El guayabo de Santos

El guayabo de Santos

Por: Nelson Rodolfo Amaya Correa
junio 18, 2014
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El guayabo de Santos

Despertó tarde, con una alegre sonrisa que poco a poco se fue tornando en mueca de preocupación y desagrado. Cumplir promesas no ha sido su fuerte. EL Presidente candidato, ahora convertido en reelecto, logró lo que muchos, incluso sus inmediatos seguidores, no lo creían capaz de conseguir: Vencer en las urnas en balotaje al candidato Zuluaga, de las mismas entrañas desde donde partió su ambición de ser Presidente hace cuatro años, pero sinceramente más comprometido con lo que significa la fórmula caudillista de Álvaro Uribe Vélez. Pero, ¿a qué costo?

Estrategias claramente ambiguas, pero marcadas por una falsa sumisión al en esa entonces Presidente Uribe, lograron darle hace cuatro años un apabullante triunfo a un candidato criticado por sus problemas neurológicos y ajeno a una estructura política regionalizada sin la cual es imposible ganar unas elecciones presidenciales en Colombia. Y lo logra, aun contra el querer íntimo del propio Uribe, a quien los antecedentes de Santos y el conocimiento que de él tenía por haber sido cofundador de su propio partido -la U de Uribe- le indicaban que las sorpresas negativas serían muchas en caso de ser elegido. Dicho y hecho: Asomó su condición de desleal, al amparo de una pretendida independencia y la insubordinación, apoyada por sus antiguos copartidarios del partido liberal vapuleados por Uribe, le marca una distancia enorme de quien lo prohijó.

Conocedor de los buenos servidores públicos por haber formado parte de tres de los cuatro últimos gobiernos, vinculó a su gabinete a quienes vio con probadas condiciones técnicas y gerenciales, todos con ambiciones políticas, ocultas unas y manifiestas otras, deseosos de figurar en la lista de elegibles luego de satisfecha la casi mandatoria aspiración reeleccionista. Parecen sin embargo, haber fallado los “magníficos” convocados al gabinete: sus locomotoras, expresión utilizada en el Plan de Desarrollo, están varadas.

Pero la sorpresa de perder en la primera vuelta, y no solo de perder sino de sacar una votación muy poco representativa respecto de sus aliados políticos, lo llevó a despertar bruscamente, como cuando negó la existencia del paro, estando casi a punto de negar la derrota. Qué hacer? Con quién coaligarse? Cómo financiar este esfuerzo descomunal de derrotar un candidato que, aun cuando poco carismático-cualidad que tampoco ostenta JMS-, trabaja como pocos y lo apadrina el “terror” de sus desvelos, Álvaro Uribe, el colombiano con mayor aceptación en las encuestas, dueño también de una enorme capacidad de trabajo, incansable y coherente orador, ¿quien recorre el país 10 veces al mes sin mostrar el menor asomo de fatiga ni de dispersión en su discurso? ¿Y todo esto en solo tres semanas? Veamos.

A pesar de que los medios, casi al unísono partidarios de la aspiración reeleccionista, no lo muestran como tal, JMS es el presidente que mejor conoce la clase parlamentaria del país y la manera de manejarla; no en vano estuvo en el ministerio de Hacienda durante el gobierno de Andrés Pastrana y desde allí logró “articular” los respaldos congresionales a base de una buena tajada del presupuesto. Su laxitud en esta materia cuenta con la actitud tolerante de la gran prensa, para quien los objetivos “sanos” que persigue JMS justificaban el uso y el abuso del presupuesto con maniobras que lo colocan a la vanguardia en las habilidosas transacciones que tanto disgustan a la comunidad colombiana.

Y eso, sin lugar a dudas, le abrió las puertas de la reelección. Casi un millón de votos de diferencia en la Costa Caribe, luego de un discreto resultado en primera vuelta, no son fruto de los programas de paz ni de la convicción de que JMS representara una mejor alternativa que Oscar Iván Zuluaga. Huelga decir que resultan de la mermelada, el término inicialmente acuñado para otros propósitos pero ya convertido en sinónimo y reemplazo de las lentejas, pero que dista mucho de ser el apropiado por aquello de que significa un trago muy amargo para el colombiano raso. Y qué no decir de Antioquia, donde logró neutralizar a su contendor a base de empalagar líderes.

