Romualdo Brito y sus 45 años de vida musical

Romualdo Brito y sus 45 años de vida musical

Entrevista con el compositor guajiro, autor de grandes éxitos como 'Esposa mía' y Santo cachón', quien hoy prepara una nueva producción para celebrar su trayectoria

Por: Albeiro Arciniegas
junio 04, 2019
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Romualdo Brito y sus 45 años de vida musical

Vivió entre gente del campo en donde le tocó trabajar desde muy niño. “Es como si no hubiera tenido infancia”, dice. Aunque reconoce que al trabajar desde los nueve años aprendió hacer cosas que luego le sirvieron en la vida. Entre sus familiares más cercanos se encuentra Leandro Díaz y el cantante Silvio Brito. Le gustaba la música ranchera y la música cubana porque las estaciones de radio que sintonizaba en la Guajira eran emisoras de Cuba. Además, cuando se radicó en Riohacha era una época en que prevalecían los ritmos mexicanos.

Se pensaría que El santo cachón, tema que grabaron Los embajadores vallenatos y que le dio la vuelta al mundo, constituye su mayor éxito; él dice que no y aclara que es una canción que interpretó la voz nasal del médico Otto Serge. Actualmente reside en Bogotá dedicado a la música de tiempo completo en una larga carrera que llega a los 45 años como compositor e intérprete de innumerables canciones que son un auténtico aporte al patrimonio musical de Colombia. Pues, sí, con Romualdo Brito, el guajiro vallenato, hablamos para conocer un poco de uno de los artistas más carismáticos y queridos por el pueblo colombiano.

Maestro, ¿cómo se inició en la música vallenata?

La primera vez que hice música, compuse cinco canciones, una mañana, como en dos horas. Algunos de esos temas los grabó Lisandro Meza, fui muy afortunado en esa parte. Ya después me entusiasmé con la idea de seguir haciendo música vallenata. De ahí me han grabado más de 1.500 canciones por parte de unos 400 artistas de todo el mundo.

¿Su mayor éxito?

Es la canción Esposa mía, que la grabó el médico Otto Serge; una obra que ha repercutido mucho a nivel mundial, nunca ha pasado de moda desde que se la conoció e incluso se grabó en el Japón. Allá, con la población, la cultura y el lenguaje que se maneja, diferente a lo nuestro, una canción que logre sonar, es algo que significa mucho para un compositor.

Usted compone dentro de una línea romántica, de altísima poesía —Pimpinelas, El amor es el perdón y algo más—, ¿esa línea se está perdiendo en el vallenato actual?

Sí, se está grabando una música que maltrata mucho a la mujer, con un lenguaje vulgar donde hace falta mucha lírica; yo creo que nos hemos descuidado, no diría tanto los compositores, sino los mismos artistas que por buscar fama y en un afán comercial, no consultan con los compositores que todavía están vivos y tienen buena música. El maestro Rosendo Romero, Sergio Moya, Fernando Dangond, en fin, un grupo de compositores de mucha calidad. Pero los artistas terminan grabando las mismas locuras de siempre que parece que fueran la misma canción adaptada para todos los conjuntos.

¿Cómo recuerda la época cuando llegó su fama como intérprete?

Yo no tenía la menor idea de que mi voz pudiera agradarle a nadie. Pero un día llegué a Bogotá con el ánimo de estudiar una carrera y el maestro Lenin Alfonso Bueno Suárez me había oído cantar vallenato y me dijo que yo podía grabar, que me veía muy bien para hacer música. Y, la verdad, lo intentamos y tuve mucha suerte. Cuando grabé Mi presidio fue un éxito con el cual ganamos nuestro primer disco de platino al vender más de 150.000 copias en un mercado muy cerrado para el vallenato. Después vinieron otros éxitos como El diario de mi vida, Tatuaje en el alma, Muchachita, y ganamos otro disco de platino y tres discos de oro.

¿Qué le ha dejado la música?

Todo lo que tengo se lo debo a la música. Lo bueno y lo malo, porque también hay cosas que son difíciles, la música a uno lo distancia de la familia, a veces por ella uno descuida al hermano, a la mamá, al papá. Es difícil.

¿Qué piensa de la fama?

Bueno, Albeiro, la fama es algo que hay que saber manejar para que no termine perjudicando. En la música hay que apelar mucho a la humildad, se debe entender que hay otras cosas que son importantes como el cariño y el amor que se logran de la gente.

¿Cómo es un día normal en la vida de Romualdo Brito en Bogotá?

Si uno está quieto es el día más largo y aburrido, pero cuando uno sale y está trabajando no se da ni cuenta como se pasa el día. Es cuestión de enfrascarse en una rutina; yo, por lo menos, soy superintenso, todos los días se me pasan sin darme cuenta.

