El gran chamán del yagé en Bogotá resultó violador

El gran chamán del yagé en Bogotá resultó violador

Orlando Gaitán incluso embaucó a los exalcaldes Moreno y Petro con supuestas propuestas espirituales y ahora está a punto de ser condenado por abusar de 9 mujeres

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mayo 13, 2019

Orlando Gaitán es un autodenominado médico indígena que está inmerso en una ampliación de su fundación hacia Europa. En Colombia tiene un grupo de fieles seguidores que poco a poco han ido denunciando todo tipo de irregularidades y abusos. Esta semana una juez falla sobre la denuncia de violación de 9 mujeres.

Sobre la carretera entre Bogotá y Villeta hay un letrero que promociona la toma de yagé. Es la entrada de la finca El Sol Naciente, un complejo que intenta emular los quioscos de los indígenas del Amazonas y donde se pueden hacer, casi de manera recreacional, tomas de yagé. Cuestan $60.000 pesos. Los caminos de piedra encauzados en bloques de cemento llevan a un recinto cerrado, oscuro. Lo que sucede allá se queda allá. Hasta que nueve mujeres decidieron denunciar que fueron violadas en ese salón.

Ante la Fiscalía ellas 9 y de manera independiente dieron sus testimonios. Todos eran similares. Un discurso sobre renovación del alma, sobre la fraternidad y la limpieza espiritual, luego una copa de cerámica labrada con un líquido verde que rotaba de mano en mano. Un mareo. Un mareo impresionante. Alucinaciones. Jaguares, panteras, aves amazónicas. Y al siguiente día la realidad. Los carros de la vía entre Bogotá y Villeta. Un mareo distinto. Y en las 9 la sensación física de abuso sexual. Dos de ellas eran menores de edad cuando sucedió, y acudían a la finca porque sus padres eran miembros de la asociación por más de 15 años y las llevaban todos los fines de semana a los retiros.

Ellas hacían parte de una comunidad de fieles de cerca 500 personas que siguen a Orlando Gaitán Camacho, el dueño de El Sol Naciente - una de las tres sedes en Colombia además de la de Medellín y Villavicencio -. Él, el líder indiscutido de este grupo espiritual y al que las mujeres denunciantes se refieren como una secta, hoy está desaparecido de la esfera pública. La próxima semana, sabe él, se falla en Colombia el caso por el abuso sexual en persona puesta en incapacidad de resistir. O sea, por abusarlas durante la toma de yagé, pero ellas han contado que también abusó de ellas fuera de las ceremonias.

El autodenominado taita ya estuvo preso por este delito en la cárcel de Guaduas. Pero lejos de ser una época traumática, Orlando logró amoldar la cárcel a su antojo. En el pueblo todo el mundo sabe de los rituales que hacía adentro. Danzaba. Los seguidores de la comunidad Carare comenzaron a ayudar a los otros presos: les traían comida y les compraban las artesanías. Poco a poco Orlando comenzó a mandar dentro del penal. Después de un año, y por vencimiento de términos, en el 2016 salió libre.

Pero ni siquiera en esos tiempos su emporio dejó de crecer. Su centro de atención cerca al estadio El Campín, en pleno corazón de Bogotá, seguía recibiendo a lo más distinguido y alternativo de la élite capitalina. Cobraba duro. Y siguió recibiendo a indígenas desplazados para darles comida, albergue, y a los que estaban en peor situación, los enviaba a la finca para darles acogida. A ellos lo trataba gratis. Poco a poco se convirtió en adalid de algunos líderes indígenas.

Según él, y según algunos académicos que lo entrevistaron, Orlando Gaitán es de la etnia carare. Él se hace llamar El Último Carare, el heredero de una cosmogonía que oficialmente se extinguió en el siglo XIX. Este pueblo, oriundo de lo que hoy se conoce como Cimitarra, en Santander, es casi un mito en Colombia: anécdotas de exploradores de la Conquista y la Colonización marcan sus puntos más claros. De ahí en adelante la historia es más bien gris.

Durante más de cien años no existió ninguna persona que mantuviera viva la cultura de los carare. Se perdió la cosmología, se perdieron las tradiciones, se perdió la lengua. Hasta que apareció Orlando Gaitán que con sus cantos logró revivir un dialecto olvidado.

Pero hoy su emporio de naipes puede caer. Un estudio de la Universidad Nacional demostró que lo que dice Orlando en sus cánticos ancestrales es una unión de sílabas sin sentido. Científicamente comprobado. Y así las mentiras se van cayendo. El desconocimiento de su reclamo étnico es tal, que cuando entes de investigación han preguntado en el Ministerio del Interior si hay algún registro de los carare, la respuesta ha sido ambigua: remitirse a una tesis de Jhohanna Amaya Panche, una investigadora de la Universidad Javeriana de Bogotá y quien es una de sus cuatro exesposas. El supuesto taita tiene, reconocidos, tres hijos con tres mujeres distintas que han sido seguidoras de su comunidad.