Y sí, hubo de todo; ríos de dinero en todo el país, incluso en Bogotá, denuncian que aparecieron para recoger de nuevo esos electores inscritos desde las elecciones parlamentarias y nuevamente circulantes en la segunda vuelta. Ofertas contractuales, rifas de posiciones clave dentro del gobierno y cualquier argucia que signifique empeñar lo que todavía no estaba desembolsado para acopiar el único argumento que no se puede soslayar: “Una campaña política se puede perder por falta de votos, pero nunca por falta de plata” me enseñó un pragmático dirigente del litoral caribe.

Suman a favor de la pretendida y conseguida reelección las alianzas muy extrañas y ecuménicas en la capital: desde el clientelismo progresista, que aportó su cauda cautiva so pena de perder el mandato en la ciudad, hasta la inverosímil Clara López, quien anunció con bombos y platillos la descomunal compra de votos por parte del gobierno para luego pasar a vender el suyo. Una locura de matices, bajo el paraguas de la paz, sin indicar siquiera cuáles son los postulados que comparten de JM Santos, pero eufóricos con el tema y abanderados de unas ideas vagas, convertidas en principios pactables.
Poder, plata y paz son las tres P´s que culminaron con éxito una aspiración endeble de un candidato nervioso y asustado.
Pero siempre viene el guayabo: Luego de los resultados, es necesario el repaso de los compromisos y sus consecuencias, que para el común de las gentes desequilibran sin razón los ingresos fiscales. Pobre Bogotá y los bogotanos que se comieron el cuento de la paz! Deberán sufrir ahora lo indecible con la seguramente pactada promesa de mantener a Petro en la Alcaldía, a pesar del desgobierno y la mala gerencia que lo caracteriza. No otro podría ser su compromiso al pactar con Santos. ¿Y su sucesor? Más bien sucesora, Clarita, tendrá que hablar cuando acuda a exigir la contraprestación del incumplidor de promesas.

Pero sigue el guayabo: ¿Cómo conciliar las promesas a Vargas Lleras y Simón Gaviria de proyectarse para competir por la sucesión en el trono? Aspiran ambos a ser la prima dona de Santos II, con desmedida ambición y en la mano las exigencias al ya reputado promesero. Me aventuro a pronosticar un fuerte enfrentamiento con fracturas significativas que imposibiliten alianzas entre ambos para las elecciones de 2018.

Cómo darle el “espacio” político a Pardo, Mockus, Gina y tantos otros prometidos que quieren figuración de primera línea en el gobierno y en el proceso de paz? Y ahora sí llegamos a la verdadera resaca: La paz, vendida como un proceso rápido ad-portas de materializarse, pero cuyas consecuencias, en caso de que se firme un acuerdo político con las Farc-Ep y el ELN, tienen un horizonte lo suficientemente largo como para que la comunidad a la que le vendieron lo contrario reaccione. Van a mirar a Santos como gallina que mira sal. La prisa puesta por el calendario político fue una buena aliada de la publicidad santista, pero su costo será muy fuerte para el período que debe ejercer hasta el 2018.

Y cómo cumplirle a tanto político con quien pactó el reelecto Presidente? Será costoso para todos; el presupuesto nacional tiene sus límites hoy pero una reforma tributaria le abrirá camino al pago indiscriminado de favores. Y seguiremos ahí, creyendo en las locomotoras varadas, mirando las nuevas concesiones que se licitan sin interesados, preciándonos de proyecciones fantasiosas de tasas de crecimiento, perdiendo la visión de la verdadera Colombia igualitaria, aquella que se construye con buena educación pública, sin afincarnos en los reales sostenedores de una cadena productiva exportadora eficiente, apartados del campo productivo, conformados con la recuperación que se ve lejana de las tierras apropiadas por vándalos que continúan actuando sin control, en fin, alejados de la realidad nacional, que tiene por costumbre no reconocer la clase dirigente afecta al actual mandatario.

El guayabo de Juan Manuel Santos de hoy, se extenderá a todos los colombianos por cuatro años.

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