Apostémosle un poco a la nostalgia. ¿Qué recuerdos guarda de Diomedes Díaz?

De Diomedes los mejores. Como tuvimos tanta cercanía desde sus inicios, siempre fue todo muy bonito; él me quería mucho, yo también a él; era un gran admirador de mis canciones, me consultaba hasta el repertorio que iba a grabar para que se lo ayudara a seleccionar, para que fuera con él a muchas de sus grabaciones. Para mí fue el chico más noble que he conocido dentro del vallenato. Nunca fue un interesado por las cosas materiales, le gustaba sentir el cariño y el afecto de la gente y, bueno, hasta el día de su muerte llevamos una amistad muy cercana. Así que tengo los mejores recuerdos del Cacique Diomedes Díaz.

¿De Rafael Orozco?

¡Uyyy…! (La voz de Brito se emociona). De Orozco la gente pensaba y decía que era creído; la verdad, era muy tímido; cuando cogía confianza, le mamaba gallo a uno hasta donde no se puede imaginar, le ponía apodos. Aunque en un principio, como dije, era reservado y tranquilo y una gran persona. Le gustaba servir a mucha gente.

¿Anécdotas que recuerde de su vida musical?

Muchas, imagínese. Me pasó una vez que tuve contacto con gente de México, sobre todo con la gente de los medios de comunicación, que cuando se encontraron conmigo y me conocieron, decían que yo en ese país sonaba bien, que era famoso. Cuando estuve allá y me tocó presentarme ante más de quince mil personas, todo el público se sabía mis canciones, las que yo había grabado, que eran éxito y que yo no me las sabía y, así, ellos terminaron haciendo el show por mí, pues yo había olvidado muchas de esas letras.

Es muy peculiar lo que ocurrió con Alfredo Gutiérrez, ¿lo recuerda?

Lo contacté para mostrarle una canción mía en Maicao. Yo tenía 16 años; fui entusiasmado porque siempre he sido un gran admirado de Alfredo; yo creo que no hay un solo compositor o un solo músico que no sea admirador de él; y quería que me grabara, entonces me fui escondido de mi padre porque nosotros vivíamos en Riohacha con la esperanza de que el Maestro me escuchara y resulta que, cuando bajo al hall del hotel, dijo: “¿Dónde está Romualdo Brito?”. “Yo soy Romualdo Brito”. “¿Tu cédula?”. Yo no tenía cédula, esa la daban a los 21 años; se manejaba una tarjeta de identidad y yo no tenía ni eso. Entonces no le dio la gana de aceptar que era Romualdo Brito y los de la recepción del hotel pensaron que le estaba mamando gallo. Ya después, cuando fue a Riohacha, lo habían nombrado jurado de un concurso y yo estaba concursando y al oírme cantar, dijo: “Hola, muchacho, ¿pero cómo? Yo no podía creer que un muchacho de tu edad hiciera esas canciones tan bonitas”. Después de eso grabó dos canciones mías que fueron éxito. Y así, con el Maestro Alfredo Gutiérrez hemos manejado una buena relación, no somos amigos muy cercanos, pero mi admiración por él sigue siendo la misma.

También lo han grabado Los Zuleta.

Sí, con Emiliano el viejo compartí bastante, pero sobre todo con Emiliano Zuleta Díaz, su hijo; él y Poncho me han grabado unas quince canciones. Pero todo se hizo a través de Emiliano Zuleta porque con Poncho nunca tuve esa cercanía, aunque lo aprecio mucho y nos tratamos con mucho respeto y mucho cariño; pero siempre la amistad fue con Emiliano.

¿Qué nuevos proyectos musicales tiene en el momento?

Se proyecta una nueva producción, un homenaje a mis 45 años de vida musical, se llama Mi legado. Hemos hablado con 25 cantantes que interpretarán 45 de mis canciones, de las cuales 25 son clásicos de la música vallenata y 20 de diferentes ritmos, ya que no sólo compongo vallenatos, sino distintos aires de la música del Caribe. Champeta, cumbia, porro, mapalé, fandangos e incluso algo de música andina, llanera y del Pacífico.

Es el gran Romualdo Brito, el inigualable, el hijo de Treinta Tomarrazón, un compositor e intérprete cuyo talento ayudó a que los ritmos musicales de la costa colombiana conquistaran los mercados del interior del país. Todo un monumento de creatividad y de lirismo, un señor con alma de poeta, estirpe que escasea en una época —digámoslo claro— condenada a la esterilidad y la ordinariez musical.

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