'El gran dictador', la gran burla de Chaplin

'El gran dictador', la gran burla de Chaplin

Con la risa el gran icono del cine mudo es más implacable que un disparo

Por: Richard Alexander Galvis Gutiérrez
diciembre 17, 2019
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'El gran dictador', la gran burla de Chaplin

Creo, si no estoy mal, que Truffaut en su lecho de muerte, o mejor, no vale la pena exagerar aún, en un artículo, en una reseña, o en un programa de televisión, hizo de todo y todo lo hizo bien, aunque solo me he visto los 400 golpes, sentenció, rezó: “no me atrevo hacer películas bélicas ya que todas tienden al espectáculo”. Unos años atrás, en los años cuarenta, cuando la bestia rubia, cuyo símbolo es la esvástica (o es bastica, no remembro) y signo es el odio a todo lo humano, un pequeño Chaplin, sintió la necesidad de herir, ya no con odio, el odio es inútil para herir salvo cuando se odia a balazos, sino con algo más cruel: la risa. A diferencia de Truffaut, Chaplin no pensaba que una película bélica tendía al espectáculo, Chaplin se dio cuenta que la guerra misma, con todos los muertos, las bombas, el fino polvo cubriendo las caras ensangrentadas, son un espectáculo. Por eso hizo una película donde el espectáculo está por encima de la trama, exagero el espectáculo, acentuó la infamia, de ahí que dicha película, El gran dictador (1940) sea la mejor película bélica, ya que se nutre del espectáculo de la guerra para destruir el mismo espectáculo, es como usar más veneno para atenuar el veneno, o fumar más cigarrillos para evitar la tos, eso se puede hacer en el cine, en la vida real no.

Siguiendo algunas películas de Chaplin, uno se da cuenta que son amargas, pero siempre esconden algo: la bondad humana, tal vez, el humor para apaciguar este hervidero de lágrimas, también. Chaplin es muchas cosas, pero si hubiera que salvar una película suya, yo salvaría El gran dictador. En un libro de Alfred Stern propone que la risa no es más que un juicio de valor negativo ante la degradación de los valores. Bueno, como sabemos los seres humanos somos los únicos capaces de portar valores, entiéndase por valores: moral, religión, inteligencia, etc. Y como portadores de dichos valores somos susceptibles a degradarlos. Ejemplo, cuando alguien que se cree inteligente, o lo ese, por qué no, incurre en una sentencia que es una estupidez. Al verse degradado ese valor: la inteligencia, nosotros como jueces, inconscientemente, juzgamos de modo negativo ese proceder estúpido por medio de la risa.

Lo que pasa con el gran dictador, Hynkel, es que Chaplin, muy inteligente, exagera, cada gesto es una explosión de estupidez, cada palabra: un derroche de ignorancia. La exageración de las falencias reduce la película a un solo motivo: la risa. Reímos de esa bestia rubia cuando incurre en obscenidades, cuando golpea con los glúteos el globo terráqueo, cuando se presenta el otro dictador (todos los dictadores son ineptos, no merecen nuestras lágrimas, de ellos hay que reír) y Hynkel, acobardado, dispone su estancia para según “Basureich”, jefe de propaganda, se encuentre el otro dictador en una posición reducida, pero Hynkel a pesar de todo, inflamado por el miedo, se ve violentado por la exuberancia del otro dictador. Para nada inocente, Chaplin, en esta parte del film nos propone reír, no de un Hynkel afeminado, sino del honor de Hynkel, que se ha visto degradado por el otro dictador.

Todo es espectáculo y exageración, incluso el momento de la música, cuando el barbero está podando una barba bajo el influjo de Brahms.  La canción es: Danza húngara N°5, véase la escena para un mejor entendimiento:

 Esta parte no deja de ser un guiño al papel del arte durante una dictadura; el arte deja de ser un medio para convertirse en un fin, su valor estético se degrada y solo, aparentemente, conserva un valor instrumental. La música también es degradada, no olvidemos, que gracias a esa secuencia Chaplin invita a reír de la mecanización de la Danza Húngara. Deja de ser música, no conserva un fin estético, sino un fin objetivo. El fin de hacer trabajar tal vez. O quizá, el fin de degradar el papel de la música alemana en los campos de exterminio.

Es probable, factible, que durante muchos años sigan sucediéndose Hynkels, uno tras otro, tan ridículos en su majestad, tan ineptos en su inteligencia, tan pobres en todo, incluso en su valentía. Es probable que El gran dictador no sea más que un chiste, y lo es, pero el espectáculo, la risa yel circo no son inocentes, son nada más que una muestra de que todos esos supuestos “grandes hombres” están condenados al excremento, a la orina y a la muerte. Ya que vivimos épocas de varios ridículos Hynkels, es consecuente ver la película, solo una vez, y si es posible no ver el final, el discurso del barbero en el cenit de esta obra maestra es tan ridículo como las acciones de Hynkel. De todos modos, Chaplin con la risa es más implacable que un disparo, véanla.

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