Pese a la muerte de miles de humanos, el virus ha sido la mejor radiografía para que se pueda mirar la estructura de cada Estado.
En Latinoamérica, la pandemia se abre camino endemoniadamente, rompiendo hasta las esferas más reservadas de una sociedad egoísta que siempre mantuvo diferencias con quienes les han otorgado privilegios especiales. En este círculo entran empresarios y políticos, ufanados de tener el control sobre una masa asalariada y ávida de soluciones.
Por más astutos que sean los gobernantes, el coronavirus siempre lleva las de ganar. El panorama empieza a despejarse y los castillos de falsos naipes sucumben frente a la presión de la infección. Observamos a Brasil, Perú, Ecuador y otros por el mismo estilo, convencidos al inicio que la pandemia era una gripa más de las ya acostumbradas a lidiar, hoy, los gobernados lamentan los resultados por ese pensamiento retrogrado.
Introduciéndonos en Colombia, el país más feliz del mundo, la tierra de los dos mares, la patria de la gente de bien, el Estado donde se hace lo que diga el innombrable, llegó la lección para quienes siguen pensando que es verdad el cuento vendido por cada administración de turno, que somos los mejores porque lo tenemos todo. Ni existe la felicidad que hablan ni poseemos la democracia que con tanta prepotencia lo expresan los patrones.
Los incrédulos y sonámbulos ahora palpan su propia desgracia, esa que días atrás desconocían, defendiendo a capa y espada a los causantes del atraso social y económico de la patria. No cabe duda que el señor COVID-19 ha desnudado el embuste que se traían por décadas los políticos de cuello almidonado, esos señores de familias con sonoros apellidos, dueños de la razón del constituyente primario.
Se necesita ser escaso de entendimiento para defender un régimen arropado bajo la consigna de democracia. El gran virus descubre ante los ojos de los insensatos una realidad parchada con improvisados retazos, cuyo propósito es encubrir las maquiavélicas intenciones de los gobernantes. ¿A quién le cabe en la cabeza que el personal médico no tenga ni siquiera para los elementos básicos de bioseguridad?, ¿que en medio de una pandemia tengan que realizar plantones para reclamar sus derechos?
Pero esto no es lo alarmante, lo grave es que su majestad COVID-19 le ha dicho al pueblo que de los 48 millones de colombianos solo el 25% poseen las condiciones de vida digna, o sea los mimos que corean "quédate en casa", el resto no son más que una masa de ambulantes, esperanzados que los abrigue el sol con los rayos del día. La informalidad salto a la vista de quienes siguen defendiendo un sistema opresor.
¿Por qué no se cumple la cuarentena como en los países europeos? Sencillamente porque la gente no le queda de otra sino tirarse al ruedo para el rebusque diario, de lo contrario el hambre los atacará más rápido que el coronavirus, con la diferencia que el hambre mata, no tiene otra alternativa, mientras que la infección le da una oportunidad de sobrevivir en un 95%.
Así que el refrán de "quédate en casa", para el colombiano de a pie, simplemente es un saludo a la bandera. Y como en cualquier territorio folclórico, el rebuscador también le hace el quite a la pandemia.
Los agüeros son pan de cada día, haciendo que muchas personas hagan uso de su creatividad para protegerse de una enfermedad que ataca sin piedad organismos mal alimentados y estropeados por la violencia gubernamental.
¿No crean que los ricos se mueren por COVID-19? Generalmente esta gente tiene un sistema inmunológico mejor anclado que el pobre jornalero. La condición socioeconómica de estas ‘personalidades’ les permite gozar de atribuciones y atenciones de primera clase, derecho que en el infeliz no existen, argumento que se ve reflejado en los contagios. El 95% de los infectados son personas del común, de la que anochece pensando como vendrá el siguiente día.
¿El hambre o el COVID-19? Es obvio que los hambrientos, o sea la mayoría, no se quedarán de brazos cruzados, no tienen otra salida más que irse de rebusque. Sin duda que los contagios se multiplicarán por diez. Y cuando esto suceda, la red hospitalaria, una de las más deficientes de América, colapsará.