El hambre Wayuu no es una elección sino una fatalidad extraña

El hambre Wayuu no es una elección sino una fatalidad extraña

El Secretario de Salud de la Guajira analiza la situación que desde hace varios años tiene al departamento en crisis

Por: Stevenson Marulanda Plata
mayo 03, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El hambre Wayuu no es una elección sino una fatalidad extraña

Dadas las lamentables y desafortunadas muertes de niños Wayuu en el departamento de La Guajira --debido a extremos y terminales estados clínicos de malnutrición-- es preciso que la comunidad departamental, nacional e incluso internacional, conozca más de cerca estos acontecimientos y su ordenación causa efecto, para facilitar, de esta manera, su comprensión, y, sobre todo, su tratamiento.

La causa mayor de estas fatalidades es sin lugar a dudas el hambre crónica, agudizada ahora por una atroz sequía. Hace tres años, y más, no llueve en muchas partes del territorio Wayuu.

En la Alta Guajira solo hay agua corriente cuando llueve. Lluvias y correntías que, ellos, sabios milenarios, recogen y almacenan a la intemperie en huecos amplios como cráteres que excavan en la tierra, y luego la utilizan para cosechar, dar de beber a sus animales y para todas sus necesidades domésticas. Pero ahora todos, más de tres mil románticos jagüeyes esparcidos en todo el territorio Wayuu, están secos y cuarteados por el Sol. Esos hoyos donde ellos se ponen citas de amores, todos, todos, están secos. Así las cosas, allá en La Guajira arriba, el hambre es estructural y masiva, y la podemos llamar sin miedo, hambruna.

El territorio Wayuu, por esas cosas del destino, a veces eterno e irrevocable, impuesto siempre por otros más fuertes, los arijunas en este caso, es un desierto inhabitable, o casi inhabitable. Y, aun así, vencidos y despojados, desafiando la miseria extrema, y en medio de esa precaria nada, los Wayuu han sobrevivido engastados en su dignidad y enconchados en su genuino espíritu racial. Los Wayuu no son solo una Nación, sino un Estado dentro de otro Estado, un mundo dentro de otro mundo. Son algo más de medio millón de individuos, quizá más quizás menos, nadie lo sabe, ni el Dane, ni el Sisbén, ni las epeéses, orgullosos de su raza, de su lengua wayunaiki, de sus cementerios, de sus jagüeyes, de sus palabreros y de su forma precolombina de gobernarse que, desperdigados en miles de rancherías y en incontables puntos poblados unifamiliares, sin calles ni manzanas ni cuadras ni alcantarillas ni electricidad ni agua corriente ni salarios ni tiendas ni guarderías ni hospitales, ni burdeles, sobreviven los desgaritados rebeldes ancestrales en un su Imperio: un desierto o casi desierto de 15.000 kilómetros cuadrados  de tierra amarilla retostada por el Sol y por el inmenso calor. Y, solo ellos, trashumantes pastoriles, pescadores, sembradores y artesanos, y desempleados ociosos también, pueden recorrer sin extravío los más de 47.000 confusos kilómetros  de madejas y ovillos de trochas conque, en los dilatados siglos de existencia, sus pasos ancestrales fueron enredando a veintidós mil y pico de puntos poblados de Uribia, a más de siete mil que  tiene Manaure, seis mil que tiene Riohacha, lo mismo que a más de cinco mil de Maicao y a los seis mil que tiene Riohacha. Todos rurales y dispersos. Los Wayuu quizás son más, quizá menos, nadie lo sabe. Mauricio dice que son casi los 600 mil. Lo único que sabemos con certeza es que muchos tienen un carnet de una de las diecisiete epeèses cómodamente arrellanadas en las cabeceras municipales de Maicao y Riohacha que los tienen “asegurados”. También sabemos que el Estado arijuna, por cada cabeza Wayuu “asegurada” paga en contante y sonante a cada una de ellas, una Unidad de Pago por Capitación (UPC), de casi seiscientos  mil pesos anuales para que los busque los atienda y no los dejen enfermar y los cure cuando esto suceda, el problema es que muchas de esas aseguradoras no saben dònde están ellos. También sabemos que otros muchos no saben que sí efectivamente tienen epeèses, algún vivo los “aseguró” pero no se los dijo. Aseguró una mochila de cédula al mejor postor en Maicao o Riohacha y se ganó una plata. El fantasma que los esconde es la dispersión y la miseria. Solo Uribia, Uribia sola, según Mauricio Ramírez, tiene cerca de 300 mil almas Wayuu, (el Dane dice que son 106.366) desgaritadas en sus más de veintidós mil puntos poblados, enredados en  una telaraña de 27.000 kilómetros de trochas, dispersas en una superficie reseca sin la clemencia verde de la clorofila, sin la compasión de su sombra y sin la caridad de su comida. Uribia es  dos veces más grandes que el Departamento del Atlántico.

