986, son los concejales elegidos por el sistema de cifra repartidora quienes se encargan de elegir al alcalde. Los concejales electos eligen al alcalde entre las cabezas de lista de cada partido. Si ninguno de ellos alcanza la mayoría absoluta, se elige aquel candidato de la lista con mayor voto popular obtenido en las elecciones. Es decir, para ser elegido alcalde la persona tiene que ser concejal primero y conformar una coalición mayoritaria. El vínculo entre el alcalde y su Concejo Municipal, que lo puede destituir, es total.
Es un sano ejemplo de las relaciones que deberían existir entre el alcalde y el Concejo Municipal. No tiene ningún sentido que en Colombia los candidatos a alcaldes no vayan acompañados por una lista al Concejo, como se usaba antes de la desaparición del bipartidismo. En medio del auge de las candidaturas por firmas, de las aventuras individuales y de la fragmentación de los partidos, los candidatos a alcalde son en muchos casos figuras solitarias que si son elegidos tienen que empezar por negociar con todos los concejales que se eligen simultáneamente, cada uno con su cauda particular de votos.
En el auge de las candidaturas por firmas, aventuras individuales y fragmentación de los partidos, los candidatos a alcalde son en muchos casos figuras solitarias que si son elegidos tienen que empezar por negociar con todos los concejales
Bastante parecido por cierto a la elección del presidente de la República, que es posterior a la elección del Congreso, casi totalmente divorciado de ella, de tal manera que en las últimas dos elecciones presidenciales el presidente elegido ha resultado con una mínima participación en el Congreso que le impide adelantar sus programas. Si la elección de congresistas coincidiera con la primera vuelta presidencial, otra sería la gobernabilidad del presidente de Colombia, que a veces parece rehén de un Congreso hostil. El caso más estrambótico fue el del ingeniero Rodolfo Hernández, quien estuvo a un paso de ser elegido presidente de la República con una representación parlamentaria de dos representantes a la cámara.
Ello sin contar con la proliferación de candidatos sin partidos fuertes que los respalden, lo cual sucede tanto a nivel de las alcaldías, como de la Presidencia. Es un misterio entender cómo los grupos representativos de ciudadanos que apoyan una candidatura por firmas, no le exigen también una lista de candidatos al Concejo. Muchos candidatos que perciben el rechazo de la opinión pública al trabajo de los Concejos Municipales hacen de una especie de declaración de independencia del Concejo su bandera de campaña, sólo para tener que entrar a negociar con él si ganan.
Cuando se habla de la corrupción política, no se menciona el hecho de que una de sus principales causas es que cada concejal es una república independiente del alcalde, que tiene que entrar a negociar con él su programa de gobierno. Es algo sin pies ni cabeza. No hay peor corrupción política que la que resulta de construir mayorías al menudeo. Los Concejales aún con un origen partidista más identificable, son en su mayoría pequeñas empresas electorales, que se juntan bajo la bandera de un partido y entran a negociar cuotas en la administración municipal.
Todo eso sucede por culpa de un fantasma que atraviesa desde hace años la política colombiana: la opinión pública, una masa gaseosa que se supone ajena a la política, que anda a la búsqueda de un mesías que no tenga nada que ver con los partidos políticos. A veces cree haberlo encontrado para su desgracia. Como decían los griegos: cuando los dioses quieren hacer desdichadas a sus criaturas, oyen sus ruegos.
La verdadera revolución democrática en Colombia sería devolverle dignidad a la política, fortaleciendo los partidos, permitiendo que en su seno se adelanten carreras políticas meritorias y restableciendo equipos de trabajo conjunto, antes de las elecciones, entre los alcaldes y sus Concejos Municipales, para poder votar por el candidato y por su equipo legislativo. Eso sí sería luchar contra la corrupción a base de acciones no de puras palabras. Soñar no cuesta nada.