En su casa, en Coyoacán, todavía está vivo el fantasma de Frida Kahlo. Allí vivió con Diego Rivera, allí amó a figuras de la historia tan importantes como León Trosky, como Chavela Vargas. Allí hizo su obra y venció al dolor. Los que no han podido viajar a México para ver su Casa Azul tendrán la oportunidad de ir hasta Unicentro y ver Frida Kahlo: La vida de un ícono, la biografía inmersiva”, que estará abierta al publico hasta el próximo 5 de septiembre de domingo a domingos, de 9 de la mañana a 8 de la noche.
La más tormentosa historia de amor
La conoció a finales de 1938. Un pintor llamado Reyes Mesa le dijo que había fiesta en la Casa Azul, la residencia de Coyoacán en donde vivían Diego Rivera y su compañera Frida Kahlo. Chavela no lo pensó dos veces y fue. El tequila circulaba con el ímpetu de un río caudaloso. En las esquinas se arremolinaban los poetas insultando a los políticos, la música era un fantasma que flotaba en la Casa Azul.
En el patio espacioso de lucecitas apagadas como agónicos destellos de cigarra, estaba Frida acostada en la cama que había mandado a bajar desde su cuarto. Se burlaba del dolor que la corroía por dentro, el mismo dolor que se le instaló cuando el hierro chamuscado de un tranvía la partió en dos, a punta de tequilas que tomaba sin respirar y coqueteando con el que pasara por su lecho. La gente se agolpaba a su alrededor como si fuera una virgen a la que hubiera que pelegrinar. Nerviosa, Chavela se dejó llevar de la mano por Reyes Mesa quien le presentó a la pintora. Dos horas después Frida Kahlo y el resto de la fiesta fueron hechizados por la voz grave de Chavela Vargas. A la madrugada, hastiada de tequila, la cantante se fue de la Casa Azul sin saber que volvería al otro día y que viviría allí un año entero.
Frida, quien amaba con dolor y sin ataduras, cayó rendida ante la jovencita de 20 años. En una carta que Kahlo le escribe a su amigo, el poeta Carlos Pellicer, le dice sobre ese encuentro "Es extraordinaria, es lesbiana, es más... se me antojó eróticamente" y después le dice que si se le hubiera insinuado se hubiera desnudado ahí mismo, arropándose con ella como si fuera un rebozo.
Chavela estuvo ahí cuando Frida, con cara destemplada, anunció que llegaría a la Casa Azul “Un hombre con cara de chivo” que resultó siendo León Trosky, el renegado de Stalin, el hombre con el que supo tener una intensa relación que duraría meses. Chavela se pasaba las tardes subida en la inmensa tortuga que tenía Diego Rivera en el patio y que causaba espanto a los periodistas extranjeros que venían a molestar a los esposos pintores. Diego las buscaba sobre todo para contarle historias que nunca ocurrieron: él sentado al lado del Emperador Maximiliano, pescando a arponazos tiburones camuflados en la corriente del Golfo. En ese año en que las fiestas se sucedían una a una no todo fue felicidad; la pintora sufría como se lo hizo saber alguna vez en una carta escrita con el pulso nervioso “Chavela si sigo adelante, si vivo, es sólo para Diego y para ti”
La devoción fue mutua. Frida, quien sucumbiría ante su dolor el 13 de julio de 1954, cuando apenas tenía 46 años, creía que a Chavela “Era un regalo del cielo”. La cantante, quien moriría sesenta años después, la recordó de esta manera cuando Kahlo cumplió 100 años "Hoy, naciste tú de mí, yo te nací, yo te tuve, Frieda, bruja, musa, cielo". Como la mayoría de pasiones que arroparon a Frida, entre las que se cuentan María Callas, María Felix, Trosky y la esposa de André Breton, la que tuvo con Chavela fue corta pero intensa.