Más verdades. La gran mayoría de personas Wayuu son tepichikana, y la mayoría de ellos pasan hambre. Las naciones unidas dice que el 70% de los niños indígenas de Colombia sufren desnutrición crónica, señalando que hay peligro de extinción de comunidades por hambre. Dice también la ONU que más de la mitad de los 1.37 millones de indígenas colombianos viven en la pobreza estructural.

Afortunadamente los Wayuu son polígamos y multíparos, por eso no se han dejado extinguir ni por el desierto, ni por el hambre, ni por los arijunas. La alta mortalidad infantil es compensada por la alta natalidad. El Secretario de Planeación de La Guajira, Mauricio Ramírez, quien fue el primero que me habló de los puntos poblados, porque fue él quien los georeferenció con un GPS que le dio la Gobernación de La Guajira para que trabajara en un proyecto de apoyo nutricional, dice que los tepichikana dispersos en esos alejamientos rurales envueltos en esas telarañas de trochas son más del cuarto de millón. También es muy cierto que a muchos de los niños Wayuu o tepichikana  (tepichi niño de ambos gèneros kana plural, en wayunaiki), igual que a sus famélicos perros, la piel les forra sus huesitos. No hay cojines grasos por ninguna parte, cero calorías de reserva. No hay ni un tepichi obeso, y los fémures y los peronés con sus tibias sin carne expuestos casi a la intemperie, y sus piernas con sus rodillas, dos bolas protuberantes  de hueso pelado con apenas piel parecen dos baquetas de tambor o dos cachiporras porrudas, y  sus costillitas brotan desesperadas debajo de la delgadísima piel  del  pecho como si gritaran pidiendo auxilio. Toda esa osamenta  se puede contar a simple vista, sin radiografía. Los médicos  llaman marasmática o marasmo a este tipo de desnutrición. Y lo peor! hay muchas madres marasmáticas que aún son tepichikana. Niñas madres.

El Icbf les reparte comida y agua a los que puede o encuentra en esa inmensidad, la Unidad de Gestión del Riesgo y la Cruz Roja Colombiana también, el Cerrejón también, y también una especie de turismo humanitario viene reparte bolsas de agua se toman fotos y se van, hasta congresistas vienen, pero los tepichikana siguen igual. Las raciones se acaban en una semana. La Gobernadora también les lleva paquetes de mercado y agua en carrotanques, pero esos interminables y brutos caminos les revientan las llantas y los amortiguadores. Las fuentes de agua potable donde cargan los carros son escasas, y de éstas a las rancherías y puntos poblados dispersos en lontananza puede haber hasta 8 y 10 horas de camino. Hasta una cinematográfica caravana de televisión vino, hicieron unas tomas hollywoodescas como de safaris, se aburrieron y se fueron. Unos con registro civil, y otros sin derecho a la existencia arijuna son Nomen Nescio, (sin nombre en latìn) o NN para el Estado. Unos van a la escuela, la mayoría no. La deserción es del 95% dice Mauricio. Los números, las estadísticas son borrosos en La Guajira Wayuu. La escala, la magnitud, el tamaño del hambre y del territorio, de la miseria, del analfabetismo, del brutal ocio, de la distancia antropológica entre arijunas y wayuus nadie conoce. Menos los arijunas cachacos. Las epeéses nunca van por allá, dicen que se quiebran, y tienen razón, aseguran que la UPC no alcanza, por eso solo les pagan mil pesos a la Ipeéses por vacuna puesta, por eso la cobertura de vacunación es inútil en La Guajira, por eso las epeéses y las ipeéses son urbanas como el mosquito Aedes Aegiptu, ese que nos transmite el dengue el chiqunguña y ahora el zika, por eso no hay centros ni puestos de salud en ese sopor, por eso la mortalidad materno infantil allá en La Guajira arriba es y será como la del África negra, y por eso, por omisión, porque dejamos morir a los niños de desnutrición la Súpersalud nos  sancionó y compulsó copia a la Procuraduría, y quien sabe si nos acusen de delito culposo y además nos obliguen a indemnizar en una demanda civil. Ojalá Dios no permita que seamos chivos expiatorios como le pasó con su propio hijo.

