Orlando Solano Bárcenas
Comenzará en Colombia un nuevo gobierno el 7 de agosto de este 2022, luego de unos procesos electorales algo extraños en la respetable historia democrática del país. En su tercer intento, otro presidente ha sido elegido. Algunos afirman categóricamente que por “primera vez” llega un gobernante de izquierda al poder, algo que en mi opinión es discutible, porque creo que el espectro político de cada país debe ser situado en la época en que se sucedieron o suceden los hechos. Me resisto entonces a creer en esa afirmación, lo que me lleva a no dejar por fuera a los radicales de 1848, 1863 y de la Revolución en Marcha, sin ir más allá.
El pensamiento progresista no ha nacido con los epígonos de don Tomás Uribe Márquez. Ni más faltaba. Llega entonces otro gobierno de izquierda y esperemos que no sea “adanista”, porque la Reforma de 1936 está todavía por hacer. Cuando llega un nuevo gobierno, no siempre todos los ríos son nuevos…
Las cosas en su sitio
El electo presidente ha logrado su cometido luego de más de 30 años de figuración pública (y a veces menos pública) en la vida del país. Le ha ganado por 797.973 votos (10,075.836=50,88%) a un candidato que competía en el plano nacional por primera vez. Ambos jugaron al outsider, pero al parecer el segundo lo fue un poco más, dado que el primero, en opinión de algunos, ya hacía parte del paisaje político colombiano y para otros del “establecimiento”.
Opiniones que deben ser analizadas a la luz de los hechos poselectorales. Por ejemplo, al segundo en votación lo vapulean -injustamente, en mi opinión- por un abrazo de felicitación al ganador y a este por civilizado “achuchón” al perdedor, a quien había maltratado de palabra en los hervores de la campaña electoral.
Cabe esta pregunta: ¿Cuándo lo cortés ha dejado de quitar lo valiente? Además, al segundo en votación ya no le reconocen -también injustamente- el tour de force de haber obtenido una muy respetable cantidad de votos (9,277.863=46,85%), cifra que representó apenas el 4,03% de diferencia con el ganador. Lo exige la elegancia: “A todo señor, todo honor”. Cada cosa en su sitio.
El hecho cierto
Lo real es que hay un nuevo jefe de Estado y de gobierno en Colombia. Ahora le vendrá lo más difícil, gobernar un país que sufrió -es el término que cabe- inusuales tres vueltas electorales (una de consulta y dos de balotaje), amén de unas legislativas muy cuestionadas por la forma en que se desarrollaron y cuyos resultados todavía no han sido proclamados en su integridad. Llega pues un nuevo jefe de Estado para cuatro años y naturalmente necesitará de eso que unos llaman Gobernanza y otros Gobernabilidad, en realidad dos conceptos distintos.
En república presidencial se gobierna para un período fijo
Es lo que disponen las constituciones republicanas presidenciales y es lo que dispone la Carta colombiana. Al Gobierno le corresponde ejercer la dirección, la administración y el control del Estado durante un lapso de cuatro (4) años y no más. En ese lapso el presidente será –como decían los antiguos griegos, el kibernetés– el capitán que gobernará el barco del Estado. El término es perentorio y lo deberá acatar sin vacilaciones el nuevo timonel. A Colombia le repugna el no respeto al principio de alternancia. Lo demostró en 1957.
Gobernar es un arte noble no exento de tentaciones
Dirigir, mandar, ordenar, comandar, rectorar, conducir, guiar, regir, administrar o manejar un Estado implica empuñar el bastón de mando con justicia, firmeza y desprendimiento. La tentación de quedarse en él o con él es fuerte en espíritus débiles, como lo demuestra la historia.
Al gobernante y a los gobernados de juzgar cómo le fue en la travesía al nuevo timonel. Si bueno, tal vez corto. Si malo, seguramente largo. A unos de sufrirlo y a otros de gozarlo “sabroso”, nueva categoría política. En 2026 los colombianos apreciarán en las urnas qué tan bueno y pacífico ha sido el viaje del que sale y si, como recomendaban los padres de Filadelfia, merecerá palo o zanahoria.
Gobernar dentro del marco constitucional
Un jefe de gobierno -que sea presidente, monarca o Primer ministro debe llevar la batuta con serenidad y justicia. Debe saber llevar la “barba”, como decían los antiguos, y no llevar “de la barba” a su pueblo cual sátrapa persa. El nuevo gobernante estará sometido a la Constitución y las leyes y no le bastará “dominar” sino también ser acertado en el arte de “gobernar”.
