Bajo la promesa de cambio llegó al palacio de Nariño el gobierno de Petro, aunque nunca se planteó como una radical transformación al establecimiento, si ha plasmado en estos casi 100 días de su gobierno de Petro otra manera de hacer país.
Basta mencionar a nivel político su propuesta de paz total, que incluye su invitación a grupos como el ELN, disidencias y narcos.
A nivel económico su ambicioso y equitativo proyecto de reforma tributaria, que pone en cintura a los que más se han aprovechado del sistema al captar altos ingresos sin aportar al país.
A nivel internacional su apertura de la frontera con Venezuela, que restablece relaciones que le dan un respiro al drama de los inmigrantes, junto con su desmarcación de la línea depredadora de Estados Unidos, con su mirada ecológica en respaldo a la protección de la Amazonia; y a nivel social su inclusión y reconocimiento de sectores olvidados.
Por ahora los cambios, si bien no han cuajado muestran la necesidad de romper con la estructura de privilegios que han perpetuado la desigualdad en el territorio colombiano. El sólo hecho que haya propuestas es ganancia en un país donde la población está acostumbrada a los altos niveles de corrupción y la cultura violenta que implica el narcotráfico.
La oposición que es abiertamente y mayoritariamente de derecha trata de cerrar filas utilizando los medios de comunicación desprestigiando a cuanto funcionario del gobierno le venga en gana. Pero las desinformación y manipulación es contrarrestada por el propio presidente y el pueblo que ha respaldado su programa.
El panorama es pintado como catastrófico aun sin haberse movido por el momento nada de su sitio.
El descalabro anunciado, la profecía castrochavista esperada, el hambre que se invoca con ánimo de atemorizar no se ve en el futuro inmediato.
Sin embargo, no se puede desconocer que la crisis global que afecta al país, puede hacer trastocar lo planeado por el gobierno de Petro y pensar en un repliegue o desaceleración en el impulso a los proyectos alternativos que demandan la materialización del programa de Petro.
La presión al nuevo gobierno muestra el desespero por verlo fracasar, y volver a las viejas formas amañadas de gobernar.
Es claro, que a medida que se van conociendo los desaciertos y hechos de corrupción de las administraciones anteriores, la población va tomando conciencia de lo necesario que es realizar un cambio, pero también de lo difícil que es llevarlo a la realidad, pues los sectores privilegiados no van a permitir que sus altos niveles de vida sean borrados de un plumazo.
Dichos sectores acomodados quieren que sus trabajadores salgan a protestar con ellos, en virtud que la calamidad que traería la subida de impuestos para sus fábricas, empresas y propiedades, a los primeros que afectaría sería a los asalariados, toda vez que el cambio en las políticas económicas llevaría a los dueños de fábricas y empresas a pensar en su cierre o por lo menos en su reajuste, con lo cual los trabajadores estarían en riesgo de perder sus empleos.
Esa alianza circunstancial entre empresarios y trabajadores es posible en el sector privado, pero en el sector público es menos viable.
De hecho, se esperaría que en este sector la alianza sea con el gobierno de Petro. De ahí la necesidad de radicalizar las reformas o al menos materializarlas. Son cambios necesarios para uno de los países más desiguales del mundo.