La inestabilidad política, económica y social de Venezuela ha profundizado la crisis Wayuu. Su concepto de frontera arijuna y de estos Estados modernos, no son nítidos en sus mentes, solo buscan soluciones a su desgracia de un lado o de otro, hoy confían más en Colombia. Perla nació allá, del lado venezolano, de allá vino desnutrida. Se murió en una Uci de Barranquilla. Nosotros la “colombianizamos”. El Estado colombiano, Uribia exactamente, le reconoció su existencia, le dio certificado de nacimiento y de una la ingresamos a nuestro sistema de salud. Tenía una estenosis esofágica, la pobre no podía tragar, nació con el esófago tapado, aquí no hay cirujanos pediatras. Perla es uno de los 16 angelitos que se han ido para el cielo Wayuu  con certificado de defunción y atendidos por el sistema de salud colombiano en estos tres meses y medio. El subregistro en ese abandono terminal no lo conocemos. (Semana epidemiológica 13)

Eso es allá en La Guajira arriba, donde, contó y cantaba uno de nosotros, que un barco arijuna llegó a Puerto López y acabó con el contrabando. Ya ni eso. Ahora fue la Dian. La nada, nulas humanidades, errores humanos en medio de la nada, es lo que queda. Otro inmortal nuestro también dijo y escribió que, cada quien es dueño de su propia muerte, y que, llegado el momento, lo único que podíamos hacer era ayudarnos a morir sin miedo y sin dolor y sin miedo y sin dolor se van   al cielo los angelitos Wayuu. Pero el Nobel de las letras americanas, nieto Wayuu, se refería al miedo y al dolor que los grandes sentimos al sentir la muerte acostada a nuestro lado respirando nuestro aire con nuestros propios pulmones. Los tepichikana se van al cielo sin miedo y sin dolor porque van anestesiados, anestesia que les pone su inocencia, pero se van con hambre y con sed.

Otra verdad inquietante, el desierto avanza. La desertificación camina en La Guajira, Google Earth me da mucho miedo, cada vez desde el aire la dama reclinada, engreída y altanera de Hernando Marín y de Rafa Manjarrés es más amarilla, más anémica. Las motosierras también me aterran, deberían ponerle salvoconductos, son más peligrosas que una cuarenta y cinco. No hay árboles malos, hombres sí. Es por esto que el debate de la desviación del Arroyo Bruno, principal afluente del casi exhausto Río Rancheŕia en los límites de la arena reseca y la agónica clorofila ya casi en el sur de La Guajira, debe cobrar toda la vigencia y tomarse todas la medidas para que no se vayan a ir al cielo Wayuu los futuros tepichikana de la cuenca del bendito Arroyo Bruno, y no vaya a ser que  al Secretario de Salud de esa época no tan lejana, algún día, algún periodista ingenuo o algún despistado funcionario arijuna andino del tenga que preguntarle:

―Doctor, qué está haciendo la Secretaría de Salud de La Guajira para prevenir la muerte por desnutrición de los niños Wayuu que habitan en el sector del extinto Arroyo Bruno.

