Hunter Biden probó su primer trago a los 8 años. Estaba en una celebración familiar y le ofrecieron una copa de champaña. Se sintió dichoso. Desde ese momento el alcohol fue el antídoto que necesitaba para un dolor que lo acompañaba desde los 2 años. Es que el 18 de diciembre de 1972 iba a ser un día de fiesta para los Biden. Joe acababa de ser elegido senador por Delawere. En ese momento el actual presidente de los Estados Unidos tenía 33 años, apenas superaba la edad mínima que exigía el Senado para ocupar ese cargo. En ese momento su esposa, Neilia, llevó a Hunter, a su hermano mayor Beau y a la recién nacida a Naomi a comprar un árbol de navidad. Viajaron en la Chevy Blanca, una espaciosa furgoneta que se acomodaba a lo que eran los Biden, una familia grande y próspera.
Lo único que recuerda Hunter del fatal accidente fue a su madre volver bruscamente la cabeza hacia la derecha. “No recuerdo nada –dice casi cincuenta años después- solo su mirada, la expresión de su boca”. Neilia y la bebé de tres meses de nacida murieron en el choque contra un camión cargado de maíz. Beau y Hunter fueron rescatados de entre los hierros retorcidos. Aunque sobrevivieron las heridas no se cerraron nunca.
El 29 de mayo del 2015, después de una larga enfermedad, el gliobastoma multiple, un tipo de cáncer cerebral terriblemente agresivo del que sólo se salva el 1% de las personas que han sido diagnosticadas, Beau Biden, el brillante Fiscal general de Delawere, moría a los 46 años. Poco a poco sus funciones mentales fueron menguando. Ni siquiera podía ver Curb Your Enthusiasm, el show de Larry David que tanto le gustaba. Y Hunter tuvo que ver como se extinguía. Impotente y con las ganas de volver a los viejos fantasmas y escuchar sus voces, las únicas que podían calmar su angustia.
Desde que estaba en la universidad Hunter se refugió en el trago para ser él mismo, para quitarse de encima su timidez crónica, para ser un ganador. A los 18 probó el crack mientras estudiaba historia en Georgetown, carrera que mezcló con el Derecho y quedó prendado por la devastadora droga. Fue tanta su afición por el crack que a pesar de ser un empresario de éxito – con la consultora que creó en el 2009, la Rosemont Seneca Partnerts, ganó millones de dólares, pero lo más importante era el crack. Llegó incluso a pasar en su apartamento una semana a su proveedor de crack, un sin techo que le vendía el veneno casi a diario.
Todo el tiempo era un entrar y salir de largas terapias de recuperación. Pero siempre recaía. Una vez, en un vuelo de regreso a Estados Unidos después de estar haciendo negocios con la empresa ucraniana Burisma, con la que llegó a ganarse 50 mil dólares al mes, llevaba seis meses sin probar ninguna sustancia hasta que, en pleno avión, la azafata le preguntó si quería tomar algo. Él respondió, sin culpas, que un Bloody Mary estaría muy bien. El infierno se le volvió a abrir.
En esa ocasión perdió a su primera esposa, Kathleen Buhle quien se cansó de sus excesos y terminó una relación de 25 años en el 2017. Sin embargo, el escándalo mayor sería el de su extraña decisión de sostener una relación con Hallie, la viuda de su hermano. La razón la dio en sus memorias: “Estaba tratando locamente de aferrarme a una porción de mi hermano, y creo que Hallie estaba haciendo lo mismo”.
A pesar de los dolores de cabeza, de que su relación con la empresa ucraniana y sus adicciones hayan sido burdamente explotados por Trump, el principal enemigo de su papá, Joe Biden bendijo y perdonó a su hijo. Como una terapia buscando el perdón definitivo Hunter Biden publicó Cosas bonitas, un libro que además es un monumento a su hermano quien, a pesar de estar atormentado por su terrible cáncer, le recomendaba sólo quedarse con “las cosas bonitas” un mantra que terminó salvando a Hunter del abismo.