La magnífica serie inglesa Years and Years (2019) cumple el paradójico propósito de toda distopía: hacer sentir el mañana un hoy. Su apuesta del futuro incluye un medio ambiente deteriorado gravemente, un sistema financiero sospechoso y frágil, una juventud obsesionada con integrarse a la tecnología y políticas migratorias que remedan al peor de los fascismos que haya padecido esta tierra. Todo muy actual y pertinente. Sin embargo, la fracción más inquietante -y presente- de la producción es el reflejo detallado y doloroso del ascenso de un líder inútil. Una inepta incapaz de llevar a cabo el encargo de gobernar, pero eso sí, muy hábil e ingeniosa para cumplir una agenda oscura, criminal e inhumana. El éxito del relato consiste en hacer girar el desmoronamiento del mundo alrededor de una familia. En esencia gente buena, trabajadora y afectuosa. Gente normal.
Me temo -y en esto puedo equivocarme- que la gente común y corriente asume la política y sus ideologías con indiferencia. Bienaventurados. Nadie sale a manejar un bus pensando en que es de izquierdas o lleva a sus niños al colegio, mientras se recuerda a sí mismo que es conservador. En otras palabras, la política y sus personajes -a lo sumo- son pasatiempos de las personas cuando se pueden dar el lujo de hablar de cualquier cosa; como sucede con el clima. El ser humano, en su mayoría, no le presta atención a la política como algo esencial para sus vidas y entretiene su existencia entre el día y la noche (la forma preferida del tiempo). Desafortunadamente, todo este asunto se pone en entredicho cuando se avecina el gobierno de los inútiles.
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Echemos un vistazo al mundo y encontraremos un puñado de incompetentes que arriesgan al planeta entero por la simple razón de ser incapaces de proceder de una forma distinta
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En efecto, la política se vuelve -excepcionalmente- un tema concurrido y sanguíneo cuando el ambiente de la cotidianidad se enrarece por el hastío. Sobran las evidencias de sociedades enteras aburridas de los excesos y corrupciones del sistema, que se sienten obligadas a purgar la desidia de sus gobernantes eligiendo personajes aún más funestos: los inútiles. Como una especie de resultado de la gula y la ambición de los políticos de siempre, las personas solemos castigarlos con una solución que termina por afectarnos aún más. Tal y como lo evidencia la serie inglesa, la sanción al político tradicional termina convirtiéndose en la peor enfermedad: la elección de un personaje inepto para ejercer el encargo encomendado. Basta echar un vistazo al mundo y encontraremos un puñado de incompetentes que arriesgan al planeta entero por la simple razón de ser incapaces de proceder de una forma distinta.
He visto a muchos sorprenderse por resultados electorales insólitos y sorpresivos, y culpar por estos a la ignorancia o pusilanimidad de un “pueblo”. No obstante, dichos resultados podrían más bien endilgarse al cansancio y aburrimiento de las personas, que con el ánimo de volver a sus vidas y sus realidades (apartados de la política y sus cansados debates) prefieren votar mal y votar al inepto. Ese personaje que al pasar de los días y con el ánimo de encontrar un lugar en el debate público -y ante su notoria incapacidad- se convierte en un monstruo. (Una aberración en sus formas y en sus fondos). Y así como lo afirma la envejecida pero lúcida abuela de la familia Lyons en la serie de televisión, llegado el final del gobierno del inútil solo bastará esperar un poco para que llegue otro monstruo en su reemplazo.
Un destino que en todo caso podría ser remediable salvo que se nos vuelva costumbre tomar la peor de las decisiones posibles. Escoger al inútil significa tener que volver a poner al pesado y resbaloso tema de la política en la mesa del comedor de nuestras casas, entre los lazos de años con los amigos, incrustada en lo más íntimo de nuestras vidas. Todo un desperdicio ante el maravilloso espectro de la curiosidad humana.
Estamos descubriendo, un poco tarde, que el peor riesgo para las democracias es el cansancio de sus gentes.
@CamiloFidel