Lo primero que hizo el presidente Álvaro Uribe al enterarse el domingo 26 de octubre del 2008 de que el congresista Óscar Tulio Lizcano se les había volado a las Farc después de 8 años de cautiverio fue llamar a su hijo Mauricio quien siendo Representante a la Cámara desde el 2006 había dado la batalla incesante para que a su padre no se lo tragara para siempre la manigua chocoana.
El joven abogado de la Universidad del Rosario tomó un avión desde Cali hasta Quibdó. Lo que más le impresionó al abrazar a su padre no fue sentir sus huesos forrados en la piel producto de la desnutrición, el paludismo y la amibiasis que le había generado ocho años de extenuantes caminatas por selvas inexpugnables, de banquetes compuestos de caldos de mico, de espesas sopas de oso hormiguero, de cogollo de palma seca. No, no fue la flacura ni la barba que le rozaba el pecho sino el hecho de que su casi siempre locuaz padre no pudiera hablar con coherencia.
Tal vez la tortura más grande que sufrió Óscar Tulio Lizcano por parte de las Farc fue que le prohibieran, durante años, dirigirle la palabra a sus captores. Para este economista y profesor de la Universidad Nacional conversar había sido su placer máximo hasta que la cuadrilla Aurelio Rodríguez de las Farc lo secuestró el 5 de agosto del 2000 en Río Sucio, Caldas, el departamento que lo había elegido, un par de años atrás, como Representante a la Cámara.
Fueron ocho años en donde a Lizcano se le olvidó lo que era dormir en una cama, cubierto de un techo de verdad. Fueron más las noches que pasó caminando. A veces eran 30 días de incesante marcha huyendo del Ejército que, para ahogar y desmoralizar a los guerrilleros, les bloqueaba las entradas de comida. Para recuperar algo de fuerza lo único que quedaba era beber una sopa en donde muchas veces flotaba un ratón de monte. El menjurje casi siempre le producía al congresista vómito y diarrea. El dolor constante en el estómago podría mitigarse con una conversación, pero en los improvisados campamentos los únicos que tenían derecho a hablar eran los comandantes.
Para no enloquecerse mataba las interminables horas de aburrimiento selvático cortando pedacitos de árboles y armaba con ellos un salón de clases en donde él, durante días enteros, propiciaba debates en donde recitaba largos fragmentos de Karl Popper y Adam Smith, dos de sus pensadores económicos favoritos. Cuando los guerrilleros que lo cuidaban se hartaban de sus largos monólogos lo callaban a la brava. En el profundo silencio en el que vivía lo único que contrarrestaba sus dolores físicos y sicológicos era pensar en Marta Arango, la mujer que lo había acompañado durante 30 años. En Manizales ella y sus dos hijos, Juan Carlos –quien también fue secuestrado por las Farc en el 2006– y Mauricio, esperaron durante años una prueba de supervivencia. A cientos de kilómetros de donde estaba su familia, . Allí los rescató el Eando el Eprimera encuesta de Consultorcito por la paz para refrendar o rechazar el Acuerdo Final negociaÓscar Tulio Lizcano podía sentir la angustia que le generaba a su familia no saber si estaba vivo o muerto. A principios del 2008 tuvo por primera vez la oportunidad de escribirle a Marta. Una carta y 16 poemas no fueron suficientes para desahogar la rabia, la impotencia, el dolor que le producía su ausencia: Soporto sin tí con porfía, todo el silencio de la noche linda mía, mi barquerita: El que ama debe vivir escribió en uno de sus poemas éste hombre que se había formado con los versos de Jaime Sabines, de Neruda y de Mario Benedetti.
Ese año 2008 el cerco que le había impuesto el Ejército a la Aurelio Rodriguez se había estrechado hasta el estrangulamiento. El hambre y la baja moral afectaban a la tropa. En julio de ese año un guerrillero se le acercó hasta donde dormía y le propuso fugarse con él. Lizcano, a sus 62 años, no se sentía con la fuerza suficiente como para moverse en la selva. Tres días después volvió a ver al guerrillero desertor amarrado sobre un bejuco, minutos antes de que las Farc lo fusilara.
A partir de allí, como pudo, se empeñó en ir ahorrando energía para una probable fuga. El 7 de octubre la situación para los guerrilleros que lo tenían secuestrado se hizo insostenible: alias Moroco, uno de los hombres más importantes de la cuadrilla sí tuvo éxito en su intento por desertar. Cuando el Ejército lo interrogó Moroco dio coordenadas exactas, detalles milimétricos que permitirían el rescate del congresista.
Wilson Bueno Largo, alias Isaza, quien a finales del 2007 había reemplazado a alias Sebastián en la comandancia de la Aurelio Rodríguez, al ver que la situación era cada vez más crítica, buscó una noche cerrada a su secuestrado en su cambuche, le ordenó ponerse las botas y juntos empezaron a perderse en el monte. Fueron 3 días de una caminata en la que Lizcano creyó desfallecer. Cada vez que Isaza le preguntaba cómo estaba él mentía y le decía que bien aunque las sangrantes ampollas en los pies, la fiebre y la diarrea se lo estaban comiendo vivo. En la travesía lograron burlar un anillo de seguridad de 40 guerrilleros hasta llegar a un lugar cerca al río Támana, justo en los límites de los departamentos de Risaralda y Chocó. Allí los rescató el Ejército.
Salió del shock que le produjo su abrupta liberación sólo cuando vio a su barquerita (la que gobierna su barca), a Juan Carlos y a Mauricio quien, en los 8 años de su secuestro, había pasado de ser un joven y brillante abogado recién graduado a uno de los políticos con mayor proyección del país.
Los demonios que conoció en su cautiverio sólo pudieron ser exorcizados un año después cuando en su libro Años de silencio, editado por Planeta, pudo por fin gritar el padecimiento de estar amarrado durante años a un bejuco en la selva. Ahora su hijo menor, el senador Mauricio Lizcano, acaba de elegido para asumir la presidencia del Congreso, el parlamento que por los asares de la política y la guerra, será conocido como el Congreso de la paz. En su primera intervención como presidente, Lizcano recordó la barbarie sufrida por su padre y aseguró: “Yo pernodo a las Farc por ese hecho”, y aún más, pidió a sus colegas que el proceso de paz sea aprovechado para “mejorar el respeto por el contradictor político y no sembrar la semilla de nuevos conflictos”. Su padre Óscar Tulio, respira paz y orgullo como nadie.