Todo parece indicar que el hundimiento de la reforma tributaria es un hecho. Las decisiones tomadas por varios partidos auguran que es cuestión de días.
Como era previsible, este intento de reforma tendrá consecuencias políticas particularmente sensibles.
En esta ocasión, Vargas recogerá la mayor parte de los aplausos que queden en la arena después de la faena contra una reforma casi que unánimemente rechazada por la sociedad. Y se los lleva por méritos que van más allá de haberse opuesto, de hecho no fue el único que la criticó respecto de su impertinencia política y de los muchos esperpentos sociales y económicos inscritos de sus contenidos. Es por la forma franca y determinante como ha adelantado su conducta política.
En primer término, logró sintonizar el sentimiento social y la realidad económica con su propio criterio personal, de tal suerte que sus planteamientos fueron percibidos como genuinos y no como una de esas maniobras de la táctica electoral que provocan tanta desconfianza. Ya va siendo hora de que los dirigentes se atrevan a decir lo que piensan auténticamente y liberen a la democracia de ese club del maquillaje en que los metió la moda del marketing, la encuestitis y los asesores de imagen.
En segundo lugar, fue leal con todos; con el país, con su partido y hasta con el gobierno, en la medida en que no esperó a que cayera la tormenta para intentar pescar en río revuelto. Desde mucho antes de que el gobierno cometiera el error de presentarla, Vargas comenzó a advertírselo a través de sus columnas dominicales en El Tiempo. El final de la historia ya lo conocemos: desatendieron por completo sus consejos.
Tercero, se dotó de un arsenal argumental imbatible. Sus planteamientos abundaron en tesis políticas y económicas de valor que estuvieron muy por encima de la hostigante palabrería ideológica que infesta el debate público desde hace tiempos.
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Sus planteamientos abundaron en tesis políticas y económicas de valor, muy por encima de la hostigante palabrería ideológica que infesta el debate público desde hace tiempos
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Cuarto, asumió su responsabilidad a conciencia de que su papel era determinante, de que su quehacer podría definir la imposición de la reforma o su hundimiento. Es evidente que sin Vargas y sus gestiones con partidos como el Liberal y la U la reforma se hubiera impuesto y que, tras de la estela de su viacrucis, solo hubieran quedado las constancias de protestas de los que se oponen a la reforma de la misma manera que siempre se oponen a todo.
Y quinto, Vargas comprendió que no se debía llevar al país al grado de desesperación que conduzca a los colombianos al posible error de intentar una salida en la extrema izquierda. Con esta decisión de hundir la reforma, un grupo de fuerzas políticas recibe un tanque de oxígeno de cordura y sensibilidad social desde el cual el país pueda explorar horizontes de cambio que, de ninguna manera, arriesguen el acumulado democrático que con tanta dificultad y dolor hemos logrado acumular a lo largo de nuestra historia.
Estas reflexiones me llevaron a hacer un poco de memoria sobre Germán Vargas, con quien nos conocemos desde que estudiábamos en el Liceo Francés.
Aunque su trayectoria política ya es larga, su carrera ha estado signada por decisiones que ha tomado en momentos muy precisos de la vida nacional. Recuerdo particularmente tres. Él se desprende del pelotón de senadores y escala a su condición de líder nacional cuando asume la audacia de denunciar en el Congreso los bárbaros abusos de las Farc en la zona de despeje de El Caguán; allí destapó ante la opinión que lo que era un territorio supuestamente dispuesto para unas negociaciones de paz lo habían convertido en una madriguera para el secuestro, el narcotráfico, el tráfico de carros robados y el fortalecimiento de sus grupos armados. Años después, lo que marcó su camino fue, por el contrario, la falta de decisión para definir con mayor claridad su posición respecto de las negociaciones de La Habana con las Farc; siempre me quedó la sensación de que allí le faltó actuar conforme a sus convicciones y eso bien pudo afectar su anterior campaña presidencial. Por último, lo veo tomar decisiones en este momento crucial y veo que acierta y acierta en serio.
Germán es una persona con carácter y esa es una cualidad escasa y principal que será bastante valorada en la próxima contienda, sobre todo por dos angustias poderosas que aquejan a Colombia: la criminalidad rampante y la crisis económica.
Con esta nueva faena de su vida política vuelve a llenar de energía su proyecto político.
Tal como decía nuestro inolvidable Pambelé: “En cualquier momento, puede ocurrir cualquier cosa”.