Observan lectores curiosos de diccionarios, la coincidencia de cómo el verbo “gobernar” se conjuga igual que el verbo “acertar” y por algo será. En todo caso si el piloto llegase a acertar en la conducción de la nave, de él se dirá que ha sido un “buen piloto”, un gran capitán; y de un buen presidente es legítimo esperar igual éxito con la nave del Estado (sin olvidar que existe la del gran José José).
Gobernar el barco del Estado implica hacer Gobierno
Es decir, formar bien el principal pilar del Estado, afianzar la estructura principal de la autoridad que dirige, controla y administra tanto las instituciones como la política del país. Es lo que suele llamarse el ejercicio del poder ejecutivo: fijar y ordenar la conducción política general del Estado.
Tarea en cuya realización necesitará el auxilio y concurso de colaboradores diligentes, leales y responsables, el llamado “Gabinete” ministerial. Juntos, presidente y sus ministros más la Administración nacional ejercerán el poder político sobre la nación, en mutua y armoniosa colaboración.
Como Ulises, deberá cuidarse el nuevo gobernante del canto de las sirenas de la adulación, de los malos consejeros y los “coturnos” de turno. En medios del presidencialismo tercermundista no sobraría hacerle una recomendación del medioevo: tener a su lado un honesto, gracioso y valiente bufón que le recuerde que tan solo es un “mandatario” del pueblo soberano, al cual se le podría sumar un niño inocente que le recuerde –cuando se envanezca o exceda– que está “desnudo” y no vestido de armiños.
El gobernante y su gabinete no están solos
Al momento de formar el Ejecutivo, este tendrá a su lado las otras dos ramas del poder público. Con ellas deberá trabajar en armonía y estrecha colaboración porque el Poder es uno, pero dividido en ramas y frente a ellas se encuentran los organismos autónomos de investigación, control y vigilancia sobre el gobernante, los ministros, los jueces y los congresistas cada uno de estos con sus funciones y marcos competenciales. Respeto mutuo y buenas maneras hacen buenos y armónicos gobiernos.
El jefe de Estado no es “prínceps legibus solutus”
No hay y no debe haber gobernantes “sueltos de ley”. Para todos ellos rigen los límites señalados por el derecho y quien los viole –como lo propugna el principio democrático–, pasará a ser un mal gobernante, un dictador. Entonces, apegado a la ley pero también responsable, eficiente, severo en la lucha contra la corrupción, estricto en el cumplimiento de sus deberes, vigilante en la preservación del medio ambiente, justo en la protección a la ciudadanía.
Podrá ser visionario, pero no iluso. Innovador y abierto a los cambios, mas no arbitrario ni presa de la codicia. Por lo demás proactivo y no solo reactivo, al igual que buen administrador de la cosa pública.
Justo debe ser el gobernante, pero también eficiente
Eficiente en la Gobernanza y sabio en la construcción de la Gobernabilidad. Correcto y justo, pero también capaz y eficiente en resultados. En consecuencia, tendrá que ser previsivo, analítico y diligente ejecutor de los fines del Estado. También estricto en el cumplimiento de las promesas que hubiese plasmado en el programa de gobierno, porque no le sería permitido defraudar el voto de confianza recibido de los que creyeron en su ideario y plataforma de gobierno. Lo dice la Carta, el gobernante no es sino un “mandatario” del pueblo soberano y el nuevo no podría ser la excepción.
Gobernanza designa el arte de la eficacia, calidad y buena orientación en la dirección del Estado
Si esa dirección fuese eficiente, proactiva y justa deberá proporcionarle buena parte de su legitimidad al Estado y no solo al Gobierno de turno. La gobernanza es teorizada por algunos como una "nueva forma de gobernar" en los tiempos de globalización, concepto que resulta ser más amplio que el de gobernabilidad, al recaer la primera sobre un cambio de paradigma en las relaciones de poder. De esta forma queda así superado el concepto clásico de “gobierno”.
Implica la gobernanza realizar la transformación de un sistema y su adaptación a una realidad más compleja, planetaria, regional y local en la percepción y modificación de lo público, lo privado y lo propio de una sociedad civil que reclama el derecho de ser ciudadanía activa, participativa y consciente de su peso específico en lo electoral y lo político. De este peso, la población colombiana parece haber aumentado la consciencia.
