Guillermo Asprilla no era precisamente el hombre más locuaz del mundo. Aunque al frente de un micrófono y cientos de personas se engrandecía como el más preparado de los oradores, en espacios más pequeños de trabajo era un político de pocas palabras.
Lograr una fotografía en la que apareciera con los criterios del marketing político era un verdadero reto. Es por eso que en la mayoría de las piezas publicitarias de sus apuestas políticas a la Cámara de Representantes y al Concejo de Bogotá, luce con una leve sonrisa o un semblante serio. Pero no porque que fuera malhumorado sino porque para él, la política era un asunto fundamental: fue su proyecto de vida.
La primera vez que supe de él fue en alguna reunión pública en la que sobresalía por sus casi dos metros de estatura y la contundencia de sus palabras. Hablaba sin subterfugios. Decir claramente lo que pensaba así no fuera lo “políticamente correcto” -ni siquiera con su compañero de lucha, el hoy alcalde, Gustavo Petro- fue lo que quizás lo llevó a convertirse en su principal, leal y más firme escudero en la Alcaldía de Bogotá.
Como parte de su trabajo organizativo, Asprilla lideró el movimiento Democracia Directa. Un grupo de profesionales, jóvenes y líderes de sectores populares, con quienes se reunía, escribía y emprendía cada nueva aventura política. Era ciertamente un hombre de paz, pero vertical en sus convicciones y combativo a la hora de defenderlas.
Guillermo Asprilla también era el hombre que, sin recursos económicos, movilizó a los ciudadanos en la campaña Petro Alcalde. Lideraba una verdadera tropa de voluntarios conformada por hombres, mujeres de todas las edades y sectores, que donaban su tiempo libre y sus conocimientos a la construcción del programa de la Bogotá Humana. Bajo su liderazgo se diseñó la estrategia que puso a Gustavo Petro en las calles de todas las localidades de la ciudad y que fue fundamental para su triunfo. También promovió la movilización ciudadana en apoyo al Alcalde cuando éste fue destituido por la Procuraduría.
A este abogado brillante de la Universidad Nacional, con maestría en análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos, dos temas le quitaban el sueño: la lucha por un sistema de salud que verdaderamente garantizara el derecho a la vida de los ciudadanos y la protección del ambiente.
Fue tal su indignación con la situación lamentable en la que quedaron los habitantes de varios barrios en Usme y Ciudad Bolívar, por efecto del derrumbe del Relleno Sanitario Doña Juana, en 1997, que decidió asumir su defensa. Le resultaba abyecto que la gente del sur tuviera que respirar día y noche el hedor de las basuras de toda una ciudad, que quedó impregnado por varios años en los alrededores del relleno después de la catástrofe ambiental y que no pasara nada.
El proceso que finalmente ganó 13 años después de iniciado también le costó, paradójicamente, su destitución e inhabilidad durante 12 años para hacer política. A quienes conocen esta historia les queda un sabor agridulce porque si bien, hoy las víctimas lograron el derecho a ser indemnizadas, esta lucha le generó a Asprilla, una sanción absurda de la que él ya no pudo defenderse porque la vida no le alcanzó.
Varios de esos humildes habitantes del barrio La Aurora II se desplazaron el pasado domingo hasta el salón Huitaca de la Alcaldía Mayor, para darle el último agradecimiento a ese abogado pertinaz. Aunque Asprilla no era creyente, o quizá por eso mismo, resultó conmovedor escucharlos ofrecer un rosario salido de lo más profundo de su corazón y de sus creencias y, al final, explicar que ese era su homenaje a Guillermo Asprilla, quien fuera su ángel de la guarda en vida y a quien declaraban su ángel de la guarda, aún después de su partida.
Comparto el más completo perfil que he encontrado de Guillermo Asprilla