Y luego el también ingenuo secretario seguramente le responderá:

―Estamos formulando un proyecto nutricional con plata de las regalías del carbón, estamos esperando que Bogotá no los apruebe, además estamos revisando las historias clínicas de los difunticos para comprobar que efectivamente los mató el hambre.

La desnutrición es hambre y el remedio del hambre es la comida. La desnutrición se previene con soberanía alimentaria ―agua y comida producida en el territorio― muy distinto a asistencia alimentaria con comidas arijunas y agua en bolsas y carrotanques. Comida que muchas veces los Wayuu venden porque les repugnan, como lo que tiene ajo y otras tantas cosas ajenas a las neuronas de sus gustos.

En La Guajira no todo es delito. Tampoco justificamos nuestros delitos, faltaba más. En la India cada año se mueren dos millones de niños de menos de cinco años y la mitad, un millón, se mueren de hambre. De desnutrición aguda como aquí. Dicen los indios que no quieren medicalizar el tema de la salud, dicen que el Estado no debería curarla sino prevenirla, impedir que se manifieste. Para eso les tienen subsidio a los más pobres, comedores escolares y algo parecidos al ICBF, y no desvían sus ríos porque son sagrados. Pero aun así hay más de 60 millones de niños desnutridos crónicos y 8 millones de desnutridos agudos. Reconocen que hay mucha corrupción pero dicen que no todo es delito, que hay también mucha ineficacia.

El hambre mortal de La Guajira y de toda la periferia del mapa de esta gran Repúbica, es la puntica de un profundo iceberg socioeconómico, la gran masa sumergida es el Estado fallido, el fracaso nacional, el abandono terminal, la vergüenza nacional que vomita estertores de miserables a la superficie donde gallinazos moralistas hinchados de protagonismo y disfrazados de honestismo y  listos para hacer un festín noticioso, cual chulos se paran en una estaca esperando a que se muera un puerco un burro o una vaca, como cantaba y aun canta el alegre juglar vallenato barranquillero Aníbal Velázquez.

Yo veo todos los días desnutridos gordos, ¡gordos no! hinchados, los médicos los llaman kwashiorkor, la otra clase de desnutrición infantil, en las calles de Bogotá, en los puentes de aluminio, con la mano tendida por una moneda y el pelo ralo fino y entreverado de tres colores como la bandera de Alemania, mientras sus madres indígenas selváticas tocan guacharaca, también de aluminio, en las estaciones de Transmilenio, en la capital distante, moderna, desarrollada, fría,  arijuna e   indolente.

No se puede gobernar un territorio sin conocerlo físicamente. No se puede gobernar decentemente a una nación milenaria sin conocer su antropología, y mucho menos sin saber cuántos son dónde viven ni cómo viven. Y, sobre todo, no se puede gobernar un territorio, so pena de oprimirlo, excluyendo de la Constitución Nacional arijuna, a la mitad de sus habitantes.

Sin embargo y a pesar de todo, entre todos: Gobernación, ICBF, Cruz Roja, Ministerio de Salud con sus alimentos medicados y sus grupos extramurales, el Gobierno con sus pozos profundos y sus carrotanques, la Supersalud con sus ojos vigilantes, la Policía Nacional, Unicef, Unidad de Gestión del Riesgo, Unidades de Cuidados Intensivos, el grupo de chat Cero Desnutrición, hospitales, EPS, IPS, unos, hemos paliado el hambre vieja y la desesperante sed, y otros rescatado y salvado 188 niños del hambre terminal y de la desnutrición aguda que es la que mata. O sea que de 204 hemos salvado el 92% y perdidos el 8%, incluida Perla y otros tepichikana venezolanos (semana epidemiológica 13). La idea es que no se muera ni uno y para eso seguiremos trabajando como un bloque de búsqueda. Dios nos ayude.

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