La Gobernanza propende por el desarrollo económico, social e institucional de un país
Desarrollo sostenible, bien entendido, y con un agente ejecutor que no sea ni mucho ni poco Estado sino relación de fuerzas estatales y civiles equilibradas en asuntos de mercado como de bienestar de los gobernados. Se trataría de procurar un equilibrado balance entre eficiencia y participación democrática en frentes diversos como la política, la economía, la estrategia y la cultura.
Para gestionar este equilibrio son necesarias nuevas técnicas, instrumentos y estrategias que combinen las iniciativas y los intereses de la sociedad. Se haría seguramente necesario un Estado que regule a la par un Mercado que juegue al capital.
Le corresponderá al nuevo gobernante de Colombia señalar las directrices, procesos y conductas que hagan efectivo y eficiente el poder de que está investido en lo referente a la apertura, la participación, la responsabilidad, la efectividad y la coherencia que fomenten mayor inclusividad, operatividad, tecnología, mejoramiento de la política, educación de la ciudadanía, rendición de cuentas, estabilidad política, lucha contra la violencia, fortalecimiento de estado de derecho, el control de la corrupción, la inversión pública, la paz y la seguridad, los derechos humanos, el desarrollo económico y humano sustentables.
La gobernanza de un Estado se mide hoy en día por los buenos índices de su eficacia mientras que la gobernabilidad -su auxiliar- traduce el nivel de madurez de una sociedad organizada y la capacidad que tenga esta de asumir responsabilidades en el arte de gobernar correcta y eficientemente. Cualidades que esperemos hayan ido en aumento en el nuevo gobernante desde 2015...
La Gobernabilidad es la “cualidad de gobernable” (RAE) que procura superar el caos o las crisis
La capacidad que se espera de la gobernabilidad es la de ser eficiente, equilibrada y participativa en procura de cosechar los frutos del buen gobierno que goce no solo de la legitimidad surgida de las urnas sino también de la aceptación popular gracias a resultados logrados con eficacia y eficiencia, transparencia, rendición de cuentas y participación e innovación en la gestión pública.
De la gobernabilidad también se dice que puede ser un estilo de gobierno que propenda por mayores grados de cooperación e interacción entre el Estado y los actores no estatales a través de redes de decisión que involucren coordinadamente la acción del gobierno en lo público y lo privado.
Gobernabilidad es también "la capacidad de gobierno" de mejorar el ámbito social
Para este logro el sistema político debe responder pronto y adecuadamente a las demandas de los ciudadanos a fin de conseguir estabilidad institucional y política, efectividad en la toma de decisiones y en la administración de las cosas, preservando la continuidad de las reglas y las instituciones.
En términos sistémicos, la gobernabilidad se logra adoptando las buenas decisiones (outputs) como respuestas eficientes a las demandas (inputs) de la sociedad. En otras palabras, la gobernabilidad es la capacidad del sistema de adaptarse y responder mediante la coordinación, la regulación y los resultados obtenidos en materia de políticas públicas y servicios. No terminada todavía la pandemia, la tarea no se asevera fácil para el nuevo gobernante.
En tiempos de crisis la Gobernabilidad es un imperativo
De diferentes y sucesivas crisis surgió el concepto de gobernabilidad en los años 70 (de la cultura, mayo/68, guerra del petróleo, neoliberalismo, Vietnam, fatiga del Estado-benefactor), se expandió en los 80 (consolidación de la democracia, controversia neoliberalismo v/s keynesianismo, inflación, spoil system, Consenso de Washington, pobreza) y en los 90 (intensidad de las relaciones internacionales, reducción del intervencionismo de estado, desmonte de los mecanismos de regulación, necesidad de profundizar en el concepto de gobernabilidad).
Tanto desorden dio lugar al cuestionamiento del funcionamiento político, institucional y social a partir de las recurrentes crisis fiscales del sistema capitalista. Este, como hoy en día, vio desbordados los diferentes estados que lo practicaban por la sobrecarga de las demandas ciudadanas. Las exigencias de hoy son el covid-19, la inflación local y mundial, Ucrania, los inicios de recesión, la caída de los precios de las materias primas, etc. Frente a un contexto internacional e interno de grandes clivajes, no se le ve fácil gobernabilidad al nuevo jefe de Estado.
