El jefe del Gobierno catalán declaró "la independencia de la República de Cataluña" con un secesionista discurso, que pone en la cuerda floja la unidad de las naciones y la integridad de la democracia.
Carles Puidgemont, unilaterialmente, declaró la independencia de Cataluña, para constituirla, según lo afirma en su discurso frente al Parlament, en "un Estado independiente en forma de República", pero a que su vez, está dispuesto a "suspender" los efectos de sus declaraciones para llevar a un "diálogo" con el Gobierno español. Y es que si eventualmente se pudiera llevar a cabo de la redacción de la nueva "constitución catalana", esto favorecería a su persona, ya que, como presidente de Generalitat, tomaría las riendas como "jefe de Estado" autónomo.
Entre los amañados argumentos que utilizó en su declaración, para justificar esta "grito de independencia", se encuentra el resultado del referéndum en donde, por inmensa mayoría de los votantes, salió "victorioso" el sí. Sin embargo, el Govern reportó una participación de 2.262.424 votos sobre un censo de 5,343.358 personas (el 42%), lo que puede llevar a cuestionar el "respaldo mayoritario" que recibió su proyecto separatista.
Dentro de la estrategia de Puigdemont se entiende que una vez se declaraba la independencia entraba en vigor la Ley de Transitoriedad Jurídica, aprobada por el Parlament, pero anulada por el Tribunal Constitucional unos días después, lo que lo dejó sin argumentos jurídicos para seguir adelante con sus escuderos del Junt's Pel Sí, del CUP y de Podemos, con su idea de avivar el discurso populista que se ha manifestado en Europa y en el mundo, ya hace un tiempo.
Oportuno es hablar de reconocimiento popular, pero ¿dónde quedan las más de 400.000 personas que inundaron las calles de Barcelona, en favor de la unidad? Queda evidenciado que, en ocasiones, el "clamor de independencia" se convierte en una escenificación de los intereses de unos pocos y quedan "en el aire" el bienestar de muchos.