Unos mil campesinos que viven en la zona minera de Boyacá, intentaron meterse por la fuerza el pasado 25 de noviembre a la mina Puerto Arturo, de la que se extraen la mayor cantidad de esmeraldas de Colombia, de una gran calidad y tamaño que las ha llevado a estar altamente cotizadas internacionalmente y a ganarse varias competencias internacionales como la del pasado 28 de octubre, en las que el gringo Charles Burgess siempre está presente. Es el presidente de la compañía, pero no de escritorio en Bogotá, sino que mete la bota al barro cada vez que sea necesario, precisamente porque sabe el valor de la mina y la zona tan complicada donde está localiza, rodeada de conflictos ancestrales.
La mina Puerto Arturo era la más querida del zar Víctor Carranza, pero ya en la recta final de su vida, por el cáncer que se lo llevó el 4 de octubre de 2013, decidió vendérsela, ya hace ocho años, a la compañía Minería Texas Colombia, filial de la estadounidense Texma Gruop.
Ninguno de los siete hijos de Carranza tuvo gran interés en el negocio de su papá, salpicado de violencia y sangre. El zar, que llegó ser uno de los más ricos del país, dueño de las mejores minas de esmeraldas y tener tanto poder que tenía amistad con los más altos políticos y militares del país, entre ellos los expresidentes Juan Manuel Santos y Misael Pastrana, prefirió dejarlos organizados con un buen patrimonio.
El hombre clave para materializar la venta de las minas de Muzo fue el gringo Charles Burgess. La recompensa estaba clara: sería el presidente de la compañía.
Nacido en Virginia hace 65 años, Burgess llegó a Colombia a finales de la década de los 80 como diplomático de la embajada de Estados Unidos, en la época dura del narcotráfico con el surgimiento de los cárteles de las droga y la guerra declarada por éstos.
Se casó con una mujer de origen boyacense, un matrimonio que ofició el entonces obispo de Chiquinquirá, Monseñor Héctor Gutiérrez Pabón. Fue el sacerdote, quien agobiado por los asesinatos y la violencia que rondaba la minería de estas piedras, le habló al norteamericano de la otra guerra que se libraba en el país: la guerra verde. Una guerra que ha dejado ya tres mil muertes.
En la zona esmeraldera de Boyacá se convive en medio de la tensión. Hace ya casi dos meses estalló un nuevo problema social cuando un grupo grande de campesinos guaqueros, se tomaron varias minas en el occidente del departamento.
Los guaqueros protestan porque piden que los dejen volver a aprovechar los residuos de tierra que salen de las minas como desecho. Desde que inició la minería los guaqueros esperaban aquella tierra que salía de las minas en volquetas y era botada a orillas de los ríos. Los guaqueros se lanzaban a la montaña de tierra y buscaban enguacarse con una esmeralda.
El gobierno de Juan Manuel Santos firmó el decreto 2737 del 17 de diciembre que prohibió a las empresas verter la tierra desecho en los ríos. Tendrían que aprovecharla de alguna manera, pero no atentar contra la pureza de las aguas. Ese fue el inicio del fin de la guaquería, la cual, en tiempos de Carranza, bajo el amparo de la minería informal, alejada de toda ley, se permitía.
Los guaqueros de Muzo no saben hacer nada diferente que lavar y escarbar entre los desechos de tierra. Buscan durante horas alguna pequeña pepa verde que puedan rescatar para luego mal vender o cambiar por algo de mercado en las tiendas de la zona. Su líder es Luis Alberto Galicia, un hombre de 62 años que lleva guaqueando 53, un oficio que aprendió dese los nueve. Pero están solos en la pelea.
Con la nueva Ley la minera norteamericana no volvió a verter tierra al Río Minero y la policía, apoyada por seguridad privada, mantiene replegados a los guaqueros, quienes se quejan y protestan por haberse quedado opción de ingresos.
El mismo Obispo Monseñor Gutiérrez fue quien presentó a Burgess con Carranza. El zar de las esmeraldas le comunicó su interés de tecnificar la extracción de las esmeraldas y le pidió contactos con empresarios de Estados Unidos. En ese momento el gringo no se interesó por el negoció. Pero como si el tema formara parte de su destino, ya pensionado en su país, fue contactado por inversionistas en gas y petróleo que querían explorar posibilidades en Colombia. El nombre de Carranza y su intención de modernizar el negocio se le vino a la mente y activó sus contactos en Colombia. Terminó empleado por la Texma Group.
El objetivo del nortemericano era involucrarlos en el millonario negocio de las esmeraldas. Lo logró en 2012, cuando Carranza después de dos años de conversaciones firmó la venta del negocio que había construido durante más de 50 años. Burgess, como estaba previsto, pasó a ser el presidente de Minería Texas Colombia, la recién creada compañía.
La llegada de las empresas extranjeras a las minas de esmeraldas formalizó un negocio que hasta ese momento era manejado por caciques, sangre y violencia. La minería informal desapareció y con ella muchos mineros, en su mayoría los más viejos, que llevaban su vida picando la tierra para Carranza, se quedaron sin trabajo. El modo de trabajo cambió. Burgess contrató con documentos en mano y solo los jóvenes, los fuertes fueron la primera opción. Ya no trabajaban por comisión de lo encontrado sino por salarios y prestaciones.
El pueblo de Muzo se ha empobrecido. Los mineros desempleados se volvieron guaqueros y hoy los guaqueros no tienen tierra para guaquear. Y son ellos quienes han querido hacer oír su voz.
Burgess ve en estas movilizaciones, que se pueden complicar, intereses oscuros de los antiguos poderosos del negocio de las esmeraldas, muchos de los cuales están presos en Estados Unidos por relaciones con paramilitares y narcotráfico. La tensión por la presencia de la Minería Texas Colombia con sus nuevas reglas laborales y un gerente mano dura dispuesto a defender a fondo los millonarios intereses de su compañía puede complicarse, porque lo que está en juego es mucho.