Estados sitiados por la crisis derivaron con frecuencia hacia un intervencionismo expansivo
Para algunos analistas también disfuncional frente al sistema democrático, cuando veían deslegitimada la autoridad del Estado y perdida la confianza en liderazgos que violaban las libertades públicas, los derechos humanos, y traían desencanto por la política, indiferencia por los partidos –caídos en el atrapatodismo– y retrocesos en la valoración del principio democrático.
A esto se les unía un nacionalismo económico y cultural que daba como resultado gobiernos sin políticas operativas que respetasen la igualdad política y los excesos del poder. Toda esta “ingobernabilidad” se daba por el no afianzamiento de las instituciones de gobierno al servicio del pueblo mediante la implantación de políticas eficaces y legítimas del poder ejecutivo.
Eran épocas proclives a la desobediencia ciudadana, la incultura política, las presiones y demandas a sistemas de gobierno desbordados e incapaces de resolver las cíclicas deficiencias del sistema capitalista o las crecientes y acuciantes demandas de los ciudadanos.
El concepto de “buen gobierno” quedaba por lo bajo y el Estado se veía desatado en el ejercicio de un poder fuerte. Por el lado de los gobernados, estos permanecían ajenos tanto al Estado como al gobierno. Les quedaba el campo abierto a las “privatizaciones”, de las que parece ser alérgico el nuevo gobernante, más inclinado al cepalismo (¿ocampusiano?), al keynesianismo o a cualquier otros “ismo” que pida más Estado.
Estados agotados en sus arcas por el intervencionismo derivaron hacia las privatizaciones
Guiados por una nueva percepción de lo que era la gobernabilidad, ahora inclinada a buscar las causas y las imbricaciones en el comportamiento de los organismos del gobierno frente a los acuciantes problemas económicos.
De esta manera se acentuó la controversia sobre cómo manejar el equilibrio económico entre los sectores públicos y la iniciativa privada, entre lo estatal y la sociedad civil, entre burocracia y tecnocracia, entre el mercado y la regulación, entre los sectores oficiales y los sectores sociales desfavorecidos, entre los medios de información y los poderes, entre las empresas y los gobiernos, entre los cuerpos armados y los activistas sociales, entre los movimientos y los partidos políticos, entre las iglesias y los movimientos laicos, entre el mantenimiento del orden público y la subversión.
En síntesis, regulación versus libertad económica, estado de derecho versus autoritarismo. Encima de estas oposiciones o a su lado y siempre presente la sobrecarga en las expectativas, obligaciones y responsabilidades a cargo de los gobiernos. Como ahora, pero en más. Por ejemplo, el hambre.
Estados desbordados por las ingentes demandas fueron apremiados por las exigencias de cogestión del Estado social
Escudado el Estado social en las exigencias de participación democrática, la politización de los temas sociales, culturales y económicos, asediado por una conflictividad recurrente y en aumento, debilitado por un soslayar casi generalizado de la moralidad pública y la codicia de los contristas estatales, le vino pese a todo una mengua en su capacidad de dirección del aparato estatal.
Fueron épocas generalizadas de estados en crisis de legitimidad, credibilidad y apoyo ciudadano, de polarización política entre extremas ideológicas y oposicionismo a ultranza y hasta de partidos políticos en decadencia.
No ayudaban la falta de transparencia, eficiencia y equidad, la desarticulación y la incomunicación entre los estamentos de la sociedad estatal, civil y los sectores económicos. Como ahora, pero hoy con más corrupción y un entorno regional y mundial al parecer más adverso que pide nuevas y mejores soluciones de gobernanza y gobernabilidad.
Por una Gobernabilidad democrática
Lo es aquella que fomente la participación, la responsabilidad y la eficacia en todos los niveles; la que fortalezca los sistemas electorales y legislativos, mejore el acceso a la justicia y la administración pública, la que desarrolle una mayor capacidad para hacer llegar los servicios básicos a quienes más los necesiten como un ideal y un accionar pragmático que procure satisfacción social y política plena. En síntesis, una gobernabilidad que procure mayor democracia y justicia social como al parecer es la que quisiera lograr el nuevo gobernante.
