Si el balón que disparó Juan Fernando Quintero hubiera llevado adherida una pintura Ferro fabricada por mi amigo Julio Espinosa, ¿el campo de juego hubiera quedado milimétricamente teselado o flagelado?
Lo ocurrido es de una complejidad increíble y pretendemos simplificarla: una esfera (el balón no lo es) deja supuestamente dibujada sobre un plano (la cancha no lo es) la trayectoria de una línea recta, (tampoco lo es). Sin embargo, este gol merece ser comentado milimétricamente, tal como ocurrió. Nos revela cómo ocurren delante de nuestros propios ojos los fenómenos aleatorios más sorprendentes sin que nos demos cuenta.
En qué bendito momento fenomenológico Quintero decidió que debía patear casi subterráneamente por debajo del salto que previó daría la barrera. Todo eso debió precipitarse en centésimas de segundo. Quintero debió decidir en un tiempo supremamente corto mientras para nosotros fue extremadamente largo. El balón transcurrió con una lentitud pasmosa, pero para el arquero japonés la misma distancia fue aterradora. ¡Nunca se lo creyó! ¡El balón emergió cual topo! Mientras millones y millones de personas asistíamos pasivos sin apenas pensar, el cerebro de Juan Fernando procesaba a millón por segundo hacia una decisión, empatando milagrosamente un partido que luego, insospechadamente, pretendimos ganar solo con diez jugadores.
El tiempo se mide en función de la rotación de la Tierra alrededor del sol. El arco subtendido por ese movimiento supone fija a nuestra estrella madre para todos los efectos prácticos. Pero ni siquiera queda pintada esa trayectoria sobre nuestra superficie, es decir, terminamos midiéndola en función de un arco absolutamente virtual que asumimos como verdadero, no siéndolo. El tiempo se mide como espacio. Este debate lo realiza nada menos que Albert Einstein al comienzo de su célebre tesis sobre la Relatividad Especial al inaugurar sus experimentos mentales. Dice Einstein: “Aunque la geometría se distancie de esto (del criterio de verdad) para dar a su edificio el máximo rigor lógico, lo cierto es que la costumbre, por ejemplo, de ver un segmento como dos lugares marcados en un cuerpo prácticamente rígido está muy afincada en nuestros hábitos de pensamiento”.
Einstein se encarga de establecer allí que los postulados de la geometría euclidiana no tienen una representación física. En efecto ya había indicado: “El concepto de 'verdadero' no se aplica a las proposiciones de la geometría pura, porque con la palabra 'verdadero' solemos designar siempre, en última instancia, la coincidencia con un objeto 'real'; la geometría, sin embargo, no se ocupa de la relación de sus conceptos con los objetos de la experiencia, sino sólo de la relación lógica que guardan estos conceptos entre sí”.
Para que la geometría se convierta en algo con contenido físico de nuestra realidad Einstein postula: “Si, dejándonos llevar por los hábitos de pensamiento, añadimos ahora a los teoremas de la geometría euclídea un único teorema más, el de que a dos puntos de un cuerpo prácticamente rígido les corresponde siempre la misma distancia (segmento), independientemente de las variaciones de posición a que sometamos el cuerpo, entonces los teoremas de la geometría euclídea se convierten en teoremas referentes a las posibles posiciones relativas de cuerpos prácticamente rígidos. La geometría así ampliada hay que contemplarla como una rama de la física.
Y añade una nota fina al pie de página: “de esta manera se le asigna también a la línea recta un objeto de la naturaleza. Tres puntos de un cuerpo rígido A, B, C se hallan situados sobre una línea recta cuando, dados los puntos A y C, el punto B está elegido de tal manera que la suma de las distancia AB y BC es lo más pequeña posible. Esta definición, defectuosa desde luego, puede bastar en este contexto”.
Einstein había leído a Euclides desde los ochos años encontrando luego que esa lectura fue clave para su destino. En qué momento supo Einstein haber encontrado una clave para dilucidar las leyes que habían permanecido recónditas en la naturaleza. No creemos que Juan Fernando Quintero hubiera pensado jamás en esto ni siquiera teniendo el suficiente tiempo para hacerlo antes de patear el balón.
Y sin embargo, Quintero tuvo que aplicar milimétricamente lo dicho por Einstein para poder marcar su gol.
De llevar pintura hubiera quedado adornada en el terreno una saga de hexágonos regulares teselados sobre el balón. Allí hubiera quedado explícito no solo el acto mental que en algún instante imaginó Quintero, también hubiera sido visible el postulado que Einstein le había agregado para convertir la geometría euclidea en una parte de la física.
La trayectoria pintada en el terreno lo dejaba recubierto por figuras llamadas teselas, pero también el campo todo fue flagelado por múltiples formas irregulares fruto de las triangulaciones repetidas una y otra vez por las trayectorias sin término del balón. ¡Oh, Einstein! ¡Oh, Euclides!
El terreno queda flagelado tanto como rota el alma de Frank Fabra en átomos al ser marginado del mundial de fútbol. ¡Cómo lo echamos de menos! Cuán diferente hubiera sido este partido ante Japón de haber contado con tu participación Fabra. Frank te recordamos. No te sientas frustrado, nosotros todavía no lo estamos.
* Sobre A. Einstein léase: Primera parte sobre la Teoría de la Relatividad Especial, 1. El contenido físico de los teoremas geométricos.