Corre el siglo y los mediocres nos vamos tomando el poder. Somos la masa de gente normal que busca acceso y que quiere acariciar las mieles de la gloria, montándose sobre sus instrumentos; los zancos tecnológicos o emocionales que hemos creado.
Se venden millones de libros de autores que no escriben y circulan millones de vídeos de gente que vende su normalidad, su cotidianidad o su precariedad en algunos casos. El humor pueril, el mal gusto y la fragilidad intelectual venden, viralizan y se popularizan.
Los extraordinarios están perdidos. Un gran cantante no sabe cómo llenar una canción con sonidos extraños y pronunciando su nombre veinte veces en un single; un gran escritor no es capaz de llenar páginas de frases de cajón y de todo ese pasto gramático motivacional y explotador de fetiches de los libros más vendidos; y un gran político no sabe cómo llegarle a la masa apasionada y visceral que desea odio y emoción, antes que racionalidad.
Están perdidos los increíbles en este mundo de la nueva normalidad. Su consuelo es que su propio mundo, aunque pequeño, es más bonito.
Corre el siglo y parece que las mayorías triunfan. La mayoría no poseemos voces excepcionales o aptitudes para la composición, y tampoco tenemos apariencia física destacable. Es por esa razón que, en un fenómeno natural de inclusión y de democratización, hoy en día nuestros artistas más destacados y populares son personas que se parecen a nosotros.
Ya no son aquellos que nos hacen llorar de emoción al escucharlos, no son las voces que se vuelven leyenda, no son sus canciones una espina en el costado, ni sus figuras el suspiro de los poetas.
Tremendamente excluyente era el mundo de la música, que solo aceptaba portentos y dioses; hoy los mediocres, los comunes o los normales podemos acceder a los escenarios y a la fama, ayudados por los efectos de producción y el mercadeo. Algunos le llamarán mecanismos de compensación para aquellos que tenemos limitantes, o inclusión llana y concisa.
Corre el siglo y los políticos de nuestro país son el mejor ejemplo de inclusión de los mediocres: embajadores nombrados en países anglo sin saber hablar inglés y cuyo único mérito es escribir en Twitter; ministros en carteras que desconocen y llenos de propuestas insulsas y básicas; senadores con niveles académicos deplorables, pero que legislan sobre la educación, los educadores y los estudiantes; un presidente que solo se destaca como presentador de televisión; e imputados, presos e investigados que dan cátedra sobre leyes y proyectos del país.
Presenciamos la vulgarización de todo lo que fue admirable o lejano a nuestro alcance. Hoy todos nosotros sabemos que tenemos oportunidad de ser presidentes, de ser senadores o de ser ministros, porque no tienes que tener características destacables o altos estándares para sentarte en esas posiciones. Inclusión llana y concisa.
Los extraordinarios están perdidos, los mediocres estamos de moda.