Gobernar es un arte sutil no propio de inexpertos
Gobernar es el arte sutil de mantener la unidad del territorio, la división del poder en tres ramas, el bienestar de la nación y asegurar los grandes fines del Estado, siendo estrictos y éticos en la escogencia de los medios. El gobierno que llega al poder puede emplear los medios que considere necesarios para lograr la felicidad de la nación -es su derecho- pero estos no deben entrar en conflicto con los valores, los principios, lo ordenado por la Carta y por las tradiciones.
De estas hacen parte las buenas maneras, la cortesía, la estética y el fair play. Por lo tanto, si gobernar es arte de lo posible, para alcanzar los logros de buen gobierno es necesario contar con la formación y la destreza necesarias si se tiene en cuenta que hacerlo bien reclama la teoría coherente y la práctica diestra. De una vida pública tan acrecentada como la del nuevo gobernante, se esperaría destreza y equilibrio en el manejo de la cosa pública. Que así sea.
En asuntos de gobierno la teoría podría ser la Ideología y la práctica la Gobernanza
Los intereses vitales de la nación pueden ser vistos y valorados desde el lente de la teoría. En política esta suele ser la perspectiva de la ideología, el ideario, el programa, los valores, la idea y aquellas aspiraciones que estén supeditadas –en cuanto a los medios– a los fines superiores del Estado y de la moral administrativa. Es claro que el gobernante puede tener una filosofía y hasta una ideología propias, pero ambas no podrían ir en contra de lo señalado en la Carta constitucional o en las tradiciones democráticas representativas.
La actividad política de un jefe de Estado, así como las actividades administrativas de su equipo de gobierno en el ejercicio de los poderes y funciones del Estado están limitadas por los fines superiores de la Carta, por la inmersión de la nación en la vida de relación con otras naciones y por el respeto de la historia y las tradiciones. El Gobierno pasa, el Estado permanece y en una democracia liberal ambos necesitan del concurso de los partidos políticos. A estos de tenerlos en cuenta el gobernante que llega, como aliados o como oposición.
El funcionamiento normal de la democracia exige los partidos políticos
En una auténtica democracia representativa los gobernantes surgen de procesos de elección en los que en principio la relación de representación se desarrolla a través del partido político y generalmente sin posibilidad de revocatoria del representante elegido. La pertenencia a los partidos de esos representantes se hace en principio mediante la adhesión al programa de gobierno que la agrupación le ofrezca a su militancia y al resto de la población.
Los elegidos, ya proclamados, quedarán obligados para con el programa, las autoridades del partido y la disciplina de la bancada porque el representante no se manda solo, a su lado o frente a él está el partido y la bancada, asuntos vitales para ese otro aspecto de la gobernabilidad, que es la de formar la mayoría parlamentaria de gobierno tal vez con mínimos de emparejamiento ideológico.
Colombia es una democracia respetable
Colombia es un país que no tiene tradición de autoritarismo, caudillismo, golpismo, pretorianismo, pronunciamientos ni cuartelazos. Colombia es obra del general Francisco de Paula Santander, por eso es tan diferente del entorno. La libertad de opinión y comunicación está garantizada, como lo demuestran las numerosas teas encendidas en las cuatro campañas que acabamos de vivir o de sufrir.
En el país se respetan las libertades individuales y hay contrapesos en la estructura del poder. El Congreso funge en libertad. Los jueces gozan de independencia. Hay organismos de control e investigación. Los mecanismos de participación abundan. No hay partido gubernativo, ni religión de Estado.
Las elecciones, salvo tal vez las malhadadas legislativas del 13 de marzo, se dan de manera ininterrumpida. La alternabilidad ha estado siempre asegurada. La economía ha sido históricamente ascendente. La vida de relación del Estado ha sido siempre valorada como pacífica, cooperativa y apegada a los diferentes sistemas de tratados y convenios. Sí, Colombia califica como una Poliarquía muy aceptable.
La de Colombia, está claro, es una democracia respetable y es esto lo que recibirá el próximo 7 de agosto el nuevo jefe de Estado y de gobierno, siempre crítico con un sistema que le ha entregado pacíficamente un país digno, respetado, admirado y a veces incomprendido. Esperemos que sea digno del legado recibido. Para él y para todos nosotros buen viento y buena mar. Sin que sobre un consejo de don Jacinto Benavente: “La vida es como un viaje por mar: hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco”. Y en este vamos todos…