La acreditación institucional de alta calidad que recibió la Universidad del Atlántico no constituye un punto de llegada sino un punto de partida para construir la universidad que merecemos, la que represente el empeño de nuestro fundador, Julio Enrique Blanco, de la educación pública como requisito de mayoría de edad del pueblo costeño, es decir, una universidad crítica, investigadora y con liderazgo local y regional.
Lamentablemente, la situación que vive hoy la universidad no es exactamente la que Julio visionó, pues la universidad está sumergida en los problemas de violencia e intolerancia, a la merced de los grupos de presión políticos y económicos y sin un liderazgo interno que garantice unas condiciones objetivas para la construcción colectiva de un proyecto de universidad serio, muy a pesar de los valiosos esfuerzos que a diario realizan estudiantes, profesores y otros actores por cumplir con los objetivos misionales de la universidad. De estos aspectos he venido hablando antes, respecto a lo nacional y lo local, en tres notas publicadas en este portal.
Ante esta situación, como se diría en matemáticas, debe existir una condición necesaria y suficiente que permita una tangencia. En este caso, se necesitan tres condiciones necesarias y suficientes para cimentar las bases un proyecto de universidad responsable con el progreso de esta.
- La primera, fundamental en cualquier espacio para desarrollar la democracia, es un gran pacto por la convivencia pacífica que reivindique el campus como territorio de paz y honre al alma máter como sujeto de reparación colectiva en el marco del conflicto armado. Además, para que pueda existir el diálogo como materia prima de la construcción colectiva.
- La segunda es mantener el logro conseguido de la acreditación, que tiene un término de cuatro años, para lo cual es de obligatorio cumplimiento las recomendaciones del Consejo Nacional de Acreditación en cuanto a soluciones reales para las debilidades y planes para potenciar las fortalezas, es decir, no dejar la acreditación en el papel.
- La tercera, sin duda, es la que requiere el mayor esfuerzo de la comunidad universitaria y el liderazgo de quien rige los destinos del alma máter, es un proceso de diálogo universitario. Tiene como objetivo este diálogo construir colectivamente y con rigurosidad nuevos estatutos, en especial el estatuto estudiantil, que es anterior (1989) a la Constitución Colombiana de 1991 y a la ley 30 de 1994, la cual rige la educación superior en Colombia, además de que no responde a las realidades de los estudiantes, ni de los procesos de aprendizaje de hoy.
En síntesis, se trata de fijar reglas de juego claras y pertinentes que permitan dinamizar los procesos académicos, que privilegien e incentiven a quienes más contribuyen a cumplir la misión de la universidad y reconcilien el divorcio entre institución y estudiantes y entre estos y la sociedad local y regional.
Parece ser que ese no es el futuro inmediato, pues la Procuraduría revocó la suspensión del rector Carlos Prasca, suspensión motivada por escándalos sexuales con estudiantes meses atrás, y ordenó su posesión inmediata en el cargo, posicionando un tema jurídico y soslayando la clara falta ética en la que incurrió. Prasca manifestó que debe existir una “armonía en la convivencia”, pero después de todo lo ocurrido este no brinda garantías y tampoco goza de legitimidad para liderar las condiciones necesarias y suficientes que expresé anteriormente.
Para hacer este sueño realidad necesitamos una rectoría que tenga legitimidad, gobernabilidad y que brinde garantías para liderar el gran pacto por la no violencia, que se ponga la camiseta de la docencia, la investigación y la proyección social y que abra y lidere un diálogo universitario para honrar el legado de nuestro fundador, y así convertir la Universidad del Atlántico en una universidad sagrada, cuna de la universalidad del conocimiento costeño. Seguiré trabajando por ese sueño.