En junio del 2018 Joaquín Pérez quiso entrar al país como lo había hecho otras 31 veces desde 1989 cuando vino a defender a Leonidas Vargas, uno de los narcos de confianza de Gonzalo Rodríguez Gacha, el hombre que movía la plata del Cartel de Medellín.
Llegó en un vuelo de American Airlines y, al presentar su pasaporte norteamericano a inmigración, le negaron la entrada. La razón esgrimida es que en enero del 2018 había entrado de manera irregular, acompañado de una funcionaria del INPEC, a la cárcel La Picota a reunirse con alguno de sus clientes, todos metidos de lleno en red internacionales de narcotráfico.
Nacido en Cuba, en 1952, Joaquín Pérez escapó con su familia de la isla en 1966, cuando Fidel Castro usaba sus manos de acero para cambiar para siempre el país. Los Pérez llegaron a Boston. Su papá lavaba baños en restaurantes propiedades de otros emigrantes cubanos y él, para pagarse su cupo en la facultad de leyes en el Boston College, limpiaba pisos en bancos y en edificios del estado.
En la universidad estudió al lado de John Kerry, Secretario de Estado de Barack Obama, Senador y actual enviado especial de los Estados Unidos para el clima. Fue creciendo. Hablar español le sirvió para trabajar en la oficina de la fiscal Janet Reno. Mientras tanto, desde el puerto de Mariel, Fidel Castro le enviaba a la presidencia de Ronald Reagan 120 mil cubanos que salieron de la cárcel, lo peor de la isla. En Miami se ganarían el remoquete de Marielitos.
Fueron los mafiosos colombianos quienes le dieron poder a Pérez. En 1985 se ganaba USD 12 mil al año, una cifra que le parecía ridícula a alguien con su ambición desbordada. Su primer cliente fue Leonidas Vargas, un carnicero de Caquetá que empezó a meterse en el narcotráfico como un frio sicario, cuya eficiencia convenció a Gonzalo Rodríguez Gacha.
El 6 de enero de 1993 fue detenido en un casino en Cartagena y condenado a 19 años. Le quitaron 377 bienes, pero aún conservaba una fortuna de 10 millones de dólares cuando fue liberado en el 2004, gracias a la acción del abogado Pérez.
Vargas se fue a España. El 12 de octubre del 2008 fue trasladado al Hospital Doce de Octubre por un problema de hipertensión y hasta allí le llegaron dos sicarios, desembarcados directamente desde Medellín quienes le dispararon cuatro veces. Nadie escuchó, ni siquiera las enfermeras, tenían puesta un silenciador.
El rumor entre los narcos se fue extendiendo. Desde Puerto Rico, República Dominicana y Colombia le llegaban solicitudes de defensa. Se acostumbró a cobrar entre 100 y 500 mil dólares por defendido. Esto le permitió amasar una fortuna que se contaba en las siguientes propiedades: un avión Cessna 340, cuatro Mercedes Benz, Dos BMW, veinte edificios en Miami, una mansión de 1.500 metros en Coral Gables. Leonidas fue apenas el primero de los grandes narcos a los que le prestó los servicios.
En un artículo del 2005 publicado en la revista Don Juan, Pérez se mostraba muy orgulloso de haber representado a Carlos Castaño. Incluso afirmó que él no había cobrado un solo peso por haber defendido al jefe máximo de las Autodefensas Unidas de Colombia. Creía que iba a ser un ícono en la historia de este país. En ese momento, 1999, RCN, en cabeza de su reportera estrella, Claudia Gurisatti, acababa de hacerle una entrevista que llegó a convertirlo, según encuestas, en probable presidenciable y luego la publicación de su autobiografía, Mi Confesión, vendió mas de 400 mil unidades.
Hoy ya no tiene en su oficina en Miami la foto con Carlos Castaño e incluso intenta olvidar algunos artículos, que en su momento le pareció muy elogioso, como el que publicó el periodista irlandés Steven Dudley para la revista Poder titulado El abogado de Castaño.
Fue la estrategia de Pérez lo que en el fondo terminaría hundiendo al paramilitar. La de negociar con la DEA, entregar rutas y nombres tan temibles como el de su hermano Vicente. Carlos Castaño soñaba, como tantos otros narcos, con tener poder político en el país.
Pero no sólo por eso Castaño quería pactar con los gringos, sino que buscaba entrada a ese país para que a su hija Rosa María, la que había tenido con Kenia Gómez, la trataran de la extraña enfermedad que padecía llamada el Síndrome del Maullido que solo tenía manejo en Estados Unidos porque de lo contrario le esperaba una muerte lenta y dolorosa.
La angustia lo consumía tal como se lo expresó a su amigo Carlos Mauricio García, alias Rodrigo 00, comandante del bloque Metro de las AUC, el 26 de noviembre del 2002: “podrá desarrollar todos su sentidos mentales y físicos en un ochenta, por cierto; dan algunas esperanzas de mejorar este patrón, para lo que tendremos que trabajar por alcanzarlo.
Solo el inmenso amor que profesamos por ella nos mantiene felices; es así amigo, así pasó, esto sin explicación científica del porqué (sic). Kenia ha sido fuerte y unidos en familia estamos superando el dolor que esto causa en medio de la alegría que nunca desaparece”.
La negociación con Estados Unidos duró cinco años y la acabaron los disparos que le propinaron los matones que le envió su hermano Vicente el 16 de abril del 2004. Con Castaño llegaron pedidos de otros narcos como Julio Correa, mejor conocido como Julio Ferro, quien era el esposo de la modelo Natalia París, despedazado con una motosierra en Medellín por intentar negociar con Estados Unidos. La estrategia como abogado de Pérez era la de delatar para evitar penas largas, la única manera que podía convencer a la justicia gringa.
El último gran cliente de Pérez fue Salvatore Mancuso. Su estrategia, presentada en cinco mociones, dejaba claro la voluntad de colaborar con la justicia colombiana y la norteamericana. Mancuso entregó buena parte de su fortuna para reparar víctimas y quiso enlodar a figuras políticas como Álvaro Uribe Vélez, de quien se sintió traicionado después de pactar su no extradición a los Estados Unidos.
Por eso logró rebajarle su condena de 22 a 15 años. Sin embargo, desde el 2016 las condiciones de reclusión para el comandante paramilitar no son las más cómodas, ya que su celda no tiene acceso a la luz ni a sus largas caminatas lo que ha venido afectando su condición física en una serie de enfermedades en las que se incluye la pérdida de visión.
El desafío que tiene hoy Joaquín Pérez es lograr sacar a Salvatore Mancuso del infierno que lo está destruyendo y verlo aportando verdad en Colombia o gozando de lo que sería su sueño: de regreso a su natal y querida Italia. Lograrlo sería su gran triunfo judicial