En los ocho años en los que fue procurador y vivió en Bogotá, Alejandro Ordóñez nunca incumplió su cita cada domingo: a las cuatro de la tarde, en el barrio La Soledad, asistía a la iglesia de Los Sagrados Corazones de Jesús y María, la única iglesia de la capital que todavía conservaba la tradición de oficiar la misa en latín. Allí nunca dejó de acompañarlo su esposa, Beatriz Hernández, con quien se casó en Bucaramanga en 1984. Ella, como todas las mujeres que entraban a esa iglesia, iba con una mantilla en la cabeza. El sacerdote, imperturbable, daba la misa de espaldas. Era la costumbre entre los Lefebvristas, los que seguían los preceptos de Monseñor Marcel Lefebvre, quien se opuso con vehemencia a los cambios renovadores que salieron del Concilio Vaticano II y que intentaban devolver a la Iglesia Católica a su fase más radical y conservadora.
En la iglesia de La Soledad, Ordóñez y su esposa de todas las horas, tenían tres sacerdotes de cabecera: Fernando Altamira, nacido en Buenos Aires; el madrileño José Ramón García y el mexicano Bernardo Ariza. A veces, Beatriz, desde Washington, el lugar donde ahora vive Ordóñez como embajador de Colombia ante la OEA, se reúne con ellos vía Skype para lograr un refuerzo espiritual en unos que no son fáciles para ella ni su familia.
Durante los ocho años en los que Alejandro Ordóñez fue procurador, su esposa Beatriz llevó con calculo y precisión su agenda social. Sabia mezclar al centímetro sus compromisos profesionales con las invitaciones que ayudaban a proyectarlo como figura pública con vuelo nacional en Bogotá.
Esta barranquillera, hija de magangueños pero criada en Bucaramanga, conoció a Ordóñez en 1981 cuando este estaba convencido de que su vida estaba dentro de un seminario en Francia. Se conocieron en la boda de su mejor amigo, Juan Carlos López, cuñado de Beatriz. Una semana después Alejandro rompió su timidez y le envió un ramo de flores. Empezaron a salir. Él rompió la fobia que siempre le han producido las películas y descubrió que la oscuridad de las salas del cine era el lugar ideal para tomarse las manos.
La relación entre los dos cambió los planes de vida de Alejandro Ordóñez, quien se instaló en Bucaramanga para dar clases en la Universidad Santo Tomás donde Beatriz se matriculó para formarse en Filosofía del Derecho. Fue incluso su alumna mientras estaban comprometidos.
Se casaron hace 37 años y desde entonces Beatriz ha sido la que ha manejado las riendas de la vida social derivada de los compromisos públicos. Antes de irse para Washington, era ella quien decidía con qué medio de comunicación hablaba el entonces procurador, pedía rectificaciones tras las noticias que se publicaban sobre su esposo e incluso en 2010 logró que su sobrina, Ana Carolina Lineros Hernández, fuera nombrada en la UTL del senador Javier Cáceres, asi como su hermana, Ibeth Cecilia Gernández, por influencia del propio Ordóñez, terminara como directora seccional de Fiscalías en Cartagena.
Ella también fue quien le regaló a su esposo buena parte de las camándulas, ángeles y crucifijos con los que llenó su despacho en la Procuraduría. Incluso el inmenso crucifijo con el que reemplazó el cuadro de Francisco de Paula Santander que siempre había estado en la Procuraduría fue idea de su esposa, una idea por lo demás polémica porque hizo una colecta, en el 2009, fecha de su posesión, de 50 mil pesos entre 27 magistrados para comprar la cruz. Justo eran dos millones de pesos de la época los que le cobraba un anticuario para comprarlo.
En el matrimonio de su hija, Beatriz reunió 500 invitados en el Country Club de Bogotá entre políticos, funcionarios, magistrados, empresarios. El regalo fue lluvia de sobres.
En 2018 Alejandro Ordóñez se embarcó en una campaña presidencial en la que su esposa fue el poder en la sombra y que terminó en marzo de ese año con la consulta presidencial que le dio el aval único a Iván Duque y a Marta Lucía Ramírez la fórmula vicepresidencial. Pocos meses después comenzaría la batalla más importante de la vida de Alejandro Ordóñez y de Beatriz Hernández.
Durante cuatro años esta santandereana se ha aferrado a su temple para no dejarse derrotar por la enfermedad, diagnosticada recién llegados a Washington. .. En septiembre de 2018 se presentó a la cita que tenía con su neurofisiatra. En unos cuantos meses su salud se deterioraba con rapidez. Se sentía cansada al caminar y problemas evidentes de movilidad manifestados en la rigidez de su mano y en los problemas que tenía para caminar por un dolor incesante en los tobillos y cada vez que doblaba su cadera. Creía que un cáncer estaría azotándola, sin embargo, el doctor le dio una noticia que podía ser aún peor. Tenía ELA, esclerosis lateral amiotrófica. Aunque suene enrevesado esta enfermedad se hizo muy famosa en el mundo porque es el mismo mal degenerativo que afectó, desde que cumplió 21 años, hasta la asfixia al astrónomo Stephen Hawking.
Según los médicos el ELA se caracteriza por la degeneración progresiva de las neuronas motoras. El resultado de esto es que los músculos abdominales, torácicos y bulbares se petrifiquen. El ELA es una enfermedad tan rara que afecta solo a 1 o 3 personas entre 100.000 y tiene su pico en personas entre los 58 y 63 años. Beatriz Hernandez ha podido ser atendida con el top de la ciencia y cuenta con las mejores herramientas de la medicina norteamericana para sobre llevar la enfermedad, rodeada de su esposa y sus tres hijas: Ángela María, María Alejandra y Natalia.
María Alejandra siempre ha sido la más entregada a la familia de las tres hijas de Ordóñez. Incluso cumplió el deseo de su papá de casarse con una reliquia familiar que tenía 190 años de historia, una tiara de plata que ha pasado de generación en generación. Al enterarse de la enfermedad de su mamá decidió alejarse durante una semana, no darle la cara porque si la veía reventaba en llanto.
Natalia, la segunda hija, es una exitosa diseñadora de modas que, sin importarle lo que pudieran pensar en su casa, se fue a Milán a estudiar lo que más le gustaba. Ella misma se pagó el estudio y fue quien acompañó a Beatriz a su cita definitiva. Cuando se enteró de la enfermedad se puso a llorar sin importarle que estuvieran en un ascensor lleno de gente. La rebelde de la casa, quien se fue antes de cumplir 18 años casándose con un hombre que reprobaba su padre, trabajaba en un colegio y decidió renunciar. Todo era tan terrible que ya no tenía fuerzas para seguir.
La reacción de sus hijas duró poco porque se enfrentaron al roble que es Beatriz Hernandez quien abrazada a su fe no se deja doblegar. Igual que su esposo, unos guerreros que han dado todas las batalla, convencidos de que la fe será lo último que se pierde.