Orlando se presenta como el ganador del premio Derecho a la Vida, el nobel de paz alternativo, pero una carta oficial de dicho instituto dejó claro que nunca lo premiaron a él. El premio se le otorgó a la Asociación Campesinos del Carare, o sea, a sus 2.000 miembros que fueron liderados por Josué Vargas, y cuando este cayó asesinado, fue Orlando quien tomó el poder de la organización y personificó el premio después de un extenso artículo de El Tiempo.

Ahí su carrera se catapultó. Diez años después decidió ser médico ancestral. Congregó 8 personajes alternativos de Bogotá y los invitó a ser sus discípulos en la toma del yagé. En ese grupo inicial hubo un médico de la clínica Marly, una filósofa, una historiadora y un arquitecto. Ese fue el germen de Fundación Carare, una de las tantas figuras que han salido de la firma de Orlando. Por la composición de su grupo incluso logró fundar una IPS, Umaya Pija, que hasta el 2012 logró prestar servicios de salud en la región.

Al cabo de cinco años la vida de Orlando era otra. Su grupo de seguidores era de unas 200 personas para el año 2008. Ya tenía sedes en Bogotá - que cada dos años cambiada de edificio entre los barrios El Polo, Nicolás de Federman, La Esmeralda, entre otros - y su palabra había pasado a valer oro.

En su finca de la Vega los rituales eran ya varios. Pero una cosa se mantuvo igual: Orlando era la figura central. Él era el confesador. Frente a todos los seguidores, cada persona tenía que pararse y abrir su interior: miedos, temores, incluso las dudas sobre el mismo proceso con Fundación Carare. Al final Orlando siempre decía un discurso que, según las denunciantes de abuso sexual, estaba cargado de culpa. Luego de eso, siempre iba la toma de yagé. Para quienes se confesaban era, por lo general, un mal viaje.

Era su época dorada. Logró tener 500 seguidores y su palabra valía oro: era común ver gente pagando penas arrastrándose por el camino de piedra y cemento de la finca en La Vega.

Logró poder político. Fue un gran contratista de Samuel Moreno con: Secretaría de Integración Social, entre 2008 y 2009; el Jardín Botánico, en 2009; la Secretaría de Cultura, en 2010; la de Educación, entre 2008 y 2011. Fue un pulpo que trabajó desde diagnósticos de colegios hasta asesorías de convivencia y violencia en Los Mártires.

En el 2011 comenzaron a sonar las versiones de abuso sexual. En el 2012 salieron en medios. Y le llegó el turno a Gustavo Petro de justificar los contratos de la Malla Vial de su administración con la Fundación Carare. Los contratos (de $20 y $80 millones) eran para sensibilizar sobre procesos que afectaban a la comunidad. La defensa de Gustavo Petro era que había 30.000 habitantes de Bogotá que se beneficiaron de las explicaciones de Orlando y su equipo, pero el tema del abuso sexual se mantuvo en discreto.

Luego vino su captura, su liberación, y ahí el autoproclamado taita se desapareció. Desde entonces maneja un bajo perfil. Algunos cercanos a la comunidad que él sigue liderando dicen que está en México. Efectivamente varios miembros estrella de la comunidad Carare viajan cada dos o tres meses al país azteca y se ufanan de fotos en las pirámides, en los retiros espirituales y suben fotos de los lujosos carros -desde Corvettes hasta Mustangs- que los recogen en el aeropuerto.

Hoy hay varios proyectos, a voces entre sus allegados, de sus proyectos en México y Europa. Tangible está una campaña de una empresa norteamericana, Tribe Outdoors, que vende manillas hechas en El Sol Naciente, la finca de Villeta. Recogieron USD 16.000 con un video grabado en la misma maloca donde las 9 mujeres han denunciado que fueron abusadas.

Mientras tanto, en los juzgados de Medellín hay al menos tres casos de denuncias de violación contra Orlando que no se han movido. Las sedes en Medellín, Villavicencio y La Vega siguen funcionando a tiempo completo aceptando a visitantes que quieren probar, de un día para otro, el yagé, o a indígenas desplazados que necesitan un lugar donde dormir.

Orlando Gaitán, sin reportar una locación específica, mantiene el control de sus distintas organizaciones. Hasta que no salga una condena en su contra, su finca El Sol Naciente en La Vega seguirá siendo el refugio secreto de los 500 seguidores que lo defienden a capa y espada. Hasta que no haya una sentencia condenatoria, todos los bogotanos curiosos podrán seguir parando en La Vega tras el letrero de “Acá se toma Yagé” para saciar su curiosidad y Orlando Gaitán podrá seguir llamándose El Ultimo Carare. Pero las nueve mujeres que lo acusan de violación esperan que no sea así: “¿Cuantas más podrán seguir cayendo?”

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