Un niño que muere de hambre es un niño asesinado
Jean Ziegler, relator de ONU para El Derecho a la Alimentación
Dejar de ver la cara indiferente del estado sería tan cómplice como falto de dignidad para todos los colombianos, especialmente para los guajiros.
Se escuchan voces oficiales ignorantes que tratan de explicar la vergüenza del creciente número de víctimas con el entendimiento tardío sobre la cultura y la realidad geográfica peninsular. Como si no hubiesen estado allí por siglos, como si su carácter rebelde, indomable y altivo no hubiera permeado las conciencias nacionales hacia el respeto, la comprensión, junto con la atención y dirección gubernamental de sus problemas.
En estos últimos días, meses o años -en realidad, para los wayuu, la noción del tiempo es tan relativa como para Einstein-, La Guajira ha pasado por ser un proveedor vital nacional de gas, dándole al país hasta cerca del 95 % de lo que requería en algunas épocas, un exportador destacado de carbón térmico y un gran generador de inversión extranjera directa. De ahí, a contar con un gobernante regional cuestionado por crímenes aterradores, un registro de casos vergonzantes de muertes por desatención-la desnutrición es solo su forma más macabra-, un despilfarro gigantesco de recursos por décadas que no cubrieron necesidades básicas y una complicidad perversa de dirigentes aríjunas y wayuus en contra de la silenciada población.
Las familias pudientes en Riohacha extendían
mantequilla holandesa sobre las arepas,
sin saber siquiera que existían productos de ese tipo made in Colombia
Así ha sido por siglos, desde cuando los españoles terminaron por cejar en su empeño de dominarlos, luego de sufrir con sus estrategias guerreras, pasando por la importancia fugaz que le dio El Libertador, al querer fundar la capital de la Gran Colombia en Portete. La mirada en el horizonte hacia el otro lado del mar siempre ha estado en todos los momentos en su gente. Por obvias razones de necesidad y por una vocación comercial amplia. Los mejores productos europeos engalanaban las salas de las familias pudientes en Riohacha y la mantequilla holandesa se extendía sobre las arepas, sin saber siquiera que existían productos de ese tipo made in Colombia, ya que Colombia nunca volteó a mirarla. Hasta el agua vino en algunas décadas desde el Caribe.
Del agua, o winka en wayúunaiki, se ha hablado por décadas. Subsisten molinos instalados por Rojas Pinilla, que cubrieron casi toda la zona desértica y que algunos mecánicos inquietos aun reparan, con la esperanza de que algún día los reemplacen por unos igual de buenos. Toda la Guajira, excepción hecha del Cabo de la Vela, tiene agua subterránea suficiente como para mantener un nivel efectivo y tratado de suministro a su población, sin cambiar sus hábitos y cultura.
Toda la Guajira, con excepción del Cabo de la Vela,
tiene agua subterránea suficiente
como para mantener un suministro adecuado a su población
Bastaría con hacer las cosas bien; solo eso: hacer las cosas bien, y las gentes recibirían los beneficios de unos programas nacionales que, no solo en La Guajira, sino en todo el país se han desprestigiado tanto, que cuando se quieren hacer efectivas sus metas, hay que acudir al Ejército porque la credibilidad y eficiencia de los canales institucionales de atención son nulas.
Y ahora, para rematar, se regodean las Farc en su territorio: hacen de su presencia proselitista armada un desafío a lo que acuerdan en la mesa, como un anuncio de su actitud hacia el futuro y con un propósito absurdo, a mi entender, de demostrar respaldo popular de una población inerme y amenazada. Bienvenidos a La Guajira…